Pasaportes
de esclavos
Raul Rivero, El Nuevo Herald,
11 de febrero de 2007.
Madrid -- Con el pretexto de liberar a Cuba de
la influencia y el dominio de Estados Unidos y
hacer de aquella isla un territorio libre, Fidel
Castro y la canalla de rumberos armados que le
sigue le han dado la vuelta a la bola del mundo
con el país al hombro para encontrar empresarios
que alquilen la soberanía, inversores que
disimulen las derrotas y amigos que los apuntalen
en el poder.
Así es que enseguida que se contaminaron
con la rabia liberadora, mandaron a buscar a Anastas
Mikoyan y comenzaron las maniobras de atraque
de la nación cubana en el puerto de Leningrado
y, durante más de tres décadas,
en una extravagante y pública perversión
geográfica, Cuba quedaba más cerca
de Vladivostok y de Ulan Bator que de Jamaica,
San Juan o Panamá.
En el último medio siglo ése ha
sido el abrazo más largo. Los expertos
harán algún día una evaluación
científica de la herencia real de aquel
período, pero en los planos aéreos
de la gente, en la superficie palpable y áspera
de la sociedad, el rastro tiene que ver con unos
cementerios frondosos de artefactos mecánicos,
millares de pasquines de Vladimiro Lenin mareados
por el sol y por la lluvia y una generación
de yuris y ludmilas inocentes que ya arreglaron
cuentas con su padres.
En ese tiempo se entregaron también unas
tarjetas de identidad hechas en China. Rojas,
desde luego, con la efigie de Mao Tse-tung joven
y hermoso, que se usaban a discreción cuando
se interrumpían las comunicaciones en los
altos niveles y se mandaba a recoger todo con
un gesto teatral y unas declaraciones duras y
se ordenaba poner la punta de Maisí enrumbada
hacia el Mar del Norte.
Cuando vino el derrumbe total del escenario y
los cubanos en las calles pasaron de la pobreza
a la miseria, se llevaron las fronteras al Caribe
y llamaron a ciertos capitales españoles.
Se hizo una revisión urgente de la historia
y se desenterraron las raíces, los abuelos,
las palabras y se vivió de nuevo la ilusión
de ser otra vez la última perla de la corona
en las Américas.
Se investigó a degüello entonces
el episodio del cacique Hatuey y los historiadores
oficiales convinieron que el indio estaba enfermo
de los nervios y se decantó por el fuego
para dejar en la tierra una serie de conflictos
personales.
Y después, ya se sabe, directo a Venezuela,
a toda vela por la ruta del Orinoco, a los brazos
firmes del nuevo salvador y éste si entra
se pasea y ordena. Lo mismo regala un avión
que da un parte médico. O canta y declama
y vende un poco de petróleo y hace de mecenas
y lleva poetas y músicos y bailarinas para
Caracas.
Aquí, con la nación ahora un poco
más allá del Pico del Aguila, en
plena cordillera de los Andes, los administraidores
de la tierra móvil se sienten seguros y
confiados porque este amo pastorea muy de cerca
y además es rico.
¿Qué pasará después?
¿Qué viene si el populismo se disuelve
en agua y Venezuela encuentra la coherencia y
el cauce democrático? ¿A dónde
va el equipo de mudanzas entonces?
Parece que ya tiene dos boletos previstos. Uno,
otra vez a China y otro para Vietnam. Con todo
rumbo al Asia, que por allá dicen ahora
que anda el provenir.
Sólo que los cubanos no quieren más
documentos provisionales de esclavitud, ni quieren
a la vieja tropa itinerante. No quieren más
entorno geográfico que el suyo, con libertad
y posibilidades de elegir a quienes devolverán
todos los valores. Esto no es una metáfora,
no es siquiera un sueño, es una necesidad.
Es un proceso natural por el que se trabaja dentro
y fuera de Cuba. Porque al destino hay que ayudarlo,
como dijo el poeta.
|