Crónica           IMPRIMIR
10 de dciiembre de 2007

Dos negritos y un negrón

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Lo conocí en la intersección de 76 y 31, frente al hospital oftalmológico “Pando Ferrer”. Yo esperaba un taxi para Miramar. El se bajó del camión de pasajeros que va del Cotorro a Marianao. No sabía para dónde coger. Me preguntó por “La Ceguera”, delante de la misma “Ceguera”; iba para la estación policial de Santa Fe, a llevarle ropa y cepillo al hermano, aunque el tío de Centro Habana le informó que se había escapado.

El tipo estaba ansioso y desorientado. Supuse que necesitaba una brújula, varios mapas y un abogado para tomar una decisión. Como el taxi se demoraba, empezó a contarme su tragedia, sin reparar en las eses ni en los adjetivos.

“Yo soy de Baracoa, en Oriente. Vine con mi hermano a trabajar en el contingente “Fructuoso Rodríguez”, en el Cotorro. No nos gusta La Habana, pero la vieja nos animó. Allá sólo encuentras empleo en las montañas, recogiendo cacao o café; eso no es vida para los jóvenes. Mi tío llegó como policía y ya es oficial, vive ahora en un solar de Cayo Hueso. Al principio nos fue bien, pudimos mandar unos pesos a la familia, pero apareció un negrón de Guantánamo con su jodedera. Los guantanameros y los baracoesos somos rivales. Tuvimos que darle unas puñaladas para que nos dejara en paz.”

Mi informante es negro y bajito, de rostro apacible y mirada segura. Sólo el nerviosismo y su incontinencia verbal revelan el trance que atraviesa. Confiesa que “el negrón” quiso “agitarle” la comida. “Yo le rompí la cabeza y la pierna con una cabilla, mi hermano le dio tres o cuatro puñaladas. Él va a cumplir por los dos, pero se ha fugado de la estación y eso complica las cosas, yo voy como si no supiera nada. El tío y la gente del contingente nos van a ayudar”.

La llegada de un taxi favoreció la despedida. Le deseé suerte al negrito, sugiriéndole buscar al hermano, visitar al “negrón” en el hospital y nombrar a un abogado que los representara ante el Tribunal.

Pensé después en otras versiones posibles. Las personas, según sus intereses y conceptos, son capaces de exagerar, disminuir, omitir o agregar elementos favorables a su manera de ver los hechos. Si en vez de tropezarme con el negrito de Baracoa hubiera coincidido con el supuesto “negrón” de Guantánamo –ahora hospitalizado-, tal vez la versión fuera diferente: "los negritos mienten, tuve que ponerles el dedo porque los cogí robando, me golpearon desprevenido y a traición”. Cavilé, entonces, en el hermano prófugo y en lo que diría el tío policía.

Hechos como este ocurren con frecuencia en los contingentes de obreros orientales. Las acciones extremas se deben al encierro semi carcelario, de hombres que trabajan como bestias en condiciones precarias. Las limitaciones culturales, las necesidades y la distancia de la familia favorecen los actos de violencia.

Sin pecar de profeta ni de sociólogo, creo que la exaltación cabalga sobre los lomos del país. El ser humano se animaliza cuando crecen las carencias y los problemas. Cualquiera pierde el control. El respeto y la cortesía parecen cosas del pasado.

 
 
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