Cabeza
de Medusa
Vicente Echerri, El Nuevo Herald,
27 de abril de 2007.
En el coro de los apaciguadores, que es notable
en los medios de prensa de este país, no
faltan los que insisten en resaltar que el régimen
castrista ha dejado de ser peligroso para la integridad
y seguridad de Estados Unidos. Estas opiniones
--que han encontrado eco en algunos cubanos del
exilio-- sostienen que cualquier advertencia sobre
la amenaza de Cuba no es más que un sonsonete
inútil de alarmistas tradicionales que
el gobierno de este país no ha atendido
ni está en capacidad ni en disposición
de atender. En el mejor de los casos no pasa de
ser un argumento burdo de exiliados oportunistas
que siguen reciclando viejos e infundados temores
para lucrar con ellos. La supervivencia misma
del castrismo es prueba de su falta de peligrosidad.
A otros, con acceso a más y mejor información,
esa supervivencia puede llevarlos a la conclusión
opuesta. No hace tanto le oí decir en privado
a un alto oficial retirado de las Fuerzas Armadas
de este país que la tolerancia de los norteamericanos
hacia el castrismo se debía a la certeza
de que Cuba disponía de armas bacteriológicas
con las cuales no dudaría en agredir a
Estados Unidos si se llegara a una confrontación
militar. No estoy haciendo mía esta opinión;
la saco a relucir para demostrar que un mismo
fenómeno puede tener más de una
explicación y que la amenaza de la Cuba
castrista no es una conseja que empieza y termina
en la denostada Calle Ocho de Miami.
El castrismo ha sido --con diversos grados de
intensidad-- una constante amenaza y un peligro
no sólo para Estados Unidos, sino para
los intereses de este país en el mundo,
desde aquel nefasto 1 de enero de 1959 hasta el
presente, aunque esa amenaza sólo contara
con armas de destrucción masiva durante
el breve período en que los soviéticos
emplazaron sus misiles en Cuba. La existencia
misma del castrismo --no importa cuán gigantesco
haya sido el fracaso de su gestión política
de puertas adentro-- y su colaboración
activa con el populismo de izquierda que recicla
sus sofismas en la actual política latinoamericana
son evidencias de esa amenaza que se quiere desconocer
o desmentir. Hoy por hoy, e independientemente
de los contextos particulares de países
como Venezuela, Bolivia o Ecuador, el perfil de
esos nuevos gobiernos en abierto desafío
a Estados Unidos sólo puede explicarse
como metástasis de la malignidad castrista.
Ahora bien, ¿qué puede llevar a
algunos miembros de nuestro exilio a defender
el carácter inofensivo del castrismo y,
de alguna manera, la legitimidad que le ha otorgado
el tiempo? Me atrevería a decir que la
fatiga y la vanidad. Se han cansado de esta espera
y de este papel de exiliados; aspiran a ser profetas
en su tierra, aunque no vuelvan a asentarse definitivamente
en ella; si escriben o pintan, sueñan con
ser reconocidos en lo que sería su mercado
natural donde, además, volverían
(algunos ya lo han hecho) con el dinero y la libertad
que no tienen sus obsecuentes compatriotas que
han de servirles en cama y mesa. Sabedores de
esas nostalgias y de esas apetencias, de allá
los tientan con espurios reconocimientos que funcionarios
menores insinúan a los tránsfugas
que regresan entre mojitos y palmadas en el hombro.
Unos y otros juegan a engañadores y engañados.
Este engaño es más patético,
más obsceno y más barato que el
que supuestamente intentan vender los exiliados
recalcitrantes al gobierno norteamericano de turno.
Pese a su visible decrepitud, yo creo, por el
contrario, que el régimen cubano sigue
siendo un verdadero núcleo de peligrosidad
desde el cual se conspira activamente contra el
sistema interamericano; un centro de irradiación
que procura sin escrúpulos el descarrilamiento
de la democracia en América Latina, en
tanto fomenta, valiéndose de todas las
razones demagógicas de la izquierda tradicional,
la aglutinación de ejes regionales en odiosa
oposición al liderazgo mundial de Estados
Unidos.
Sin contar la opresión que la dictadura
de Cuba les ha impuesto a sus nacionales y su
responsabilidad en la ruina material y moral de
ese país; sobran razones para seguir resaltando
la amenaza del castrismo así como la pertinencia
de su destrucción. El régimen cubano
es una ma-
léfica cabeza de Medusa que precisa, como
en el mito griego, un Perseo dispuesto a cercenarla.
Las víctimas del monstruo, que no nos resignamos
con su insolente impunidad, insistiremos --como
el que apuesta a una evasiva lotería--
en que Estados Unidos asuma ese protagonismo redentor.
© Echerri 2007
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