Las
horas contadas
Raúl Rivero, El
Nuevo Herald, 22 de abril de 2007.
Madrid -- En las cárceles de Cuba está
prohibido que los presos usen reloj. Pero es inútil.
Cada preso político marca su tiempo y asume
los horarios en una vida que está conectada
con fragilidad a la velocidad de las vueltas de
la tierra alrededor del sol. Esa conexión
se alcanza mediante estos elementos que no tienen
sustancia material: la cercanía de la familia,
la solidaridad y la esperanza.
Los relojes íntimos, individuales, únicos
como las huellas dactilares o como el ADN y la
pupila que consultan los prisioneros sin mirar
con desgano ninguna esfera, caminan también
por la emoción y la memoria. Por los derrumbes
del cuerpo y los ataques de las patologías,
por el discurso de las cartas que llegan, por
la calidad de las fidelidades y por la capacidad
que demuestren sus amigos y compañeros
de viaje para apartar y demoler el olvido.
Esos tiempos privados necesitan apoyos para fluir
porque desde el borde de los camastros rústicos
asediados por ratas y otros bichos, o frente a
las bandejas de lata empercudida que proponen
espinas de pescado hervido y unas hierbas, es
muy difícil abstraerse para comprender
el tiempo de los gabinetes presidenciales y los
relojes de pared, impolutos y exactos, que controlan
la burocracia de las cancillerías.
Allá dentro es un trabajo arduo e inútil
tratar de conocer con precisión las horas
de las cenas protocolares. Las derivas de las
conferencias y citas de los políticos porque
suelen perturbar el ejercicio de la meditación
los aromas de los baños turcos, un hueco
hecho a barretazos en el piso irregular, que los
carceleros vinculan a la fuerza con la salud y
la atención a los reclusos.
Y, además, no importa. No puede importar
mucho, si como en el caso del doctor Oscar Elías
Biscet se entra a su séptimo año
de confinamiento (con un breve periodo de dos
meses entre una condena y otra) y la dictadura
ha dispuesto que tiene que estar encerrado un
cuarto de siglo.
El médico necesita de su tiempo particular
para atenderse la presión arterial y la
úlcera y otros padecimientos que contrajo
en la cárcel y necesita la llamada internacional
que acaba de hacer su esposa, Elsita Morejón,
para que el mundo recuerde que ese hombre trabajaba
en silencio por la libertad de su país
y contra la pena de muerte.
Biscet, que ha utilizado siempre con sabiduría
sus cronómetros, requiere ahora, más
que nunca, de esas sustancias intangibles para
que las manecillas que sólo él puede
ver no se retrasen y se le pierdan en las neblinas
de sus patologías y en las del calabozo
del Combinado del Este.
Le hacen falta también al poeta y periodista
Ricardo González Alfonso, a quien han operado
otras dos veces, sorpresivamente, esta semana
en los salones de esa misma cárcel. Sin
avisar a su familia, en la sexta visita involuntaria
al quirófano en los últimos dos
años. Todo eso después que hace
una semana Alida Viso Bello denunciara que a su
marido no le permitían pasar las medicinas
que no le podía facilitar la mayor potencia
médica del universo y de la historia de
la humanidad.
Reclama esos soportes José Luis Pérez
(Antúnez) que cumplió desde marzo
su condena arbitraria de 17 años de prisión
por el escandaloso delito de propaganda enemiga
oral, es decir, por expresar su opinión
y decir la verdad en público. Un hombre
que es una leyenda del presidio político
por su rectitud y su coraje.
Se necesita mucha cercanía familiar, solidaridad
y esperanzas para darle ritmo y estabilidad al
tiempo de todos los prisioneros políticos.
Los comunistas tratan de excluirlos y exponerlos
a la muerte y al olvido en sus prisiones porque
ellos --a pesar de las rejas y el peligro-- para
la dictadura son una bomba de relojería.
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