PRENSA INTERNACIONAL
Octubre 9, 2006
 

Jorge Edwards, superviviente de la doble censura

Cuando ya era víctima de Castro, pero Pinochet aún no se había cruzado en su camino, Jorge Edwards escribió una crónica imprescindible del sueño roto de Cuba. Imprescindible, aún hoy.

Raúl Rivero, El Mundo, España, 7 de octubre de 2006.

Martes
En primera persona 'non grata'

Los nuevos maromeros que entraron a palacio y otros que están fajados por subirse a la silla presidencial en el mapa político de la América hispana le dan actualidad, frescura y vida a la reedición que acaba de hacer Alfaguara del libro Persona non grata del escritor chileno Jorge Edwards.

Es extraordinario. Unas memorias que ya van a cumplir 33 años, escritas como un diario de la experiencia diplomática de Edwards en los primeros años de la década del 70 en Cuba, reaparecen ahora como una lección para ingenuos, una advertencia para los que ha embotado la propaganda y un prolongado latigazo de honestidad intelectual.

Para mí, releerlo aquí, en estos amaneceres del siglo XXI, ha sido como revisar un álbum de fotos familiares y ver el desfile de gente querida marchita o muerta. Ver un fragmento de mi vida y de la vida de muchos amigos, ver los orígenes (y saberse el destino) de alguien cercano y entrañable, atrapado en el guión de un drama escrito por un comando de la policía.

Volver a las páginas de Persona non grata es sentir otra vez los síntomas de una enfermedad de la que uno creía haber salido ya y que reaparece de pronto con los mismos dolores y las mismas llagas que se fueron de la carne y se quedaron en la memoria.
Creo que lo peor del reencuentro con el libro (que será para su autor un mérito) es que aquella realidad que describió sigue siendo la misma. Nada más hay que sustituir los nombres y, en algunos casos, cambiarle el uniforme a los personajes de esta novela política sin ficción, como le gusta a Edwards (Eguar se pronuncia en habanero clásico) que la califiquen.

A los que hicimos en Cuba la primera lectura en ejemplares estrujados, subrayados, con hojas pegadas con esparadrapo, a los que estábamos al final de una lista de espera de lectores furtivos, el privilegio de leerlo en libertad no nos salva del desasosiego porque en esos escenarios que el escritor retrató se mueven ahora también hombres y mujeres que eran niños inocentes cuando Edwards pasaba por el Malecón con su cuaderno de notas (que le robaron en Cali, Colombia) dentro de su Alfa Romeo color vino.

He escrito que la atmósfera política no ha cambiado y soy injusto. Ha cambiado. Cuando Edwards salió de La Habana, había centenares de presos políticos en la cárceles y mucha gente no lo sabía; otros lo ocultaban o no lo querían saber. Esa noche que el escritor viajó a París para trabajar con Pablo Neruda en la embajada chilena en Francia, el único preso conocido en Cuba era el poeta Heberto Padilla. Hoy hay 316 con nombres y apellidos en los calabozos por tratar de cambiar la situación que el escritor se llevó en sus notas y en la cabeza.

Octavio Paz dijo que este libro es un clásico vibrante de la literatura latinoamericana moderna. Los valores de su honestidad y la importancia de contar con destreza los apuntalamientos, falsedades y miserias de un proyecto político que ilusionó y comprometió a seres humanos de todo el mundo, no pueden ocultar el oficio del narrador y el magisterio de Jorge Edwards. Aunque no tuviera la actualidad que tiene y los avisos para Venezuela, Bolivia, México y Argentina, por ejemplo, habría que reeditarlo para darle oportunidad a otras generaciones de lectores de acceder a uno de los grandes del idioma español.

Jorge Edwards, después de ser expulsado de Cuba, tuvo también que abandonar su país que cayó en poder de Augusto Pinochet. Conozco a muchos lectores para los que es muy grato saber que hombres como Jorge Edwards son considerados personas non gratas por las dictaduras.

Miércoles
Cerca de Guatemala

Ahí al lado, en Nicaragua, está enterrado desde 1988. El poeta pasó 48 años por la vida bajo un nombre forzado por la musicalidad de las eles: Arqueles Morales. Su pasión por Guatemala, la poesía y el amor la dejó toda escrita en su libro La paz aún no ganada.

Fue un periodista de raza, pero alimentó su vanidad con unos banales estudios de cine en un país que se desvaneció. De joven, trabajó como secretario de Miguel Angel Asturias, mientras el autor de El señor presidente estuvo exiliado en Buenos Aires. En un tiempo fue asesor del señor presidente Omar Torrijos. Y en otro, trabajó en Nicaragua y en Cuba siempre en empresas bajo sospecha y empeñado con sus fidelidades políticas.

Integró, con su compatriota el dramaturgo Manuel Galich y el poeta salvadoreño Roque Dalton, el estado mayor visible de una bohemia literaria heroica, tardía y en bancarrota que dejó episodios memorables en la historia de la trivia centroamericana.

Era un poeta en cada minuto de la existencia. Sensible, ingenioso, culto. Le producía un miedo insuperable la sutileza con que el tiempo se le iba, con la que él dejaba escapar en otras porfías.

Arqueles Morales fue un experto en exilios, mudanzas y equipajes ligeros. Vivió obcecado por Guatemala. Estos dos versos resumen esa obsesión: Este país de que hablo no siempre ha sido mío / lo hicieron para mí como un azar vibrante.

Jueves
Robaina y el llamado del arte

Los amantes de las artes plásticas, los seguidores de ese embuste mágico que es la pintura, pueden ver hoy mismo en la galería de Alovera, entre Azuqueca de Henares y Guadalajara, una muestra de artistas cubanos que incluye a los maestros Roberto Fabelo y Manuel Mendive y el trabajo más reciente del ex canciller Roberto Robaina, que cambió hace años el sansonite por los pinceles.

La exposición se titula Radiografías y es un recorrido a fondo por todas las tendencias avecindadas con relativa armonía en una nación que en el siglo pasado vio crecer, dentro de sus fronteras, a pintores como Amelia Peláez, Víctor Manuel, Mariano Rodríguez y René Portocarrero y, fuera de ellas, a Wilfredo Lam, Cundo Bermúdez y Gina Pellón.

El aposento abstracto de la pintura cubana ha tenido siempre su nómina de caballos negros. Aparecidos, inesperados, seres extraños y atractivos. Se recuerda con cariño especial al gran Fidelio Ponce, bajo su sombrerón y sus desesperanzas, orinándose en medio de los salones que lo excluían por pobre y por borracho.

Se le recuerda por sus cuadros desolados y oscuros y porque cuando escribía los rótulos de bares y fondas y ponía junto a su firma, si era una cantina, estas tres letras: PLB (por la bebida) y PLC (por la comida) si había dibujado con sombreados de lujo un cartel que decía La Complaciente de Bejucal.

Nos acordamos de Acosta Miller, uno de los famosos pintores matéricos de los 90, que inventó una sustancia para embarrar el lienzo y todavía nadie sabe de dónde sale, ni cómo consigue con esa pasta multicolor pintar todos los edificios de La Habana vieja, siempre poderosos y estrábicos.

En esta muestra de Alovera, además de Fabelo y Mendive pueden verse también obras de Zaida del Río, Eduardo Roca (El Choco) y Juan Moreira, artistas de relieve y reconocimiento internacional junto a otros más jóvenes que se abren camino. Entre ellos, aparece la figura de el ex canciller cubano. Roberto Robaina, un hombre joven que se vestía como un rockero con disco de platino y coleccionaba pájaros exóticos, ha encontrado reposo lejos de las pendencias y candangas de la dictadura. Es uno de los pintores que expone en Alovera el fruto de su diálogo penitencial con las imágenes.

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