Jorge
Edwards, superviviente de la doble censura
Cuando ya era víctima
de Castro, pero Pinochet aún no se había
cruzado en su camino, Jorge Edwards escribió
una crónica imprescindible del sueño
roto de Cuba. Imprescindible, aún hoy.
Raúl Rivero, El Mundo,
España, 7 de octubre de 2006.
Martes
En primera persona 'non grata'
Los nuevos maromeros que entraron a palacio y
otros que están fajados por subirse a la
silla presidencial en el mapa político
de la América hispana le dan actualidad,
frescura y vida a la reedición que acaba
de hacer Alfaguara del libro Persona non grata
del escritor chileno Jorge Edwards.
Es extraordinario. Unas memorias que ya van a
cumplir 33 años, escritas como un diario
de la experiencia diplomática de Edwards
en los primeros años de la década
del 70 en Cuba, reaparecen ahora como una lección
para ingenuos, una advertencia para los que ha
embotado la propaganda y un prolongado latigazo
de honestidad intelectual.
Para mí, releerlo aquí, en estos
amaneceres del siglo XXI, ha sido como revisar
un álbum de fotos familiares y ver el desfile
de gente querida marchita o muerta. Ver un fragmento
de mi vida y de la vida de muchos amigos, ver
los orígenes (y saberse el destino) de
alguien cercano y entrañable, atrapado
en el guión de un drama escrito por un
comando de la policía.
Volver a las páginas de Persona non grata
es sentir otra vez los síntomas de una
enfermedad de la que uno creía haber salido
ya y que reaparece de pronto con los mismos dolores
y las mismas llagas que se fueron de la carne
y se quedaron en la memoria.
Creo que lo peor del reencuentro con el libro
(que será para su autor un mérito)
es que aquella realidad que describió sigue
siendo la misma. Nada más hay que sustituir
los nombres y, en algunos casos, cambiarle el
uniforme a los personajes de esta novela política
sin ficción, como le gusta a Edwards (Eguar
se pronuncia en habanero clásico) que la
califiquen.
A los que hicimos en Cuba la primera lectura
en ejemplares estrujados, subrayados, con hojas
pegadas con esparadrapo, a los que estábamos
al final de una lista de espera de lectores furtivos,
el privilegio de leerlo en libertad no nos salva
del desasosiego porque en esos escenarios que
el escritor retrató se mueven ahora también
hombres y mujeres que eran niños inocentes
cuando Edwards pasaba por el Malecón con
su cuaderno de notas (que le robaron en Cali,
Colombia) dentro de su Alfa Romeo color vino.
He escrito que la atmósfera política
no ha cambiado y soy injusto. Ha cambiado. Cuando
Edwards salió de La Habana, había
centenares de presos políticos en la cárceles
y mucha gente no lo sabía; otros lo ocultaban
o no lo querían saber. Esa noche que el
escritor viajó a París para trabajar
con Pablo Neruda en la embajada chilena en Francia,
el único preso conocido en Cuba era el
poeta Heberto Padilla. Hoy hay 316 con nombres
y apellidos en los calabozos por tratar de cambiar
la situación que el escritor se llevó
en sus notas y en la cabeza.
Octavio Paz dijo que este libro es un clásico
vibrante de la literatura latinoamericana moderna.
Los valores de su honestidad y la importancia
de contar con destreza los apuntalamientos, falsedades
y miserias de un proyecto político que
ilusionó y comprometió a seres humanos
de todo el mundo, no pueden ocultar el oficio
del narrador y el magisterio de Jorge Edwards.
Aunque no tuviera la actualidad que tiene y los
avisos para Venezuela, Bolivia, México
y Argentina, por ejemplo, habría que reeditarlo
para darle oportunidad a otras generaciones de
lectores de acceder a uno de los grandes del idioma
español.
Jorge Edwards, después de ser expulsado
de Cuba, tuvo también que abandonar su
país que cayó en poder de Augusto
Pinochet. Conozco a muchos lectores para los que
es muy grato saber que hombres como Jorge Edwards
son considerados personas non gratas por las dictaduras.
Miércoles
Cerca de Guatemala
Ahí al lado, en Nicaragua, está
enterrado desde 1988. El poeta pasó 48
años por la vida bajo un nombre forzado
por la musicalidad de las eles: Arqueles Morales.
Su pasión por Guatemala, la poesía
y el amor la dejó toda escrita en su libro
La paz aún no ganada.
Fue un periodista de raza, pero alimentó
su vanidad con unos banales estudios de cine en
un país que se desvaneció. De joven,
trabajó como secretario de Miguel Angel
Asturias, mientras el autor de El señor
presidente estuvo exiliado en Buenos Aires. En
un tiempo fue asesor del señor presidente
Omar Torrijos. Y en otro, trabajó en Nicaragua
y en Cuba siempre en empresas bajo sospecha y
empeñado con sus fidelidades políticas.
Integró, con su compatriota el dramaturgo
Manuel Galich y el poeta salvadoreño Roque
Dalton, el estado mayor visible de una bohemia
literaria heroica, tardía y en bancarrota
que dejó episodios memorables en la historia
de la trivia centroamericana.
Era un poeta en cada minuto de la existencia.
Sensible, ingenioso, culto. Le producía
un miedo insuperable la sutileza con que el tiempo
se le iba, con la que él dejaba escapar
en otras porfías.
Arqueles Morales fue un experto en exilios, mudanzas
y equipajes ligeros. Vivió obcecado por
Guatemala. Estos dos versos resumen esa obsesión:
Este país de que hablo no siempre ha sido
mío / lo hicieron para mí como un
azar vibrante.
Jueves
Robaina y el llamado del arte
Los amantes de las artes plásticas, los
seguidores de ese embuste mágico que es
la pintura, pueden ver hoy mismo en la galería
de Alovera, entre Azuqueca de Henares y Guadalajara,
una muestra de artistas cubanos que incluye a
los maestros Roberto Fabelo y Manuel Mendive y
el trabajo más reciente del ex canciller
Roberto Robaina, que cambió hace años
el sansonite por los pinceles.
La exposición se titula Radiografías
y es un recorrido a fondo por todas las tendencias
avecindadas con relativa armonía en una
nación que en el siglo pasado vio crecer,
dentro de sus fronteras, a pintores como Amelia
Peláez, Víctor Manuel, Mariano Rodríguez
y René Portocarrero y, fuera de ellas,
a Wilfredo Lam, Cundo Bermúdez y Gina Pellón.
El aposento abstracto de la pintura cubana ha
tenido siempre su nómina de caballos negros.
Aparecidos, inesperados, seres extraños
y atractivos. Se recuerda con cariño especial
al gran Fidelio Ponce, bajo su sombrerón
y sus desesperanzas, orinándose en medio
de los salones que lo excluían por pobre
y por borracho.
Se le recuerda por sus cuadros desolados y oscuros
y porque cuando escribía los rótulos
de bares y fondas y ponía junto a su firma,
si era una cantina, estas tres letras: PLB (por
la bebida) y PLC (por la comida) si había
dibujado con sombreados de lujo un cartel que
decía La Complaciente de Bejucal.
Nos acordamos de Acosta Miller, uno de los famosos
pintores matéricos de los 90, que inventó
una sustancia para embarrar el lienzo y todavía
nadie sabe de dónde sale, ni cómo
consigue con esa pasta multicolor pintar todos
los edificios de La Habana vieja, siempre poderosos
y estrábicos.
En esta muestra de Alovera, además de
Fabelo y Mendive pueden verse también obras
de Zaida del Río, Eduardo Roca (El Choco)
y Juan Moreira, artistas de relieve y reconocimiento
internacional junto a otros más jóvenes
que se abren camino. Entre ellos, aparece la figura
de el ex canciller cubano. Roberto Robaina, un
hombre joven que se vestía como un rockero
con disco de platino y coleccionaba pájaros
exóticos, ha encontrado reposo lejos de
las pendencias y candangas de la dictadura. Es
uno de los pintores que expone en Alovera el fruto
de su diálogo penitencial con las imágenes.
|