Por
una Cuba trivial
Emilio Ichikawa. El
Nuevo Herald, 9 de noviembre de 2006.
Una amiga acaba de regresar de un viaje a Cuba
y trae noticias de nuestro pueblo en La Habana.
Los vecinos están bien; algunos incluso
más bien de lo que pudiera esperarse. Ha
visitado la Universidad y los colegas, como siempre,
preparan sus clases y ''luchan'' los dólares
a su manera. La vida continua y las ausencias
dejan solo vacíos relativos.
Me asegura que a pesar de esa sobrevivencia,
todos tienen una visión muy crítica
de la situación. Y me cuenta alarmada que
incluso los más radicales, esos que el
propio gobierno pudiera considerar contrarrevolucionarios,
culminan sus objeciones con un ''pero'' que se
puede resumir así: "El castrismo es
una basura, pero ustedes no se salvan: ¿cómo
pudo Bush mandar a derrumbar las torres gemelas?''.
Es uno de los milagros de la propaganda oficial
y del control de la información: en Cuba
no sólo los imbéciles y los ingenuos,
personas muy decentes e inteligentes creen que
el atentado del 11 de septiembre fue un golpe
autoinfligido por el propio gobierno norteamericano
para conseguir legitimidad política bajo
el pretexto de la amenaza terrorista.
Está claro que en una democracia la unanimidad
(sobre todo política) es imposible. Aun
cuando exista una representación del mal
tan diáfana como la que se mostró
aquel 11 de septiembre, siempre habrá personas
que discrepen y maticen el evento.
Yo me encontraba en Washington DC aquel martes
tremendo, pues me había quedado unos días
después de la reunión del Latin
American Studies Association (LASA) que había
culminado el domingo. Recuerdo que un profesor
cubano residente en New York me escribió
unas horas después de lo sucedido: ''Es
una brutalidad. Han quebrado el perfil de mi ciudad.''
No obstante, poco después acotaba: ''Pero
no hay que olvidar tampoco que los americanos
son unos arrogantes.'' Empezaba así una
de las recuperaciones ideológicas más
impresionantes en la historia de la izquierda
internacional.
Lo que quiero advertir con este recuerdo es que
entiendo una interpretación como la de
este profesor y otras personas que aquí
mismo piensan que hubo una conspiración
en torno a aquellos sucesos. En una sociedad libre
la unanimidad supondría un contrasentido;
equivaldría a una ''subjetividad objetiva'',
a la aceptación de la posibilidad de una
"opinión absoluta''.
Mientras la mayoría de la sociedad se
conduzca según el sentido común,
no importa que un porcentaje se mueva por encima
o por debajo de los hechos: una sociedad sana
puede funcionar normalmente con sus idiotas y
con sus genios. Lo que pasa en Cuba, ¡una
vez más!, es que la propaganda ha logrado
que la media piense a contracorriente del sentido
común. Incluso en el mejor de los casos
se trataría ahora de una sociedad donde
la mayoría, embarcada en una enfermiza
genialidad promedio, logra ir más allá
de lo que naturalmente indican las evidencias.
¡Elemental, Castro, elemental! Una nación
saturada de lumbreras que saben matemática
superior pero se equivocan en la cuenta de los
días. Ese puede ser un legado interesante
de tu revolución.
eichikawam@hotmail.com
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