Castro
y su Cosa Nostra
Por Carlos Alberto Montaner.
ABC, España,
30 de abril de 2006.
CUANDO un amigo común se le quejó
a Abel Prieto, ministro de Cultura en Cuba, de
la golpiza dada por una turba a la señora
Marta Beatriz Roque Cabello, una economista enferma
de 70 años, aquél bajó la
cabeza y se excusó diciendo que ésas
"eran cosas de Fidel". Le daba vergüenza
que se cometiera un acto tan cobarde. A él
le habría gustado poder evitarlo, pero
no estaba en sus manos. En sus manos sólo
estaba renunciar al Gobierno, pero le faltaba
valor para hacerlo. Pero tenía razón:
salvo la presión internacional, en Cuba
nada ni nadie puede detener la ola de violencia
y vejaciones que sufren los demócratas,
dentro y fuera de las cárceles, porque
es el propio comandante quien ha dado la orden
a sus numerosos matones para que golpeen, humillen,
escupan e insulten a todo aquel que se atreva
a criticar públicamente a su Gobierno.
No se trata de actos aislados perpetrados por
unos tipos sádicos. Es un plan cuidadosamente
meditado. En las cárceles, los guardias
tienen instrucciones para patear sin compasión
a los presos políticos, o para dejarlos
morir si se enferman, como está sucediendo
con Héctor Maseda, con Héctor Palacios,
con Óscar Elías Biscet y otras docenas
de demócratas condenados por escribir artículos,
prestar libros prohibidos, pedir un referéndum
o distribuir la Declaración Universal de
los Derechos Humanos. Fuera de las cárceles,
esa labor de represión violenta les corresponde
al Partido Comunista y a la implacable policía
política adscrita al Ministerio del Interior.
El ministro, el general Abelardo Colomé
Ibarra, supervisa hasta los últimos detalles
de los llamados "actos de repudio" -los
pogromos contra los disidentes-, los hace filmar,
y les pasa a Fidel y Raúl Castro una descripción
detallada de los ataques a la oposición,
junto con los vídeos en los que se registran
estos actos. Parece que los hermanos Castro examinan
los documentos -textos y películas- con
mucho cuidado para comprobar cuáles de
sus agentes actúan con suficiente ferocidad
contra la indefensa oposición.
¿Por qué Castro actúa de
una forma tan cruel? Esta barbarie se deriva de
su naturaleza psicológica y de su aprendizaje
juvenil. Fidel es un tipo corpulento y agresivo
que necesita demostrarse a él mismo y demostrar
al mundo que nadie puede retarlo impunemente en
ningún terreno. Es el mono alfa. De adolescente,
en la escuela, apostó a que era capaz de
tirarse de cabeza contra una pared. Lo hizo, y
la conmoción cerebral lo mantuvo en cama
cuatro días. Luego, en la universidad,
se convirtió en adulto en un ambiente muy
violento en el que el liderazgo se imponía
mediante la eliminación física del
adversario o por medio de la intimidación
total.
Así era la atmósfera del gansterismo
político en la Habana de los cuarenta.
A los 19 años, Fidel Castro intentó
asesinar a tiros a otro estudiante, Leonel Gómez,
sólo para demostrar que era una persona
capaz de cualquier cosa. Alguien a quien convenía
temer y obedecer para evitar represalias. Más
tarde asesinó a Fernández Caral,
un guardia universitario, e instigó para
que mataran, como desgraciadamente ocurrió,
a Manolo Castro, un vistoso líder universitario
que tenía su mismo apellido pero ninguna
relación familiar.
La permanente pistola al cinto era una señal.
Sencillamente, estaba estableciendo su liderazgo
por un procedimiento bastante común entre
los animales: exhibiendo su capacidad para hacer
daño sin límites. Pocos años
más tarde, iniciada la década de
los cincuenta, cuando la oposición a Batista
se dividió entre electoralistas que buscaban
terminar con la dictadura por medios civilizados
y los que habían elegido la vía
de la insurrección armada, Fidel Castro
organizó sus primeros pogromos para aterrorizar
a los políticos pacíficos, muchos
de ellos ex compañeros de su mismo Partido
Ortodoxo. Para él la revolución
sólo era otra forma de expresar su vocación
pandillera, y aprendió que el método
funciona. Infundir miedo le ha servido para llegar
al poder y para mantenerse en él durante
casi medio siglo. Una de las frases que en privado
le gusta repetir -y suele hacerlo en un tono torvo
acompañado por gestos de fiereza- revela
su carácter y sus convicciones: "Nosotros
conquistamos el poder por la fuerza, el que lo
quiera deberá quitárnoslo de la
misma manera".
Este matonismo ni siquiera se limita a Cuba.
Castro les ha dado instrucciones a sus embajadores
para que fuera de la isla reproduzcan el mismo
comportamiento. Por eso las embajadas cubanas
(como ocurre en Madrid, donde el embajador de
La Habana, sirviéndose de sus simpatizantes,
y a veces de los propios diplomáticos,
organiza turbas y hace lo que le da la gana) "revientan"
las conferencias o las apariciones públicas
de figuras notables de la oposición, como
los escritores Raúl Rivero o Zoé
Valdés, el comandante Húber Matos,
el profesor Orlando Gutiérrez o el activista
de derechos humanos Frank Calzón, golpeado
por un funcionario cubano hasta dejarlo inconsciente,
nada menos que en el palacete de Naciones Unidas
de Ginebra donde se discutía si en Cuba
se violaban o no las libertades de los ciudadanos.
Todos los días recibo tres o cuatro mensajes
de madres, hijas o esposas que denuncian los horrores
que padecen sus familiares dentro y fuera de las
prisiones y me piden ayuda. Con frecuencia, se
trata de las admirables Damas de Blanco, premio
Sajarov otorgado por el Parlamento Europeo, unas
mujeres especialmente valientes. A mi alcance
sólo está divulgar lo que me cuentan
y transmitirles la información a algunos
amigos poderosos. Les sugiero, eso sí,
que documenten esos agravios para cuando llegue
el día de la libertad, que será,
también, la hora de la justicia.
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