Un
cosmos, un hijo de Morón
Manuel Vazquez Portal, El
Nuevo Herald, 7 de junio de 2006.
Las sabanas de Lomaciega, verdes sábanas
de relente y libélulas; el canal de Mogones,
biajacas de arco iris entre piedras; la Laguna
de la Leche, chapuzón a hurtadillas y novias
de colegio, esas son mis raíces. Ahí
está la patria en que mis ojos se llenaron
de amor. Nunca quise más que un sombrero,
un buen tordo caracoleador, dos perros, una escopeta
y atardeceres apacibles pastoreando ganado. Pero
en la infancia me prometieron un paraíso
que, en la medida en que fui creciendo, nunca
fue y me dejó sin sombrero y sin perros.
Nada tengo en París o Ciudad México,
como no sean unos buenos amigos que recuerdo con
cariño. Si hoy ando de tierras prestadas,
inviernos insufribles, otoños nunca vistos,
al pairo, como esquife sin puerto, se lo debo
a un gobierno que ha querido matarme la patria
y los recuerdos.
He sido, soy, tan cubanamente cubano que me sería
imposible ser cualquier otra cosa. Alzo la voz.
Gesticulo. Disfruto el arroz con frijoles. Todo
lo tiro a chanzas. Creo ser el ombligo del mundo,
tener siempre la razón y ser capaz de conquistar
a todas las mujeres. Puedo, es cierto, hablar
de champiñones y vinos de cosechas exóticas.
Disertar sobre Nietzsche o Avicenas, recitar en
francés los versos de Prevert. Parecer
mesurado, analítico, frío, pero
el furor interno, por más que lo agazape,
se apresta a delatarme. Quizás el agua
de Morón y los trompones de un juego de
pelota manigüera me hicieron de ese modo,
y no reniego. En una tribuna de Ginebra o un bar
de mala muerte en un canal de Amsterdam se me
sale el cubano, a mucha honra.
Yo no soy cubano de Madrid ni cubano de Suiza.
No hay cubanos de aquí ni cubanos de allá.
Mel Martínez es de Sagua la Grande y al
estrechar su mano sentí su cubanía.
Alfonsito Quiñones nació por Manzanillo
y allá en Santo Domingo añora camarones
del Golfo de Guacanayabo. Lincoln Díaz-Balart,
cuando me abrazó en Washington, traía
a cuentas toda su historia en Banes. Bernardo
Marqués anda por Hialeah con la Habana
Vieja habitándole el pecho. A menos que
Cuba, en nuestro hiperbólico sentido de
la realidad, sea del tamaño del mundo,
no hay cubanos de Egipto ni cubanos del Cabo de
Hornos. Hay cubanos. Eso sí, cubanos esparcidos
por todas las latitudes, refugiándose donde
sea posible, porque un gobierno atroz, además,
de intentar matarles la patria y los recuerdos,
aspira a dividirlos encumbrándolos o demonizándolos,
según la geografía.
Miami, un sitio más. Ni mejor ni peor.
El ser humano es siempre el mismo. Viaja por los
paisajes y las estaciones con su fardo de virtudes
y defectos pero no puede nunca apartarse esencialmente
de quien es. No puede escapar de sí mismo.
Un miserable en Madrid será el mismo miserable
que fue en una ciudadela de Cayo Hueso en La Habana.
Un hombre honrado en Alamar mantendrá su
hombradía en la Pequeña Habana.
No es el lugar a donde nos ha arrojado la virulencia
de una tiranía lo que identifica a un ser
humano.
Yo, un cosmos, un hijo de Morón, me canto
y me celebro por vivir en Miami. Aquí hay
cubanos-cubanos, de Cunagua y Jaguey Grande, de
Júcaro y Vertientes, de Báguano
y Luyanó, del Vedado y San Luis, de Artemisa
y Bayamo, de Jatibonico y Las Tunas, de Mantua
y Camajuaní, que han hecho de unas antiguas
ciénagas y unas viejas maniguas cundidas
de garrapatas una ciudad productiva y próspera
con un producto interno bruto tres veces mayor
que el de la isla que ahora mismo todos, estemos
donde estemos, debíamos habitar para que
no nos dijeran cubanos de tal o más cual
lugar, y trataran de calificarnos por el punto
cardinal en que nos hallemos.
En Miami, como en todas partes, hay triunfadores
y frustrados. Hay quienes aman y quienes odian.
Hay quienes alaban y quienes despotrican. Hay
muecas y hay sonrisas. Hay indiferentes y patriotas.
Hay fieles y traidores. Hay líderes y alabarderos.
Y eso no la hace diferente. Donde haya seres humanos
existirán todos los matices. Sólo
que en Miami se revelan tal cual son. La libertad
permite que del ser humano aflore su verdadera
esencia. Esa es la belleza de la libertad. Eso
hace de Miami una ciudad humana, porque eso es
el ser humano. En Cuba y en muchas partes del
mundo el cubano anda enmascarado porque no tiene
la libertad de mostrarse como es y eso es inhumano,
antinatural. Prefiero que me llamen cubano de
Miami. Eso le da a Miami geografía en el
mapa de la patria que llevo dentro. Yo soy Miami,
soy el exilio, soy el presidio político
y una ofensa a un cubano de Miami, a un exiliado,
a un preso o ex preso político me la tomo
como una ofensa personal.
Ahora, y sin ambages, ocurre que Miami, para
su historia y su gloria, ha sido históricamente
la mayor fuente de oposición al gobierno
de Castro y, como en la actualidad nuevos afeites
colorean el rostro de los debates políticos,
puede parecer de buen gusto y hasta de buen tino
darle cierto toque demoníaco al lugar.
Yo, sin embargo, un cosmos, un hijo de Morón,
amante del congrí, la yuca hervida, el
puerco asado, donde quiera que esté no
soy otra cosa que cubano, y lo que sí no
quiero --y ello lo pagué primero con cárcel
y hoy lo pago con exilio-- es ser cubano de la
isla del doctor Castro.
|