Eruditos
del mundo, acuérdense de vivir
No se engañen por su
aspecto profesoral, porque Alfonso Reyes fue suficientemente
sabio como para no abandonar la poesía.
Ni la vida ni el amor.
Raul Rivero, El Mundo, España,
29 de julio de 2006.
Martes
Poesía de Reyes
Lo primero que publicó en su vida Alfonso
Reyes fueron tres sonetos en 1905 (tenía
16 años) en un periódico de Monterrey.
Lo último, el 23 de diciembre de 1959 -cuatro
días antes de su muerte-, el obituario
de Fernández McGregor. Entre los versos
iniciales y esa nota necrológica está
la obra monumental (por su alcance y por sus dimensiones)
de uno de los intelectuales más importante
del siglo XX en Hispanoamérica.
Fue un ensayista y un pensador de primera línea
que recibió honores y doctorados hasta
el bostezo y el empalago. Fue diplomático,
profesor, conferencista, escribió novelas,
teatro, poesía, cuentos y un tratado sobre
cocina y gastronomía.
Hacía un estudio sobre el Siglo de Oro
en España igual que traducía a Chesterton
y deslizaba unos textos de dos líneas que
llamaba briznas; seguía con cartas, biografías,
casi de todo... Hasta dejarle a México
y a la literatura española más de
100 libros y alguna decena de investigaciones
abiertas.
Dijo que él escribía como respiraba.
Su trabajo iba con facilidad de los temas más
profundos y eruditos a juegos de palabras. De
un acercamiento a los escritores franceses que
más le interesaban, Marcel Proust o Montaigne,
pasaba -como para descansar- a escribir divertimentos,
versos de cortesía, de saludos, festivos
y amenos.
Toda la gloria del mundo cabe en un grano de
maíz, había dicho el poeta Pepe
Martí, enamorado en Zaragoza y exiliado
en México.Eso lo sabía Reyes porque
la erudición explica el mundo pero no lo
justifica, ni le quita los dolores, ni produce
remedios ni siquiera de los pasajeros.
Esa medicina urgente o los envíos que
reclamó para enamorarse y asomarse a la
noche cuando dejaba las páginas de los
libros, los encontraba el hombre que fue Reyes
en la poesía, esa compañera silenciosa
y arisca que conservó siempre cerca de
la inmensidad de sus observaciones como estudioso
de los griegos y de las literaturas (sí,
en plural).
Reyes se acordaba de vivir y para vivir escribió
21 libros de poesía. Su acercamiento a
ese género no era el del docto letrado
frío y seguro. Su llegada al verso se realizaba
con sigilo, miedos, sobresaltos. Con la delicadeza
de quien sabe que si no entra por el único
puerto autorizado, no puede alcanzar la salvación.
Asustadiza gracia del poema:/ flor temerosa recatada
en llema, dice en su arte poética donde,
enseguida, compara la poesía con la flor
sensitiva que se muere si la llega a tocar la
mano de un hombre.
Creo que Reyes fue siempre un poeta que miraba
al mundo con lucidez, alguien a quien su sabiduría
le regaló, antes que cualquier otra cosa,
una licencia de sueños para que todo no
fuera explicable y real, para que quedaran parcelas
que su inteligencia no podía entender.
Ni mucho menos, dar sobre esos misterios una disertación
a los demás.
Jorge Luis Borges dijo que Reyes escribió
la mejor prosa castellana de esos tiempos y el
poeta José Emilio Pacheco la describe así:
"Una prosa siempre en movimiento que nunca
se detiene y jamás se estanca y es que
será siempre modelo inimitable de precisión,
concisión, suavidad y, en primer término,
de naturalidad".
Con esos truenos y otros que vienen de Octavio
Paz y Carlos Fuentes y de los más relevantes
escritores de aquellas tierras, puede haberse
desatado -con el tiempo que es siempre implacable-
un olvido o un extravío inconsciente de
las resonancias de la obra poética de Don
Alfonso Reyes.
Eso mismo pasa con su periodismo. Pero es natural,
el periodismo sale a relucir nada más que
cuando faltan unos párrafos para redondear
una biografía. Este género menor,
infectado de precipitaciones, no tiene vela en
este entierro.
Lo tuvo para Reyes, cuando lo dejaron cesante
de su cargo diplomático en Francia, en
1914, y vino a Madrid a ganarse la vida como redactor
y traductor. Y a lo largo de toda su existencia,
porque siguió como colaborador de muchos
diarios y, al final, porque se despidió
de sus lectores con una simple nota periodística.
Cuatro versos finales para recordar al poeta
Alfonso Reyes. El alma que empuñaba al
erudito: Quédate solo y callado/ casi todo
huelga y sobra/ ningún gesto se recobra/
ni vale el oro cambiado.
Jueves
Mar confuso con mujer sola
Hay un hombre que se llama Wilson Bueno y nació
por allá por Jaguapitá, cerca de
las orillas del río Paraná, en Brasil.
Hizo un acto de magia hace unos años y
le concedió un mar a la geografía
paraguaya. Es un océano que no se va a
secar porque lo dejó escrito y publicado
y se alimenta de tres ríos vivos.
Hablo de la novela (o nivola, poema en prosa,
ensayo ) titulada Mar paraguayo, que Bueno escribió
en tres idiomas: español, portugués
y guaraní. Cuenta los sueños de
una mujer entrada en años, en mucho años,
que está magnetizada por un joven. Al mismo
tiempo, narra su vidita diaria al lado de un hombre
viejo con quien incineró su juventud.
Pienso que el personaje principal del libro
es la entonación que se consigue en la
coalición de idiomas. La lectura en voz
alta de un párrafo o de un capítulo
deja en la experiencia de uno los ruidos de una
música diferente, de armonías difíciles,
donde navegan sobre las olas grandes barcos de
arpas, guitarras y tambores.
La historia pasa en el balneario brasileño
de Guaratuba, un sitio a donde se va de vacaciones
la clase media paraguaya. El lugar hacia donde
huyó el dictador Alfredo Stroessner. Bueno
escenifica allí otra función de
magia porque disuelve las fronteras y funda un
territorio sin leyes para los hombres ni para
los idiomas.
Mar paraguayo es una obra que tiene mucha importancia
en la historia de la literatura en Hispanoamérica
y, en particular, en el Cono Sur. Su autor había
publicado ya Bolero Bar y Manual de zoofilia.
Para dejarla fría en un archivo, ésta
es una novela neobarroca de amor, pero su autor
no está tan seguro: "Narrar sí,
pero a partir de que los relatos fuesen atomizados
por la poesía. Yo siempre busqué
una prosa que no descalificase la cintilación
con la poesía".
Hay quien cree que el halo poético del
texto se recibe de inmediato porque está
escrito en portuñol, rociado con elementos
simbólicos del guaraní. Mar paraguayo
es comprensible para cualquier lector de lengua
castellana, aunque a veces piense que naufraga
en un vocablo guaraní de fuerza cinco.
A juicio de muchos críticos, a pesar del
matrimonio con el portugués y de las apariciones
del guaraní en esa desapacible convivencia,
la novela se inscribe en la tradición de
las literaturas hispanoamericanas.
Lo que conjuga Bueno en este mar es, además
de las corrientes de palabras de los tres idiomas
y la prosa y el verso, una variedad de razas,
culturas y mitos.
Wilson Bueno crea un mar y esta caótica
rebambaramba de lenguajes para llegar a un párrafo
como éste: "Mi desamparo sería
menor acaso non houvesse a estas horas tan y tantas
estos silencios longos, diagonais del abismo:
la octaedra florita de consistencia imortal: la
persigo de paño y pañuelo: la consistencia:
el nudo vivo microscópica acentuación
de que todo pueda embaralharse en una sola agujada:
fatal".
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