Aniversario
Adolfo Rivero Caro, El
Nuevo Herald, 27 de enero de 2006.
En este próximo aniversario del nacimiento
de José Martí también se
cumplirá el aniversario 30 de la fundación
del Comité Cubano pro Derechos Humanos,
la primera organización disidente y de
la que se derivó el vasto movimiento de
oposición que actualmente existe en la
isla. Desde su fundación en 1976, el CCPDH
tuvo una posición muy definida frente a
Fidel Castro y al comunismo. No era una posición
fácil.
A mediados de los años 70, la URSS parecía
hallarse en el apogeo de su poder. El triunfo
del Vietcong en 1975 había puesto a toda
Indochina del lado sinosoviético. Los Acuerdos
de Helsinki de 1975 parecían consolidar
la división de Europa. Tropas cubanas con
ayuda soviética intervenían en la
guerra civil de Angola, convirtiendo el país
en un satélite de la URSS. Una junta militar
(Derg) había tomado el poder en Etiopía.
Dos años después, tropas cubanas
combatirían contra el ejército somalí
en la provincia etíope de Ogaden para convertir
a Etiopía en otro satélite soviético.
A través de Cuba, la URSS conseguía
una fuerte base operativa en Africa. El comunismo
parecía una fuerza incontenible. Muchos
intelectuales adoptaban la teoría de la
convergencia en el convencimiento de que el socialismo
era una tendencia mundial inevitable.
Nuestro movimiento de derechos humanos surgió
como una iniciativa estrictamente cubana que durante
bastante tiempo careció prácticamente
de toda simpatía o solidaridad en el exterior.
A todo el mundo le costaba trabajo creer que ese
abierto desafío al régimen no fuera
sino una astuta provocación. Poco a poco,
sin embargo, la obstinación suicida de
Ricardo Bofill fue convenciendo a unos pocos simpatizantes
de la importancia de utilizar el tema de los derechos
humanos como un arma de lucha contra la dictadura
totalitaria de Fidel Castro.
Aunque fue un proceso inspirado mucho más
en la efectividad práctica que en consideraciones
teóricas, los que iniciamos este movimiento
nos fuimos dando cuenta, poco a poco, de la profundidad
del concepto de los derechos humanos. El nazifascismo,
decíamos, consideraba que había
segmentos completos de la sociedad --los judíos--
que eran profundamente hostiles a la nación
y que debían ser exterminados, inclusive
físicamente. A los judíos, por consiguiente,
no se les podían reconocer derechos. Los
comunistas, por su parte, consideraban que los
propietarios de los medios de producción
(la burguesía, los empresarios) explotaban
a los trabajadores, generando de esa forma la
pobreza, el delito, la prostitución y todos
los males sociales. Si se acabara con los propietarios
privados, inclusive físicamente de ser
necesario, no habría explotadores ni explotados
y se acabarían los males sociales. Pero,
por supuesto, se empezaba negándoles sus
derechos a los grandes propietarios y se terminaba
negándoselos a los que tenían un
puesto de fritas. Ni nazis ni comunistas podían
reconocer los derechos inalienables de todos los
seres humanos.
En términos ideológicos y culturales,
lo que hizo nuestro movimiento fue rescatar la
idea de los derechos individuales inalienables.
Estas ideas son el fundamento mismo de la civilización
occidental y sus raíces están en
Grecia, Roma y nuestra herencia judeocristiana.
Estas ideas de los derechos de cada individuo
--independientemente de raza, clase, origen nacional
o creencia religiosa-- estuvieron bajo duro ataque
en el siglo XX y lo siguen estando hoy, porque
algunos llamados ''progresistas'' pretenden darles
preferencia a los derechos tribales de ciertos
grupos.
La dictadura cubana tiene que reconocer los derechos
humanos formalmente, porque Cuba es signataria
de la Declaración de los Derechos Humanos
de 1948 y resultaría políticamente
suicida denunciarlos. Los mínimos ''derechos''
que se les conceden ocasionalmente a los opositores,
sin embargo, no son derechos, sino renuentes concesiones
de una dictadura temerosa de la condena de la
opinión pública internacional, del
aislamiento político que eso conlleva y
de la posibilidad de que eso facilite tomar medidas
en su contra. Es en ese mínimo espacio
político, en esa fisura, como decía
nuestro inolvidable Reynaldo Bragado, que empezamos
una nueva etapa en el enfrentamiento contra la
dictadura. Fuimos herederos del presidio histórico,
de los primeros héroes y mártires
que se enfrentaron contra el totalitarismo y entre
los que se encuentra mi propio hermano, Emilio
Adolfo Rivero.
Los grupos que han mantenido y desarrollado esa
lucha en Cuba, los valientes compañeros
de Gustavo Arcos, Marta Beatriz, Vladimiro, Payá,
Elizardo, Elías Biscet, Héctor Palacios
y tantos otros, ahora tienen, al menos, la certidumbre
de que sus ideas han triunfado, de que enfrentan
un poder podrido hasta la médula y de que
el futuro les pertenece. Esto no es estímulo
para los débiles. Pero, en definitiva,
los débiles nunca han hecho historia.
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