PRENSA INTERNACIONAL
Enero 24, 2006
 

Un Frankenstein para la democracia

Raúl Rivero, El Nuevo Herald, 22 de enero de 2006.

Madrid -- Los muchachos le cogieron el gusto. No quieren irse. Qué maravilla, en el poder y la abundancia nada más que por aplaudir. Por decir que sí, que cómo no, que está muy bien, pero muy bien, tremenda revolución.

No se quieren mover de las oficinas con aire acondicionado, ni descender de los autos nuevos que reciben como regalos para fajarse con la vida en un camello o en un almendrón americano o en el equilibrio de una bicicleta china. Ni aunque les den candela. Total, si lo único que hay que hacer es atacar a los americanos, golpear a unos ilusos allí adentro, apoyar con entusiasmo cuando vayan a las cárceles y denigrar (en público, entre camaradas. En privado, respeto por la familia) a los cubanos que tuvieron que irse a vivir lejos.

Muy fácil. Levantarse cada mañana y adivinar los caminos en el Granma. Seguir con atención la línea y enredarse con ella verbalmente hasta que se haga de noche. Si acaso, elevar un poco el tono en el verano para entrar en un fasten, es decir, un viaje a Venezuela, por ejemplo, y otro a México, siempre a asuntos de estado, trascendentes, con mucho portafolio y mucha cita del comandante y de José Martí.

Todo menos dejar el poder. ¿Que no aparece nadie capaz de seguir la corriente que nos conviene? Se inventa. Este es un pueblo de inventores. Se inventa, para eso está el partido, para orientarles a los científicos, todos de fama mundial, todos con un alto nivel de sacrificio, que deben producir un nuevo líder con las características de los que no se quieren ir, de los tercos, los fijos, los severos, los defensores de las conquistas, de sus conquistas personales.

Así es que a trabajar en alguien con el carisma de Abel Prieto, la simpatía de Carlos Lage, el don de gente de Pérez Roque (de él se podría aprovechar también el rostro), la honestidad de Ricardo Alarcón, el arraigo popular de Otto Rivero, la inteligencia de Pedro Ross y la simpatía y la capacidad de diálogo, la amplia cultura de Randy Alonso.

Ya está. Hay otras combinaciones, pero con ésta los empecinados compañeritos de mil batallas podrán salir victoriosos de la que más les interesa: mantenerse en el sitio adonde llegaron porque el dictador los eligió.

Eso sí, no se vayan a apresurar. Calma. No traten de entrar al puesto de mando ni con un minuto de adelanto. Se sabe que la impaciencia es mucha, que la ambición es grande, pero sean discretos, prudentes, muestren aunque sea un poco de tristeza, un repunte de angustia y mucha parsimonia en los últimos pasos. Pueden perfectamente ser los últimos. Tómenle con precisión el tiempo a la muerte.

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