No
hay lío, asere, no hay lío
Manuel Vázquez Portal,
El
Nuevo Herald, 1 de enero de 2006.
Vicente Baró Crespo fue mi mejor amigo
de infancia y adolescencia. Es negro. Alto. Flaco.
Le decíamos Varilla. No nos parecemos en
nada. Sólo las igualdades naturales: un
cerebro, dos manos, veinte dedos. Nunca quisimos
ser iguales. Defendíamos nuestras diferencias
como individuos. Y esa defensa de la individualidad
no nos polarizaba hasta el antagonismo beligerante.
Coexistíamos en la armonía que dimana
del respeto. Teníamos nuestras leyes y
cumplíamos esa legislación que,
aunque tácita y privada, nos aseguraba,
con similitudes y diferencias, hacer un todo común
para la convivencia.
El, sobresaliente en química, me ayudaba
para sortear el aprieto de los exámenes;
yo en literatura lo salvaba de lo enrevesado de
una metáfora. Nuestra independencia se
basaba, sin que tuviéramos conciencia de
ello, en la interdependencia. El, un bromista;
yo, un seriote. Yo audaz, él apocado. Eramos
amigos, quizás, porque nos complementábamos.
Aprendí algunas bromas para contemporizar
con los demás y él aprendió
algunos poemas para conquistar muchachas. Nos
necesitamos y nos ayudamos mutuamente. Así
de simple era entonces la vida.
Pero la niñez escapa raudamente y la adolescencia
nos cunde de dudas y confirmaciones. Para parecer
cultos nos armamos de teorías inusitadas
y de palabrejas rebuscadas. Para parecer inteligentes
recurrimos a sofismas huecos y a galimatías
cautelosos. Perdido ya el sabio candor y la crueldad
inofensiva del niño, comenzamos a apoltronarnos,
lo más cómodamente posible, en el
veleidoso butacón de la adultez. Arranca
el paseo por el filo de la navaja.
Negro, referido a personas, ya no es un color,
sino un concepto con connotaciones etnológicas,
antropológicas, históricas, sociales,
económicas, políticas. El enredo
es padre. Y entonces aquel cordial ''¡Dime,
negro!'' con que yo saludaba a Baró puede
ser motivo de largas elucubraciones epistémicas,
interminables debates científicos, ardorosas
campañas públicas. Y el ''No hay
lío, asere, no hay lío'' con que
me contestaba puede dar pie desde para profundas
especulaciones socioculturales hasta para sustanciosos
estudios lingüísticos comparativos
donde el significante asere, así, escrito
con s, deviene alfa y omega de la problemática
racial histórica, cuando realmente lo único
que significa es hermano, y en ese sentido me
lo decía Vicente.
Las relaciones humanas, a mi modo de ver, las
más de las veces están muy distantes
de los conceptos de laboratorio con que se pretenden
explicar. Si una vez José Martí,
en sus específicas condiciones históricas,
afirmó: Hombre es más que blanco,
más que negro, más que mulato, para
zanjar las tendencias discriminatorias de la época,
y sobre todo el latente miedo al negro después
de la experiencia de la revolución haitiana,
y convocar bajo un solo blasón a los veteranos
de la guerra de 1868, hoy ese mismo concepto antidiscriminatorio
se torna discriminativo porque en él la
mujer puede sentirse discriminada, y ya se sabe
el desempeño de la mujer en todos los procesos
históricos cubanos; el propio Martí
lo enaltece: Las campañas de los pueblos
sólo son débiles cuando en ellas
no se alista el corazón de mujer.
Pero no se trata ahora de melancolías
o nostalgias pueriles idealizadas por la pérdida
de la niñez, ni se trata de alelantes lisonjas
poéticas para que el discurso --sólo
el discurso-- resulte embellecido, o de embaucadores
piropos políticos para que la brasa quede
más cerca de la sardina propia. Se trata
de un grave problema civil en el que Cuba se encuentra
atascada desde siglos antes de que la actual alharaca
por la cuestión racial cobrara agallas
y resonancias, otra vez. Un problema civil que
atañe a toda la población cubana.
Y es la falta de espacios legales para dirimir
las demandas, ya sociales, políticas o
económicas, de la ciudadanía. Mientras
no se alcance un estado de derecho con instituciones
verdaderamente fuertes no habrá solución
real para los problemas de ninguna parte de la
ciudadanía. No son las leyes las que resuelven
los problemas sociales, sino el respeto a esas
leyes. Y el respeto a las leyes lo adquieren los
pueblos en el ejercicio de la libertad y la democracia
respaldados por un poder legislativo autónomo,
estable, incorruptible.
En Cuba, según las leyes, no existe el
racismo, entonces, ¿por qué la población
negra se queja de su existencia, por qué
en el politburó la presencia negra es de
apenas un 15%, por qué, según datos
de la propia fiscalía cubana, en 1987,
de un total de 647 casos juzgados por ''peligrosidad''
465 eran negros, por qué más del
75% de la población penal cubana es negra
si en el censo de población y vivienda
de 2002 se afirma que sólo el 35% de la
población general del país es de
negros y mestizos? Sí hay lío, asere,
sí hay lío.
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