Lo
que el golpe unió lo desunirá la muerte
Carlos Alberto Montaner, El
Nuevo Herald, 23 de abril de 2006.
Ignacio Ramonet, el director del periódico
mensual francés Le Monde diplomatique,
ha publicado una falsa-verdadera entrevista a
Fidel Castro. Falsa, porque es un trabajo de goma
y tijera, como demostró el escritor Arcadi
Espada en España. Verdadera, porque se
trata, realmente, de opiniones y frases del dictador
pronunciadas en distintas oportunidades, ahora
convenientemente unidas y oficialmente editadas
con una evidente intención propagandística.
¿Qué dice la entrevista que vale
la pena retener? Dice que Fidel Castro salvó
a Chávez durante el golpe militar que lo
sacó del poder durante 24 horas el 11 de
abril del 2002. Según el comandante, gracias
a su esfuerzo personal, a sus constantes llamadas
a los golpistas, a los oficiales chavistas y a
los jefes de gobierno de medio mundo, logró
mantener a Chávez con vida hasta que los
militares le devolvieron la autoridad al asustado
presidente, quien, a la sazón, ya había
renunciado a su cargo, como en su momento revelara
el general Lucas Rincón, jefe del ejército
venezolano.
Pero más notable que esa afirmación,
fundamentalmente cierta, es la razón por
la que ahora se divulga: Castro quiere demostrarles
a los chavistas que si continúan mandando
y enriqueciéndose sin límite en
Venezuela es debido a su oportuna intervención
en aquellos momentos dramáticos. No deben,
pues, quejarse sotto voce del astronómico
subsidio económico con que Chávez
remunera a La Habana por los servicios prestados
(más de $2 mil millones hasta la fecha),
ni de los cien mil barriles de petróleo
que llegan a las costas cubanas todos los días
(más de la mitad de lo que consume la isla),
ni de los cuantiosos créditos a fondo perdido
graciosamente concedidos para adquirir en Venezuela
muchos de los productos que necesita la desastrosa
economía cubana.
Por la otra punta de esas inmensas dádivas,
que ya casi alcanzan al monto de las proporcionadas
por los soviéticos en los años noventa,
está la labor intensa de más de
veinte mil médicos, enfermeros y dentistas
cubanos en los barrios pobres de Venezuela; la
reorganización de los servicios de inteligencia
venezolanos por cuenta de los infatigables espías
cubanos; la asesoría en el Ministerio de
Relaciones Exteriores de Caracas, donde los agentes
de Castro hasta redactan las comunicaciones oficiales;
y la coordinación de la imagen internacional
de Chávez y del chavismo a cargo de las
laboriosas redes del Instituto Cubano de Amistad
con los Pueblos, un brazo siniestro y eficiente
de la inteligencia cubana adiestrado por el KGB
en los años sesenta.
La ironía de esta creciente simbiosis
entre Cuba y Venezuela es que realmente se intensificó
a partir del fracaso del golpe de abril de 2002.
Fue entonces cuando Chávez descubrió
que necesitaba el consejo y el auxilio del dictador
más viejo y experimentado del mundo para
mantenerse en la presidencia, mientras Castro
vio en los enormes recursos de Venezuela una fuente
inagotable de riqueza para poder sostener su improductivo
sistema económico sin necesidad de hacer
cambios a la China o a la Vietnam, como deseaban
ciertos reformistas dentro de su propio régimen.
Pero hay más: como consecuencia de los
íntimos lazos surgidos entre Castro y Chávez
tras el episodio del golpe de 2002, maestro y
discípulo llegaron a la peregrina conclusión
de que lo conveniente para que no se rompieran
esos vínculos tras la previsible muerte
de Fidel, dado que el comandante está muy
enfermo y cumplirá ochenta años
en agosto del 2006, era federar los dos países
dentro de una misma entidad política. Decisión
que confirma la reciente declaración en
Caracas de Carlos Lage, vicepresidente del Consejo
de Estado, en la que afirmó que Cuba tenía
dos presidentes, Castro y Chávez, y el
posterior discurso del canciller cubano Felipe
Pérez Roque en el mismo sentido, designado
por Castro como virrey dentro de ese Estado bicéfalo
que subrepticiamente intentan poner en marcha
de manera inconsulta, tanto en Cuba como en Venezuela.
Lo que estamos viendo, pues, es una vigorosa
campaña de persuasión, dirigida
tanto a cubanos como a venezolanos, para que ambos
pueblos, y las clases dirigentes de los dos países,
admitan la conveniencia de unir las dos naciones.
Lo probable, sin embargo, es que eso no suceda
nunca o que fracase el intento. Dentro de Cuba,
Chávez y el chavismo se perciben como un
deprimente espectáculo de payasos ineptos
y corruptos. Mientras tanto, para la inmensa mayoría
de los venezolanos, preocupados por su propia
pobreza, que abarca a la mitad de la población,
Cuba es un país del cuarto mundo al que
no tienen intención de subsidiar indefinidamente,
y mucho menos aceptar como fuente de liderazgo
político. Cuando muera Castro, pues, lo
predecible es que ese matrimonio se disuelvarápidamente.
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