PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 29, 2006
 

Tom y Jerry van a Cuba

Alejandro Armengol, El Nuevo Herald, 28 de agosto de 2006.

Tom y Jerry tienen un grave problema. Su actitud viciosa e irresponsable los ha convertido en sujetos no aptos para menores. El canal de televisión infantil Boomerang va a editar algunas escenas de la serie de dibujos animados, en las que los personajes aparecen fumando. Todo se debe a que el organismo regulador de los medios de comunicación británico ha abierto una investigación sobre la serie, tras recibir una denuncia de un espectador que consideraba que esas escenas no eran apropiadas para el público infantil.

Tanto la queja como la medida me parecen una soberana estupidez. No es por gusto que los ingleses siguen arrastrando a un oportunista hipócrita como Tony Blair de primer ministro. Ningún niño se va a convertir en fumador por ver un cartoon en que un gato fuma. Más me preocupa que existan padres tan fanáticos que anden persiguiendo escenas insignificantes. Lo que sí me produce temor es que un canal de televisión, como ha ocurrido en este caso, ceda y proponga la edición de estas imágenes.

Pongo el ejemplo del gato y el ratón para demostrar que en todas partes acechan los censores, y que más de una institución, por motivos económicos o políticos, está dispuesta a adoptar la línea más fácil: no buscarse problemas y complacer a un público determinado.

La campaña por expulsar el libro infantil Vamos a Cuba de las bibliotecas de las escuelas públicas del condado Miami-Dade guarda puntos de contacto con el anterior ejemplo británico, pero va más allá que cualquier polémica entre la censura y la libre expresión.

El pedido de un padre para que se retire de los anaqueles un libro, que no es de obligatoria lectura para los escolares, evidencia ante todo una sensación de impotencia. Este no es capaz de garantizarle a su hija una educación lo suficientemente sólida, que la haga inmune a las mentiras que aparecen en un texto con pocas palabras. Este residente de Miami no confía en la fortaleza de la educación familiar, escolar y de la comunidad. Tampoco en su capacidad como padre, para ayudar a su hija a adquirir las capacidades que le permitan discernir entre lo falso y lo verdadero gracias a contar con diferentes opciones en una sociedad libre.

Esta impotencia lo ha llevado a recurrir a las autoridades, los políticos y los líderes comunitarios. Su actitud es similar a la adoptada --de forma voluntaria o por medios coercitivos-- en las sociedades cerradas, donde se recurre a la autoridad para que ésta decida por el individuo lo que éste puede o no leer. Dicha autoridad puede ser el Estado o las organizaciones en el poder. En este caso se ha querido otorgar ese poder de veto a la Junta Escolar, cuando lo más lógico es aumentar las opciones de lectura a disposición de los alumnos.

Más paradójico resulta aún esa falta de fe en el ser humano, entre miembros de una comunidad exiliada. En Miami hay miles de residentes que atestiguan el valor de las creencias personales, por encima de cualquier intento de imposición de valores e ideas: ¿cuántos educados en el régimen cubano no viven aquí ahora, sin que lo inculcado en las aulas socialistas, los años de llevar la pañoleta de pioneros y los discursos de Fidel Castro --repetidos una y mil veces-- lograran convencerlos de la cacareada superioridad del régimen? Y son ciudadanos que fueron sometidos a un verdadero plan de inculcarles determinados valores, porque hablar de ''adoctrinamiento'' en el caso del libro Vamos a Cuba es tan idiota como creer que por culpa de la serie de Tom y Jerry vamos a ver a los niños británicos entregados al vicio de fumar. Pero todos estos argumentos ya han pasado a un segundo plano y ni siquiera tiene sentido hablar de polémica. Lo que queda ahora es el afán de algunos funcionarios, y en especial del aspirante a un escaño en el senado estatal, Frank Bolaños, de obtener dividendos políticos y publicidad gratuita gracias al caso.

Basta escuchar cualquiera de sus anuncios políticos pagados. Su campaña gira en torno a presentarlo como un paladín de los valores conservadores y un abanderado contra las ideas ''liberales''. Dice estar dispuesto a velar por el dinero de los contribuyentes, pero no duda ni un momento en llevar adelante un proceso costoso, por un libro en que hasta hace muy poco debe haber estado acumulando polvo en los estantes de las bibliotecas escolares. Si este político está dispuesto a ese despilfarro ahora, es mejor prepararse para si llega el momento de que su voz y voto cuenten en el presupuesto floridano.

Los electores deben olvidarse del debate sobre el pequeño libro, considerarlo en su justo valor de maniobra política, percatarse que una vez más la demagogia vuelve a utilizarse como la escalera perfecta para llegar al poder. Recordar el precio que Miami ha pagado en anteriores ocasiones, al elegir un candidato cuya campaña se ha fundamentado en la fanfarria y el populismo.

aarmengol@herald.com

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