Una
revolución que se rajó como una caña brava
Nicolés Pérez,
El
Nuevo Herald, 08 de agosto de 2006.
La revolución cubana fue fresca e innovadora
en sus inicios, luego se destruyó cuando,
por las necesidades inevitables de su desarrollo,
le facturó a su pueblo medidas que iban
en contra de la propia naturaleza del hombre.
Los hermanos González eran cuatro: Yusmín,
Eduardo, Yamelia y Milady. Nacieron en Cárdenas
en los años soviéticos de los 70.
El padre, Juan, jefe de milicias; la madre, Charito,
presidenta del comité de defensa de la
cuadra. De odios antiguos y resabios radicales
esta familia era el típico nervio central
de la epopeya castrista en los últimos
47 años, un 10 por ciento de la población
que a fuerza de fanatismo, agallas y bravuconería
ha mantenido a raya al 90 por ciento restante,
mayoría silente, más acobardada
que un ratón desarmado rodeado por cien
gatos furiosos que empuñan un AK-47.
Desde que abrieron los ojos al mundo a los niños
los vistieron de pioneros. Todavía criaturas
y ya querían ''crear uno, dos, tres, muchos
Viet Nam'' en el círculo infantil. Ignoraban
quién era el diablo porque jamás
recibieron clases de catecismo, pero conocían
a la perfección al imperialismo norteamericano.
Ningún buen samaritano les dijo media palabra
sobre democracia, libertad o tolerancia.
Un día la revolución amaneció
bravísima y bautizó a los que abandonaban
la isla de escoria. Los hermanos mayores partieron
como flechas a participar en actos de repudio.
Milady, más platano maduro casi de sinsonte,
fue a despedir con lágrimas en los ojos
a su tía Violeta, que era santera y escapaba
por el Mariel. Primera vacilación de los
González, en este caso por el humano gesto
de colocar la familia por encima de la ideología.
El resto de los González condenaron a Milady.
Ella, como tenía jeta pasajera y cuerpo
democrático, es decir, casi perfecto, tomó
un ómnibus rumbo a La Habana y se metió
a jinetera. Error como acto de justicia.
¿Siguiente víctima? Eduardo. Cubrió
el servicio militar en Oriente y cuando regresó
al terruño se encontró que en Varadero
se había declarado el apartheid turístico
y la arena había sido asaltada por españoles
de la calaña de Valeriano Weyler y el obrero
cubano había pasado a ser mano esclava
de consorcios de almas muertas como los Sol Meliá
y los Guitart. Eduardo no dijo ni pío,
y como no hay quien soporte ser en su propia tierra
ciudadano de segunda, un primero de mayo se lanzó
a la calle gritando como un alucinado consignas
antiimperialistas y esa misma noche partió
hacia Miami en una precaria balsa, porque ¿acaso
se había transformado la humanista revolución
cubana en capitalismo salvaje?
Yusmín y Yamelia no perdieron bríos
porque la era estaba pariendo un corazón.
Pero todo se complicó por una bobería.
Eligieron a Yusmín miembro del Partido
Comunista. En el acto lo visitó Seguridad
y le pidió que sin ser obligatorio, si
lo creía oportuno, hiciera un informe sobre
los atisbos de contrarrevolución que lo
rodeaban. Se tangueó y escribió
un mamotreto más largo que el Juan Cristóbal
de Romain Rolland. Eso lo perdió. Al mes
lo volvieron a visitar y le reclamaron que informara
con pimienta y sal. Entonces comenzó a
acusar en su derredor hasta a la Virgen de la
Caridad por salvarle la vida a tres balseros cubanos
que huían hacia Estados Unidos. Y es que
Yusmín tenía una pinta de chiva
tan evidente que nadie perdía prenda en
su presencia. La tercera entrevista con aquellos
pit bull fue crítica, perdiendo el más
mínimo asomo de decencia lo conminaron
a que entregara información de su padre
Juan González y su madre Charito. Se sintió
violado. Si le pedían esto a Yusmín,
como dos por dos son cuatro, ¿desde hacia
cuánto tiempo su padre y madre, más
comprometidos con el sistema, informaban sobre
él a la Seguridad? Era el dale al que no
te dio del arte de la suprema chivatería.
Casi vomita, el dolor fue tan grande que renunció
a su familia y al partido y se fue a cazar cocodrilos
a la Ciénaga de Zapata con una pregunta
lacerándole el alma: ¿para que cesara
''la explotación del hombre por el hombre''
era necesario obligar al prójimo a traicionar
su propia sangre?
Yadelia, el último buchito rojo de los
González, un día descubrió
que Cuba era el paraíso de las máscaras,
lo que decías no era lo que pensabas. Y
la más inesperada de las mañanas
amaneció disidente, y porque en política
los saltos bruscos son espiritualmente sospechosos,
no corrió como una liebre hacía
la extrema derecha, y se sumó al Partido
Socialista de Vladimiro Roca.
Así concluyó la saga de los González
con una enseñanza. A las revoluciones no
las destruyen ni los bloqueos, ni las malas gestiones
económicas, ni las agresiones de los enemigos,
sino, sin lugar a dudas, el ir en contra de la
naturaleza humana.
nicop32000@yahoo.com
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