PRENSA INTERNACIONAL
Octubre 3, 2005
 

Ensayo sobre el terror

Raúl Rivero. El Nuevo Herald, 2 de octubre de 2005.

Los abrumados líderes políticos, los expertos internacionales, las legiones de asesores y consejeros que devoran canapés en reuniones planetarias no consiguen ponerse de acuerdo acerca de la definición exacta del terrorismo. Aquí tienen un consejo sano: vayan a Cuba.

Allí, a un salto en avión de la ONU, con una visita de 24 horas, van a tener una experiencia magnífica que les hará rebosar los archivos de sus ordenadores, los convertirá en especialistas de primera línea en las alternativas, las ondulaciones, el drama de lo que es, al menos, terrorismo de estado.

Necesitan, claro está, autorización de los recelosos guardianes de esa isla, según los propagandistas oficiales un bastión inexpugnable y un queso gruyre. Esa metáfora castrense y gastronómica alude --en la mejor tradición de la agitación política norcoreana-- a la fortaleza de las defensas militares y a la prevención, mediante miles de túneles, para eventuales bombardeos masivos.

Una vez cumplidos los trámites formales, que deberán someterse a las competencias de los más altos niveles, los visitantes tendrán que adquirir uno o varios diccionarios de la Real Academia Española. Los traductores del castellano les harán saber las decisiones de los sabios sobre el tema.

La primera propuesta de definición dice: dominación por el terror. Así sencillamente. Después, es más rotundo y fotográfico: sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

Si ya están los viajeros en aquel territorio nacional, con sus doradas tarjetas de créditos (es otra exigencia gubernamental) y sus librotes de la RAE, irán a Santa Clara, por ejemplo, a que el periodista Coco Fariñas les cuente cómo una partida de defensores del Estado lo golpeó al salir de una estación de policía, en presencia de varios impávidos agentes del orden y defensores de la constitución.

Los golpes dolían en la piel y en los huesos del comunicador, pero sus remisiones iban hacia quienes se los propinaban, hacia los transeúntes pasmados y hacia todos aquéllos que recibirían después una versión del episodio, siempre narrada en tiempo de guaguancó.

Podrán pasar por la casa pobrísima y liliputiense del abogado Juan Carlos Leyva, en Ciego de Avila, y escuchar los relatos de los últimos 10 años de su vida en calabozos, bajo presiones, pistoletazos en la cabeza y mítines de repudio con coro infantil y orquesta de bufones.

Que se detengan a ver las condiciones de vida del preso Arnaldo Ramos Lauxeriques y las de Adolfo Fernández Saíz y Antonio Díaz, para que ellos den detalles de las palizas y castigos que les administran los carceleros del gobierno que tiene siempre una lágrima de guardia para los pobres del mundo y un médico para dondequiera que el oportunismo político tenga fiebre.

En Guantánamo, que tomen un refrigerio en la celda de Arroyo. De Víctor Rolando Arroyo, ahora que él está grave en el hospital de reclusos después de una huelga con la trata de quitarse de encima las manoplas, las humillaciones, los maltratos, que repercuten en el otro extremo de Cuba, en Pinar del Río, donde la familia, los amigos, los vecinos, la feligresía de su iglesia comparten el sufrimiento de su condena a 26 años.

Los expertos, a Matanzas, a Pedro Betancourt, a la casa de tablas --incierta y terciada-- en la que Gloria Amaya reza por sus cinco hijos, dos de ellos presos, Guido y Ariel Sigler. Donde se desvela por Miguel, sacado por la fuerza del avión que lo llevaba a la libertad con su familia y congelado hoy en un limbo legal, después de cumplir también varios años de cárcel.

A recorrer los sitios donde no dejan reunir a los grupos pacíficos porque el Estado instala un escuadrón de gritones oficiales a lanzar improperios y amenazas, cuando no son piedras y palos y paquetes de excrementos y fango. Donde rodean y golpean a quienes se atreven a aproximarse a las viviendas marcadas.

Sí. Eso es terror difundido desde el poder. Fuerza y violencia para castigar a los rebeldes y lecciones al aire para que los demás se aterroricen. Eso, y las llamadas telefónicas, las citas a los cuarteles, las amenazas, las señas, los mensajes, los tirones de oreja en los parques públicos. Las corrientes de pavor soterrado.

Voy a parafrasear al poeta: eso, terror, quien lo sufrió lo sabe.

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