Ensayo
sobre el terror
Raúl Rivero. El
Nuevo Herald, 2 de octubre de 2005.
Los abrumados líderes políticos,
los expertos internacionales, las legiones de
asesores y consejeros que devoran canapés
en reuniones planetarias no consiguen ponerse
de acuerdo acerca de la definición exacta
del terrorismo. Aquí tienen un consejo
sano: vayan a Cuba.
Allí, a un salto en avión de la
ONU, con una visita de 24 horas, van a tener una
experiencia magnífica que les hará
rebosar los archivos de sus ordenadores, los convertirá
en especialistas de primera línea en las
alternativas, las ondulaciones, el drama de lo
que es, al menos, terrorismo de estado.
Necesitan, claro está, autorización
de los recelosos guardianes de esa isla, según
los propagandistas oficiales un bastión
inexpugnable y un queso gruyre. Esa metáfora
castrense y gastronómica alude --en la
mejor tradición de la agitación
política norcoreana-- a la fortaleza de
las defensas militares y a la prevención,
mediante miles de túneles, para eventuales
bombardeos masivos.
Una vez cumplidos los trámites formales,
que deberán someterse a las competencias
de los más altos niveles, los visitantes
tendrán que adquirir uno o varios diccionarios
de la Real Academia Española. Los traductores
del castellano les harán saber las decisiones
de los sabios sobre el tema.
La primera propuesta de definición dice:
dominación por el terror. Así sencillamente.
Después, es más rotundo y fotográfico:
sucesión de actos de violencia ejecutados
para infundir terror.
Si ya están los viajeros en aquel territorio
nacional, con sus doradas tarjetas de créditos
(es otra exigencia gubernamental) y sus librotes
de la RAE, irán a Santa Clara, por ejemplo,
a que el periodista Coco Fariñas les cuente
cómo una partida de defensores del Estado
lo golpeó al salir de una estación
de policía, en presencia de varios impávidos
agentes del orden y defensores de la constitución.
Los golpes dolían en la piel y en los
huesos del comunicador, pero sus remisiones iban
hacia quienes se los propinaban, hacia los transeúntes
pasmados y hacia todos aquéllos que recibirían
después una versión del episodio,
siempre narrada en tiempo de guaguancó.
Podrán pasar por la casa pobrísima
y liliputiense del abogado Juan Carlos Leyva,
en Ciego de Avila, y escuchar los relatos de los
últimos 10 años de su vida en calabozos,
bajo presiones, pistoletazos en la cabeza y mítines
de repudio con coro infantil y orquesta de bufones.
Que se detengan a ver las condiciones de vida
del preso Arnaldo Ramos Lauxeriques y las de Adolfo
Fernández Saíz y Antonio Díaz,
para que ellos den detalles de las palizas y castigos
que les administran los carceleros del gobierno
que tiene siempre una lágrima de guardia
para los pobres del mundo y un médico para
dondequiera que el oportunismo político
tenga fiebre.
En Guantánamo, que tomen un refrigerio
en la celda de Arroyo. De Víctor Rolando
Arroyo, ahora que él está grave
en el hospital de reclusos después de una
huelga con la trata de quitarse de encima las
manoplas, las humillaciones, los maltratos, que
repercuten en el otro extremo de Cuba, en Pinar
del Río, donde la familia, los amigos,
los vecinos, la feligresía de su iglesia
comparten el sufrimiento de su condena a 26 años.
Los expertos, a Matanzas, a Pedro Betancourt,
a la casa de tablas --incierta y terciada-- en
la que Gloria Amaya reza por sus cinco hijos,
dos de ellos presos, Guido y Ariel Sigler. Donde
se desvela por Miguel, sacado por la fuerza del
avión que lo llevaba a la libertad con
su familia y congelado hoy en un limbo legal,
después de cumplir también varios
años de cárcel.
A recorrer los sitios donde no dejan reunir a
los grupos pacíficos porque el Estado instala
un escuadrón de gritones oficiales a lanzar
improperios y amenazas, cuando no son piedras
y palos y paquetes de excrementos y fango. Donde
rodean y golpean a quienes se atreven a aproximarse
a las viviendas marcadas.
Sí. Eso es terror difundido desde el poder.
Fuerza y violencia para castigar a los rebeldes
y lecciones al aire para que los demás
se aterroricen. Eso, y las llamadas telefónicas,
las citas a los cuarteles, las amenazas, las señas,
los mensajes, los tirones de oreja en los parques
públicos. Las corrientes de pavor soterrado.
Voy a parafrasear al poeta: eso, terror, quien
lo sufrió lo sabe.
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