Narcos
robolucionarios
Víctor Llano, Libertad
Digital. España, 18 de mayo de 2005.
En Cuba no se mueve nada ni nadie sin que lo
consienta la policía. Mucho menos algo
tan rentable como la droga que tantos beneficios
aporta a la familia Castro. Son ellos los jefes
de todos los camellos y los dueños de toda
su mercancía Lo que la insoportable propaganda
castrista califica como "batalla de las ideas"
y que no es más que la más pueril
de las patrañas comunistas mil veces coreada,
se financia en gran parte gracias al tráfico
de drogas. Aunque Cuba es hoy una miserable y
enorme prisión, lo cierto es que está
muy bien situada en una de las rutas más
importantes de la cocaína. Por las playas
del Máximo Líder desfila de todo
y nada bueno. Desde turistas sin entrañas
que son capaces de disfrutar sirviéndose
del sufrimiento de miles de jineteros adolescentes,
hasta lanchas rápidas atiborradas de cocaína
en busca del mejor postor. Una parte muy pequeña
de la carga se la quedan los capos de los camellos
del régimen que pululan en torno a los
hoteles del apartheid. Pero hasta ahí el
negocio es pequeño -pura afectación
postmoderna- los verdaderos beneficios lo obtienen
de lo mucho que venden a los narcos de Miami.
Al frente de tan medular negociado Castro colocó
a su hermano Raúl. El único esclavo
en el que siempre confió no se conforma
con masacrar a los niños que renuncian
a ser como el Carnicerito de la Cabaña,
también ha demostrado un enorme talento
a la hora de negociar con el Cártel de
Medellín. John Jairo Velásquez -ex
jefe militar del grupo de bandoleros que trabajaron
para Pablo Escobar- le acusó de colaborar
con ellos desde la década de los ochenta.
Velásquez confirmó esta semana que
el contacto directo en Cuba fue siempre el hermano
del Monstruo de Birán.
En 1989, Raúl -no antes de consultarlo
con Fidel- ordenó fusilar al general Arnaldo
Ochoa. Le acusó de traición en un
juicio que convirtió en un circo y que
demostró una vez más que no permitiría
-por algo es el heredero- la menor crítica
dentro de su ejército. Según los
tribunales robolucionarios no fue más que
un caso aislado. Pero no consiguieron engañar
a nadie. Ochoa gozaba de un gran prestigio dentro
de una tropa mercenaria que bajo sus órdenes
asesinó a decenas de miles de africanos.
Entre crimen y crimen se enriqueció traficando
con todo lo que llegaba a sus manos. Además
de fama podría disponer de dinero suficiente
para comprar muchas voluntades. Mejor matarlo.
Ni el coma-andante ni su heredero podían
permitir que les hiciera sombra. Junto a él
ejecutaron a otros tres militares, también
traficantes a su servicio, entre ellos a Jorge
Martínez Valdés, socio de Pablo
Escobar.
No hace mucho en España pudimos ver en
un programa de televisión como un camello
cubano ofrecía una enorme cantidad de cocaína
a unos reporteros que se hicieron pasar por narcos
españoles mientras le grababan con una
cámara oculta. La noticia no estaba en
que en una isla del caribe se pudiera encontrar
fácilmente cocaína -en todos los
países hay drogas y camellos- lo que demostró
el reportaje es que el traficante cubano gozaba
del favor y de la protección del régimen.
No podría ser de otro modo. En Cuba no
se mueve nada ni nadie sin que lo consienta la
policía. Mucho menos algo tan rentable
como la droga que tantos beneficios aporta a la
familia Castro. Son ellos los jefes de todos los
camellos y los dueños de toda su mercancía.
Muy poco es lo que reparten entre los más
serviles, la mayor parte de lo que les llega de
Colombia lo reenvían a Miami. Así
debilitan a la potencia enemiga. Ya puestos también
se hacen multimillonarios.
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