'Habemus' Ollas
Pablo
Alfonso, El Nuevo Herald,
13 de marzo de 2005.
Grandioso. Genial. Fabuloso. No alcanzan los
adjetivos para calificar el anuncio que el pasado
martes hizo el dictador cubano Fidel Castro: Se
venderan ollas de presión y "arroceras"
en el país!
Confieso que es díficil abordar con seriedad
un anuncio de esa naturaleza. Cuesta trabajo resistir
la tentación al choteo. Sin embargo, lo
voy a intentar, tratando de tener en cuenta la
realidad dentro de Cuba, dejando a un lado la
perspectiva de quienes vivimos en una sociedad
diferente.
"Hay que instruir a la población
acerca de la forma en que debe usarse una olla
de presion'', dijo Castro quién explicó,
ademas, que para cocinar los frijoles hay que
ponerlos en remojo la noche anterior.
Los que vivimos en el mundo real no concebimos
que un jefe de Estado dedique gran parte de un
discurso de cinco horas y media -transmitido como
siempre por la radio y la television nacional-,
a ofrecer consejos culinarios a las amas de casa,
y anunciando la venta de cacerolas y otros enseres
de cocina como "un milagro" de la revolución.
Para los atribulados cubanos esto puede carecer
de importancia ante el hecho cierto de poder adquirir
una olla tan "sofisticada". Lo importante
es la olla.
"Esto es un regalo del Comandante en Jefe",
dijo a la television nacional una señora
cubana, cuando salia olla en mano de una tienda.
"En que otro lugar del mundo existe esto?
preguntó con retadora ignorancia.
Su pregunta no vale la pena responderla pero
lo de "regalo" es una metáfora.
La tal olla arrocera, fabricada en China, cuesta
150 pesos cubanos. Es decir, poco más de
un mes de trabajo, considerando el salario promedio.
Y ni hablar de un jubilado promedio. Necesitaría
dos meses para comprarla.
Los medios de prensa en Cuba no hablan nunca
de "ventas", todo se reduce a ''distribuir'',
"repartir". ''En el dia de hoy se comenzarán
a entregar ollas arroceras'' anunciaba Granma
el jueves.
''Todas saltamos en los asientos cuando el Comandante
en Jefe anunció que pronto tendremos en
cada hogar la famosa, económica, rápida
y linda arrocera, y se nos encandilaron los ojos
pensando en las 100,000 ollas de presión
que tambien vendrán'', escribió
jubilosa la columnista de Juventud Rebelde, Marina
Menendez Quintero.
Castro anunció también que en el
futuro mejorara el sabor del café que los
cubanos han venido consumiendo en la última
década.
''Es muy posible que la era del café con
chicharo llegue a su final'', dijo Castro aunque
añadió con cautela: "Pero no
prometo nada, no digo cuando''.
Los que vivimos en el mundo real no concebimos
que un jefe de Estado haga referencia a una frase
suya, pronunciada durante un discurso en la segunda
mitad del siglo pasado, sin que tenga que explicarle
a su audiencia de hoy, de que se trata. Es como
si el "voy bien Camilo" lo hubiera dicho
ayer.
Para los cansados oídos cubanos las referencias
al pasado revolucionario no son una novedad. Hace
ya casi medio siglo que los medios de comunicación
vienen repitiendo constantemente "acciones
revolucionarias" ocurridas medio siglo atrás.
Se vive en una sociedad anclada y atada a ese
pasado.
El propio dictador es incapaz de escapar a esa
realidad. Mucho menos ahora cuando la vejez trae
a su mente constantes reminiscencias del pasado.
Castro habla hoy de la "invulnerabilidad
económica" de Cuba, porque cuenta
con el respaldo petrolero de Venezuela y ha logrado
algunos ventajosos acuerdos comerciales con China.
Lo mismo decía hace veinte anos, cuando
el país vivía de los subsidios soviéticos
y contaba "con el respaldo de los paises
hermanos miembros de la comunidad socialista".
Para Castro el país marcha bien y seguro
cuando su economía depende de la fortaleza
de otros. Quizas los historiadores y psicoanalistas
puedan investigar si esta curiosa manera de gobernar,
tiene algo que ver con el hecho de que el dictador
cubano no tuvo nunca una historia laboral. No
sudó la camisa, ni siquiera las de cuello
blanco en sus días de abogado y político
profesional.
Mientras tanto, lo cierto es que hoy hay muchas
amas de casa contentas en la isla, y muchos más
contando los pesos o esperando que les llegue
desde el exterior una remesa, para comprar la
olla.
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