El pavoroso triunfo de Fidel
Castro
Luis Aguilar León. El
Nuevo Herald, 16 de enero de 2005.
Ahora que una nueva centuria ha mostrado sus
torvos colores de violencia, resulta útil
examinar lo que se pueda de los individuos y grupos
que han sido modelos de conductas negativas y
maestros de una dialéctica que traiciona
las nobles palabras con las que ellos mismos se
quieren imponer. Ya casi todos sabemos cómo
los dictadores revolucionarios conducen a las
masas hacia una terrible realidad.
De ahí lo necesario que es el espectáculo
histórico y la imagen de un líder
que en menos de un año cerró su
puño sobre la revolución recién
impuesta y quien luego, cuarenta y cinco años
más tarde, continúa estrujando todos
los senderos de la isla de donde expulsó
a millones de cubanos, sacrificó a miles
de sus soldados en diversos frentes, como Etiopía,
fusiló a algunos ''héroes de la
revolución'' y siguió enterrando
a todos los opositores en las cárceles
o en las desoladas tierras cubanas. Curiosamente,
muchos gobiernos y personajes siguen aplaudiendo
al gran líder de la revolución.
Pero quisiera analizar livianamente cuál
factor es más decisivo en el proceso revolucionario,
si los gritos de apoyo que lanzan las multitudes
en furibundas demostraciones populares o la voz
del líder revolucionario que sabe inyectar
frenéticas dosis en sus seguidores para
conducirlos a nuevas convicciones de fusilamientos
y odios. Hitler, con muchos más caudales
de muertos que Castro, lo logró en Alemania,
y Fidel Castro lo logró en Cuba. Obviamente,
el apasionamiento del líder es más
decisivo que los entusiasmos del pueblo. Esa voz
hace odiar el imperialismo norteamericano y todo
lo que él crea necesario vilipendiar. El
enemigo está donde Fidel lo señale.
Recordemos que en nuestro mundo, y sobre todo
en el mundo latinoamericano, ha habido muchos
líderes dictatoriales incapaces de mantenerse
en el poder por carecer de juicios y opiniones
que aclaran las ideas. Son dictadores que en el
siglo XIX agotaban en una hora su conocimiento
de historia y geografía. Una vez un general
dictador boliviano, Mariano Melgarejo, fusiló
su uniforme por osar rasgarle el cuello, y otra
vez movilizó al ejército boliviano
para ir a ayudar a Francia. Ejemplos como ése
se encuentran desde México hasta la Argentina.
Hace poco, en una manifestación frente
al nuevo presidente argentino, grupos ''revolucionarios''
pidieron a gritos que Fidel les enviara su ''paredón
de fusilamiento''. Aparentemente, eso no lo saben
hacer.
Preciso es recordar que el líder y sus
palabras tienen más peso que las aullantes
masas revolucionarias. El impacto de la Revolución
Francesa creó una imagen de pueblos con
banderas, enarboladas por mujeres y masas frente
a la guillotina. Pero pronto se descubrió
que la sangrienta imagen de la Revolución
Francesa fue detenida por el emperador Napoleón.
Y por casi una centuria en Europa hubo sacudidas
revolucionarias. Sin embargo, ni Marx ni Engels
lograron participar en una revolución comunista.
Los actores revolucionarios también han
enfrentado graves problemas. El colapso de la
Unión Soviética debilitó
a casi todos los partidos comunistas; el socialismo
se hizo más presente y las múltiples
guerrillas alentadas y organizadas por Fidel Castro
fueron derrotadas en casi todas sus campañas.
La reciente rebelión de un sector militar
en Perú vuelve a señalar el problema
de las raíces raciales que debilitan al
pasado y dividen al presente revolucionario.
Así nos encontramos de nuevo con Fidel
Castro, quien ha penetrado a Venezuela, ha recibido
su petróleo y seguido todas las normas
revolucionarias en un país rico que puede
ser arruinado. Pero Chávez está
muy lejos de ser como su maestro cubano. Fidel
se creyó, y creo que todavía cree,
que su mente es una combinación superior
a las de Marx y Bolívar. Y muchos han proclamado
los triunfos del orador cubano, pero en su vida
son muy pocos los logros de justicia y progreso.
Hace un tiempo el Partido Comunista venezolano
condenó a Fidel Castro como un líder
que quería ser un falso papa comunista.
Tales juicios negativos se parecen a los que provocaban
la indignación de don Miguel de Unamuno:
'El ángel dice 'no serviré', pero
el hombre, que tiene más de bestia que
de ángel, se dispone a servir y hasta a
pedir un amo. No fueron los tiranos los que anduvieron
buscando siervos, sino que fueron los siervos
los que buscaban amos''. Esa parece ser tu gente,
Fidel.
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