PRENSA INTERNACIONAL
Enero 17, 2005
 

'El Instrumento de Changó', con cuerpo de acero

Carlos A. Díaz Barrios, especial/El Nuevo Herald. 16 de enero de 2005.

Hace muchos años, muchisímos, en una fiesta en un suburbio de La Habana, en el reparto Los Pinos, en una fiesta gloriosa, escuchando a Blind Faith, comencé a leer a Serguéi Esenin ''¿Os habéis vuelto locos? / ¿Quién ha dicho que estamos aniquilados?...'' Todos los rostros de los amigos tenían una luz maravillosa, todos esperábamos ser poetas, músicos, pintores, suicidas. De alguna forma aún no había venido lo peor, aún el infierno tenía una verde pradera, una muchacha a los pies; pero después alguien apagó la luz, la música y los contornos se convirtieron en oscuros bultos. Ahora pienso que siempre alguno de nosotros aún anda detrás de la estela de la historia, recogiendo sus poemas, las páginas de una novela. Aún pienso que siempre faltará alguno que venga a enseñarnos una nueva herida, una nueva humillación; lo sé, que pasa en cualquier lugar que habite alguno de nosotros, lo sé. Y de golpe me llega esta novela, una novela de 394 páginas, que fue la que siempre quise leer en aquella fiesta; me la leí en una noche, el mismo tiempo que duró la música.

Creo que El Instrumento de Changó, de Emilio Surí Quesada, posee un cuerpo de acero con mecanismos de sedas; un acero que hace de cada página una armazón que se va fortaleciendo por esa fina memoria de contar y de soñar que parte de un todo; un cono sobre el alba de la memoria, cada palabra y cada gesto es el gesto de algunos de nosotros en algún día de la vida. Qué difícil es abarcar una generación con sus furias y sus esperanzas; y Emilo Surí no sólo nos hace vivos, nos pone en el corazón el viaje de la memoria, la belleza palpable de que nunca fuimos vencidos.

Hay en esta novela, un misterioso mecanismo que se va adueñando de ese torrencial universo que nos estremece, colores, iniciación del personaje principal, José Bárbaro Martí, acompañado por un chivo y una bailarina, en una de las orgías más finas y poética que he leído; la poesía vence a la mala palabra o la mala palabra es poesía que al ser leída tiene alas, como una elegía. No puedo explicarme cómo sucede esto, cómo los relámpagos de las palabras pueden llevarnos a lo más tremendo sin perder su hermosura; talento, magia, furia y el misterio de un gran libro, ese misterio de agua inmóvil por donde camina sin hundirse el que nos lee.

Hay una sabiduría que sólo un buen conocedor de la substancia del hombre puede darnos sin miedo al horror de mostrarnos que en la batalla del poder, el hombre casi siempre puede ser vencido por los monstruos; y no sólo son los monstruos de la historia que se alimentan de lo más insustituible del hombre, el tiempo; también está esa sensación insoportable, de que no somos seres del mundo, sino fantasmas del poder. Esta novela se adentra en esos mecanismos, desenmascara la falsa y acartonada cubanía de los límites y los malos discursos, se hace parte del juego de los misterio, de la tirada del I Ching, de los rituales del sexo en el Tao; pero lo hace sin boberías, sin la mala sapiencia de un barato turista del Barrio Chino. Aquí está el personaje de Julián Chong, cocinero y sabio en el amor y la muerte, aquí está la medio hermana de Raúl Castro, la linda haitiana, Lolina Rimbaut con dieciocho años y las humillaciones de su raza. Toda la vida de cada personaje es un espejo, una galería de seres que aceptan sus destino sin parpadear, que aceptan y saben que lo único que salva al hombre es la amistad y el amor; pero aunque ninguno puede cambiar el curso de la sangre, aunque ninguno puede detener el aire del infierno, sí pueden mitigar sus brasas y sus abismos.

Creo que contar una novela es traicionar su esencia, sólo puedo expresar que la novela no se detiene, que la novela salta al Exilio, a España y allí se adueña de otras voces, de personajes estremecedores como Luisito, como el Gordito, que cuando muere uno siente que nunca debió morir un amigo. También, la novela tiene como toda gran obra homenajes, homenajes al leopardo que murió en la cima del Kilimanjaro; el animal, mejor dicho, la osamenta del animal que más ha influenciado en la literatura de este siglo, más que el pez espada de Gregorio; y aquí, Surí juega con Papa Hemingway, hace un diálogo entre Luisito y José Bárbaro Martí, las mismas palabras de: ''Que me voy, te vas...'' que se dicen Papá Hemingway y Gregorio el pescador, en El Viejo y el mar. Y para terminar, el Loco, el escritor que con tanto talento nunca pudo publicar en España; qué raro, el escritor, corresponsal de guerra de todas las guerras del mundo. Y el personaje de Nadia, que lo salva del juego casi de ruleta rusa, donde el personaje principal nos crispa los nervios con el ruido del percutor del arma que se lleva a la cabeza, luego el cañón a la boca y luego...; el ritual donde la muchacha entra con toda la rabia de ser hija de la generación de la Nada. Y se entabla la lucha más bella del mundo, un hombre y una mujer que escapan de la muerte para hacer el amor; la bella silueta del regocijo, el bello amanecer de la memoria de los que sobrevivimos. No conozco otra novela que me haya hecho enterrar a mis muertos, palabra que no miento.

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