'El Instrumento de Changó',
con cuerpo de acero
Carlos A. Díaz Barrios,
especial/El
Nuevo Herald. 16 de enero de 2005.
Hace muchos años, muchisímos, en
una fiesta en un suburbio de La Habana, en el
reparto Los Pinos, en una fiesta gloriosa, escuchando
a Blind Faith, comencé a leer a Serguéi
Esenin ''¿Os habéis vuelto locos?
/ ¿Quién ha dicho que estamos aniquilados?...''
Todos los rostros de los amigos tenían
una luz maravillosa, todos esperábamos
ser poetas, músicos, pintores, suicidas.
De alguna forma aún no había venido
lo peor, aún el infierno tenía una
verde pradera, una muchacha a los pies; pero después
alguien apagó la luz, la música
y los contornos se convirtieron en oscuros bultos.
Ahora pienso que siempre alguno de nosotros aún
anda detrás de la estela de la historia,
recogiendo sus poemas, las páginas de una
novela. Aún pienso que siempre faltará
alguno que venga a enseñarnos una nueva
herida, una nueva humillación; lo sé,
que pasa en cualquier lugar que habite alguno
de nosotros, lo sé. Y de golpe me llega
esta novela, una novela de 394 páginas,
que fue la que siempre quise leer en aquella fiesta;
me la leí en una noche, el mismo tiempo
que duró la música.
Creo que El Instrumento de Changó, de
Emilio Surí Quesada, posee un cuerpo de
acero con mecanismos de sedas; un acero que hace
de cada página una armazón que se
va fortaleciendo por esa fina memoria de contar
y de soñar que parte de un todo; un cono
sobre el alba de la memoria, cada palabra y cada
gesto es el gesto de algunos de nosotros en algún
día de la vida. Qué difícil
es abarcar una generación con sus furias
y sus esperanzas; y Emilo Surí no sólo
nos hace vivos, nos pone en el corazón
el viaje de la memoria, la belleza palpable de
que nunca fuimos vencidos.
Hay en esta novela, un misterioso mecanismo que
se va adueñando de ese torrencial universo
que nos estremece, colores, iniciación
del personaje principal, José Bárbaro
Martí, acompañado por un chivo y
una bailarina, en una de las orgías más
finas y poética que he leído; la
poesía vence a la mala palabra o la mala
palabra es poesía que al ser leída
tiene alas, como una elegía. No puedo explicarme
cómo sucede esto, cómo los relámpagos
de las palabras pueden llevarnos a lo más
tremendo sin perder su hermosura; talento, magia,
furia y el misterio de un gran libro, ese misterio
de agua inmóvil por donde camina sin hundirse
el que nos lee.
Hay una sabiduría que sólo un buen
conocedor de la substancia del hombre puede darnos
sin miedo al horror de mostrarnos que en la batalla
del poder, el hombre casi siempre puede ser vencido
por los monstruos; y no sólo son los monstruos
de la historia que se alimentan de lo más
insustituible del hombre, el tiempo; también
está esa sensación insoportable,
de que no somos seres del mundo, sino fantasmas
del poder. Esta novela se adentra en esos mecanismos,
desenmascara la falsa y acartonada cubanía
de los límites y los malos discursos, se
hace parte del juego de los misterio, de la tirada
del I Ching, de los rituales del sexo en el Tao;
pero lo hace sin boberías, sin la mala
sapiencia de un barato turista del Barrio Chino.
Aquí está el personaje de Julián
Chong, cocinero y sabio en el amor y la muerte,
aquí está la medio hermana de Raúl
Castro, la linda haitiana, Lolina Rimbaut con
dieciocho años y las humillaciones de su
raza. Toda la vida de cada personaje es un espejo,
una galería de seres que aceptan sus destino
sin parpadear, que aceptan y saben que lo único
que salva al hombre es la amistad y el amor; pero
aunque ninguno puede cambiar el curso de la sangre,
aunque ninguno puede detener el aire del infierno,
sí pueden mitigar sus brasas y sus abismos.
Creo que contar una novela es traicionar su esencia,
sólo puedo expresar que la novela no se
detiene, que la novela salta al Exilio, a España
y allí se adueña de otras voces,
de personajes estremecedores como Luisito, como
el Gordito, que cuando muere uno siente que nunca
debió morir un amigo. También, la
novela tiene como toda gran obra homenajes, homenajes
al leopardo que murió en la cima del Kilimanjaro;
el animal, mejor dicho, la osamenta del animal
que más ha influenciado en la literatura
de este siglo, más que el pez espada de
Gregorio; y aquí, Surí juega con
Papa Hemingway, hace un diálogo entre Luisito
y José Bárbaro Martí, las
mismas palabras de: ''Que me voy, te vas...''
que se dicen Papá Hemingway y Gregorio
el pescador, en El Viejo y el mar. Y para terminar,
el Loco, el escritor que con tanto talento nunca
pudo publicar en España; qué raro,
el escritor, corresponsal de guerra de todas las
guerras del mundo. Y el personaje de Nadia, que
lo salva del juego casi de ruleta rusa, donde
el personaje principal nos crispa los nervios
con el ruido del percutor del arma que se lleva
a la cabeza, luego el cañón a la
boca y luego...; el ritual donde la muchacha entra
con toda la rabia de ser hija de la generación
de la Nada. Y se entabla la lucha más bella
del mundo, un hombre y una mujer que escapan de
la muerte para hacer el amor; la bella silueta
del regocijo, el bello amanecer de la memoria
de los que sobrevivimos. No conozco otra novela
que me haya hecho enterrar a mis muertos, palabra
que no miento.
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