PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 16, 2005
 

Arthur Miller de visita a Cuba: Preámbulo a una cena

El Mercurio, Chile, 13 de febrero de 2005.

El viernes falleció el dramaturgo Arthur Miller. Aquí se publica un extracto de una de sus crónicas publicadas en El Mercurio.

Como los de muchos otros, mis sentimientos hacia Cuba se han mezclado en las últimas décadas. Aparte de los reportes de prensa, he sabido por gente del cine que había trabajado ahí, que la sociedad de Batista era desesperadamente corrupta, un campo de juego para la mafia, un burdel para americanos y otros extranjeros. De tal forma que Castro tomando el poder por asalto parecía como un viento fresco soplando lejos la degradación y la sumisión al dólar yankee. Lo que emergió una vez que el humo se hubo disipado finalmente resultó ser algo diferente, por supuesto, y si yo elegí no olvidar las causas antecedentes de la revolución de Castro, la represión de su gobierno de un solo hombre todavía sigue moliendo mis simpatías. Al mismo tiempo, el implacable bloqueo de Estados Unidos a instancias, al menos al parecer, de una clase derrotada de explotadores que nunca tuvieron problemas con la dictadura anterior, parecía ser algo diferente a una resistencia democrática basada en los principios.

La invitación

Esperando simplemente vagar por la ciudad y tal vez conocer a unos cuantos escritores, fuimos sorprendidos en nuestro segundo día por la invitación de Castro de acompañarlo a comer. Más tarde, se hizo claro que Gabo (Gabriel García Márquez), amigo y defensor de Castro así como también amigo de Bill Styron, había sido con toda probabilidad el autor de esta hospitalidad. Tenía yo, así como los demás, una gran curiosidad por Castro, y estaba al mismo tiempo ligeramente cauteloso en mis expectativas.

Habiendo tenido cierta cantidad de experiencia con la oficialidad soviética en las artes, particularmente como director del PEN internacional por años, esperaba tener que hacer mucho cabeceo complaciente en silencio ante afirmaciones manifiestamente tontas si es que no idiotas. Los líderes no elegidos y sus lacayos rara vez son sensibles a la contradicción, y la experiencia de su compañía puede ser miserablemente aburrida. Sin embargo, Castro era mítico en ese entonces, y la perspectiva de una hora o dos con él era algo para esperar.

Mencionaré sólo dos o tres observaciones que hice en La Habana antes de nuestra comida. La ciudad en sí misma tiene la belleza de una ruina regresando a la arena, la mica, la grava y los árboles de los cuales se originó. La pobreza de la gente es evidente, pero al mismo tiempo parece sobrevivir cierta energía. Pobres como son, existe poco de esa sensación de desesperanza muerta que uno encuentra en las ciudades donde la pobreza y la riqueza glamorosa viven codo a codo. Pero éstas son sólo apariencias, que cuentan para algo pero no para todo. Un guía con el que por casualidad tuve una conversación privada -respondiendo a mis preguntas, debo añadir, y no hablando por su propia iniciativa- dijo que simplemente no era posible que alguien pudiera vivir en Cuba de un solo trabajo. Educado, claramente disciplinado, no podía evitar que su bullente frustración se desbordase mientras me explicaba que trabajaba para la agencia de turismo del gobierno, la cual cobraba grandes sumas a clientes extranjeros por sus servicios, mientras que él recibía una minucia. Si esto no era explotación, él no conocía el significado de la palabra.

Pero puede haber otra dimensión para una infelicidad como ésta. Caminé alrededor del adorable antiguo Hotel Santa Isabel, donde nos alojábamos, y pocas cuadras más allá me senté en un banco de plaza enfrentando al agradable escaso tráfico del Malecón, la ancha calle que rodea el puerto. Al poco tiempo, aparecieron dos tipos y se sentaron a mi lado. Eran exageradamente delgados, ninguno llevaba calcetines, uno usaba zapatos rotos y el otro unas sandalias que se desintegraban, sus camisas estaban lavadas sin planchar y con los cuellos ajados, a los dos les hacía falta una afeitada. La forma en que se sentaban, agachados sobre sus piernas cruzadas mientras chupaban cigarrillos y mirando cómo el tiempo se escapaba mientras hablaban, me recordó a la gente de la calle de Nueva York, París, Londres. Un taxi se detuvo en la acera frente a nosotros y se bajó una encantadora mujer joven.

Ella llevaba dos bolsas cafés de papel llenas de provisiones. Los dos hombres dejaron de hablar para contemplarla. Observé que era hermosa y que estaba vestida con gusto y, algo más notorio en este lugar proletario, que llevaba tacos altos. Un tulipán blanco colgaba de una de sus bolsas y caía hacia abajo de su largo y delgado tallo. La mujer hacía malabarismos con las bolsas para abrir su monedero, y el tulipán ondeaba peligrosamente a punto de decapitarse. Uno de los hombres se levantó y sostuvo una de las bolsas para afirmarlo, mientras el otro se le unía para sostener la otra bolsa, y yo me pregunté si acaso estaban a punto de tirar las bolsas y largarse.

En lugar de eso, mientras la mujer le pagaba al conductor, uno de ellos gentilmente, con el más tierno cuidado, sostuvo el tallo del tulipán entre el índice y el pulgar hasta que ella pudiera asegurar las bolsas en sus brazos. Ella les agradeció -no efusivamente pero con una cierta dignidad formal y se alejó- , ambos hombres regresaron al banco y a su ávida discusión. No estoy muy seguro de por qué, pero consideré este encuentro notable. No era sólo la galantería de estos hombres pobres lo que era impresionante, sino que la mujer pareciera considerarlo su derecho y no algo extraordinario. No hace falta decir que ella no ofreció propina, ni que tampoco ellos parecían esperar algo de ella, no obstante su comparativa riqueza.

Habiendo protestado durante años por el encarcelamiento y el silenciamiento del gobierno de escritores y disidentes, me pregunto si a pesar de todo, incluyendo el fracaso económico del sistema, se han creado alentadoras especies de solidaridad humana, posiblemente a partir de la relativa simetría de la pobreza y la uniforme futilidad inherente a un sistema en el cual pocos pueden levantar su cabeza y zarpar lejos.

La pobreza en apariencia se aproxima a lo catastrófico. En esta misma animada vía portuaria hay semáforos que, cuando se ponen rojos, son una señal para que una docena de mujeres jóvenes y niñas se aproximen a autos detenidos como si salieran de la nada. No están vestidas de manera deslumbrante y su maquillaje es apagado. Le pregunto a nuestro conductor qué están haciendo, y me dice que "ligando paseos". No se dio vuelta para toparse con mi mirada, sino que mantuvo los ojos hacia adelante, obviamente sin intenciones de proseguir el tema. Este tipo de demostración estuvo prohibida durante los años de la dominación soviética, probablemente porque la economía no estaba tan desesperadamente mala y quizás también por una deferencia al puritanismo soviético. Ahora la presión de la hambruna era demasiado grande para sostenerla.

Bibliografía actualizada

De su extensa producción literaria, Tusquets Editores de España ha publicado: la autobiografía "Vueltas al tiempo", las novelas "En el punto de la mira" y "Una chica cualquiera", los ensayos recopilados en "Al correr de los años", los relatos de "Ya no te necesito" y las obras teatrales "Las brujas de salem" y "Muerte de un viajante" y "Panorama desde el puente". También se publicó por la Universidad de León una serie de "Textos sobre teatro norteamericano"

© El Mercurio S.A.P

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