Arthur Miller de visita
a Cuba: Preámbulo a una cena
El
Mercurio, Chile, 13 de febrero de 2005.
El viernes falleció el dramaturgo
Arthur Miller. Aquí se publica un extracto
de una de sus crónicas publicadas en El
Mercurio.
Como los de muchos otros, mis sentimientos hacia
Cuba se han mezclado en las últimas décadas.
Aparte de los reportes de prensa, he sabido por
gente del cine que había trabajado ahí,
que la sociedad de Batista era desesperadamente
corrupta, un campo de juego para la mafia, un
burdel para americanos y otros extranjeros. De
tal forma que Castro tomando el poder por asalto
parecía como un viento fresco soplando
lejos la degradación y la sumisión
al dólar yankee. Lo que emergió
una vez que el humo se hubo disipado finalmente
resultó ser algo diferente, por supuesto,
y si yo elegí no olvidar las causas antecedentes
de la revolución de Castro, la represión
de su gobierno de un solo hombre todavía
sigue moliendo mis simpatías. Al mismo
tiempo, el implacable bloqueo de Estados Unidos
a instancias, al menos al parecer, de una clase
derrotada de explotadores que nunca tuvieron problemas
con la dictadura anterior, parecía ser
algo diferente a una resistencia democrática
basada en los principios.
La invitación
Esperando simplemente vagar por la ciudad y tal
vez conocer a unos cuantos escritores, fuimos
sorprendidos en nuestro segundo día por
la invitación de Castro de acompañarlo
a comer. Más tarde, se hizo claro que Gabo
(Gabriel García Márquez), amigo
y defensor de Castro así como también
amigo de Bill Styron, había sido con toda
probabilidad el autor de esta hospitalidad. Tenía
yo, así como los demás, una gran
curiosidad por Castro, y estaba al mismo tiempo
ligeramente cauteloso en mis expectativas.
Habiendo tenido cierta cantidad de experiencia
con la oficialidad soviética en las artes,
particularmente como director del PEN internacional
por años, esperaba tener que hacer mucho
cabeceo complaciente en silencio ante afirmaciones
manifiestamente tontas si es que no idiotas. Los
líderes no elegidos y sus lacayos rara
vez son sensibles a la contradicción, y
la experiencia de su compañía puede
ser miserablemente aburrida. Sin embargo, Castro
era mítico en ese entonces, y la perspectiva
de una hora o dos con él era algo para
esperar.
Mencionaré sólo dos o tres observaciones
que hice en La Habana antes de nuestra comida.
La ciudad en sí misma tiene la belleza
de una ruina regresando a la arena, la mica, la
grava y los árboles de los cuales se originó.
La pobreza de la gente es evidente, pero al mismo
tiempo parece sobrevivir cierta energía.
Pobres como son, existe poco de esa sensación
de desesperanza muerta que uno encuentra en las
ciudades donde la pobreza y la riqueza glamorosa
viven codo a codo. Pero éstas son sólo
apariencias, que cuentan para algo pero no para
todo. Un guía con el que por casualidad
tuve una conversación privada -respondiendo
a mis preguntas, debo añadir, y no hablando
por su propia iniciativa- dijo que simplemente
no era posible que alguien pudiera vivir en Cuba
de un solo trabajo. Educado, claramente disciplinado,
no podía evitar que su bullente frustración
se desbordase mientras me explicaba que trabajaba
para la agencia de turismo del gobierno, la cual
cobraba grandes sumas a clientes extranjeros por
sus servicios, mientras que él recibía
una minucia. Si esto no era explotación,
él no conocía el significado de
la palabra.
Pero puede haber otra dimensión para una
infelicidad como ésta. Caminé alrededor
del adorable antiguo Hotel Santa Isabel, donde
nos alojábamos, y pocas cuadras más
allá me senté en un banco de plaza
enfrentando al agradable escaso tráfico
del Malecón, la ancha calle que rodea el
puerto. Al poco tiempo, aparecieron dos tipos
y se sentaron a mi lado. Eran exageradamente delgados,
ninguno llevaba calcetines, uno usaba zapatos
rotos y el otro unas sandalias que se desintegraban,
sus camisas estaban lavadas sin planchar y con
los cuellos ajados, a los dos les hacía
falta una afeitada. La forma en que se sentaban,
agachados sobre sus piernas cruzadas mientras
chupaban cigarrillos y mirando cómo el
tiempo se escapaba mientras hablaban, me recordó
a la gente de la calle de Nueva York, París,
Londres. Un taxi se detuvo en la acera frente
a nosotros y se bajó una encantadora mujer
joven.
Ella llevaba dos bolsas cafés de papel
llenas de provisiones. Los dos hombres dejaron
de hablar para contemplarla. Observé que
era hermosa y que estaba vestida con gusto y,
algo más notorio en este lugar proletario,
que llevaba tacos altos. Un tulipán blanco
colgaba de una de sus bolsas y caía hacia
abajo de su largo y delgado tallo. La mujer hacía
malabarismos con las bolsas para abrir su monedero,
y el tulipán ondeaba peligrosamente a punto
de decapitarse. Uno de los hombres se levantó
y sostuvo una de las bolsas para afirmarlo, mientras
el otro se le unía para sostener la otra
bolsa, y yo me pregunté si acaso estaban
a punto de tirar las bolsas y largarse.
En lugar de eso, mientras la mujer le pagaba
al conductor, uno de ellos gentilmente, con el
más tierno cuidado, sostuvo el tallo del
tulipán entre el índice y el pulgar
hasta que ella pudiera asegurar las bolsas en
sus brazos. Ella les agradeció -no efusivamente
pero con una cierta dignidad formal y se alejó-
, ambos hombres regresaron al banco y a su ávida
discusión. No estoy muy seguro de por qué,
pero consideré este encuentro notable.
No era sólo la galantería de estos
hombres pobres lo que era impresionante, sino
que la mujer pareciera considerarlo su derecho
y no algo extraordinario. No hace falta decir
que ella no ofreció propina, ni que tampoco
ellos parecían esperar algo de ella, no
obstante su comparativa riqueza.
Habiendo protestado durante años por el
encarcelamiento y el silenciamiento del gobierno
de escritores y disidentes, me pregunto si a pesar
de todo, incluyendo el fracaso económico
del sistema, se han creado alentadoras especies
de solidaridad humana, posiblemente a partir de
la relativa simetría de la pobreza y la
uniforme futilidad inherente a un sistema en el
cual pocos pueden levantar su cabeza y zarpar
lejos.
La pobreza en apariencia se aproxima a lo catastrófico.
En esta misma animada vía portuaria hay
semáforos que, cuando se ponen rojos, son
una señal para que una docena de mujeres
jóvenes y niñas se aproximen a autos
detenidos como si salieran de la nada. No están
vestidas de manera deslumbrante y su maquillaje
es apagado. Le pregunto a nuestro conductor qué
están haciendo, y me dice que "ligando
paseos". No se dio vuelta para toparse con
mi mirada, sino que mantuvo los ojos hacia adelante,
obviamente sin intenciones de proseguir el tema.
Este tipo de demostración estuvo prohibida
durante los años de la dominación
soviética, probablemente porque la economía
no estaba tan desesperadamente mala y quizás
también por una deferencia al puritanismo
soviético. Ahora la presión de la
hambruna era demasiado grande para sostenerla.
Bibliografía actualizada
De su extensa producción literaria, Tusquets
Editores de España ha publicado: la autobiografía
"Vueltas al tiempo", las novelas "En
el punto de la mira" y "Una chica cualquiera",
los ensayos recopilados en "Al correr de
los años", los relatos de "Ya
no te necesito" y las obras teatrales "Las
brujas de salem" y "Muerte de un viajante"
y "Panorama desde el puente". También
se publicó por la Universidad de León
una serie de "Textos sobre teatro norteamericano"
© El Mercurio
S.A.P
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