PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 7, 2005
 

Otras cárceles

Raúl Rivero, El Nuevo Herald, 5 de febrero de 2005.

La Habana -- Hay unas galeras portátiles y duras que se llevan por dentro, a todas partes. Con ellas va la gente a la cama y a la calle y con esas jaulas interiores se sienta uno a la mesa y besa a un niño. Son las prisiones invisibles que habitan el espíritu de los familiares y los amigos de los condenados.

Esa carga invisible, viajera porfiada del torrente sanguíneo, acompaña a las madres, los hijos, los hermanos, las esposas de los presos en el peregrinaje a las visitas y a los vertiginosos encuentros conyugales que autoriza el sistema penitencial criollo.

Algunos casi no pueden arrancarse ese latido, esa sombra, porque tiene agentes en el sueño. Las personas suelen prolongar su angustia cotidiana de la lucidez y la vigilia más allá de un coctel de somníferos y mucho después de las páginas de un libro espeso.

Se habla de un dolor superior a la ausencia --que a veces quiere decir olvido--, un sentimiento donde no molesta tanto el vacío, como la certeza de que el ausente padece y vive en condiciones difíciles. Un sufrimiento dado porque el que no está no decidió irse. Se lo llevaron.

Por ahí resuellan las heridas de esa naturaleza, por la imposibilidad de que el excluido vuelva a los moldes tibios de su cama, al sillón de mimbre de la sala, a los bordes conocidos de su vaso, a las aleaciones condescendientes de los cuchillos y los tenedores y a la luna redonda de un espejo.

Un código íntimo y severo decreta la clausura de los álbumes de fotos.

Las cartas ajadas, de viajes y separaciones pasajeras o las candorosas esquelas de un noviazgo, se convierten en sustancias conflictivas. La ropa, la camisa azul prusia, el reloj exhausto, la cadena con la Virgen de la Caridad o el crucifijo, la estampa de Babalú Ayé y sus perros se convierten en piezas de metal al rojo vivo que arden en las manos y en los ojos.

Los candados llegan a otras instancias. Cae, como una plaga, un polvo de censura sobre ciertas canciones y muchos anaqueles de las bibliotecas entran en una estación de sequía y abandono porque allí duermen los personajes, las escenas, los diálogos, los versos que el ausente buscaba en los atardeceres y la alta noche para hallar la emoción o el sosiego.

El presidio no es una amargura exclusiva del sancionado. Es una aflicción con metástasis intensa hacia los puntos cardinales de la vida familiar, que provoca una sucesión de desastres personales, desequilibrios y alteraciones en grupos humanos para los que la inocencia es mucho más que una presunción.

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