Carne
cubana: gran negocio en México
Roger Vilar. cubalsero.org,
23 de diciembre de 2005.
Quien suba a alguna de las montañas que
rodean el Valle de México y desplace su
vista por el área metropolitana más
grande del mundo, podría pensar que es
un desierto donde no florece la compasión.
En este coloso cada mañana los periódicos
informan sobre los vicios más deleznables.
Asesinatos, torturas, drogas, prostitución,
policías y funcionarios corruptos, disputas
políticas que la prensa ha dado en llamar
"de lavadero", por la carga de chisme
barato y agresividad que contienen. Es, también,
la ciudad del tráfico de mujeres, del tráfico
de inmigrantes.
Los hoteles ruinosos del Centro Histórico
están llenos de guatemaltecos que esperan
llegar a Estados Unidos, o, por lo menos, poder
trabajar de cargadores en el Distrito Federal.
Otros se integran a las pandillas criminales más
despiadadas del país. Son los que vienen
de la Mara Salvatrucha, donde la crueldad y la
locura danzan de la mano. No son los únicos
errantes del siglo XXI, están los chinos,
hacinados en tugurios inmundos, carne de esclavitud
y de prostitución, y cuyas quejas y lamentos
nadie escucha porque "están en chino".
Se suman las mujeres de Europa del Este, vendidas
a los Table Dance más caros para el placer
de los mexicanos ricos, que las disfrutan, envician,
y corrompen, sin reparar un segundo en sus historias
de dolor.
En fin, México, D.F., es una Gran Babilonia
del siglo XXI, y aquí, con la ingenuidad
que presupone provenir de 47 años de dictadura
comunista donde la información sobre el
mundo externo está vedada, y aquí,
digo, llegan los cubanos en el más absoluto
desamparo, llenos de tiernas ilusiones, a ser
víctimas de todo tipo de delincuentes,
uniformados y no uniformados.
Pronto sobrarán quienes les rompan las
ilusiones que se hicieron al salir de Cuba, meses
de prisión en una Estación Migratoria,
durmiendo en el suelo, en el frío mexicano,
que en estos inviernos ha llegado hasta 4 grados
centígrados y a veces a 0; sin sábanas,
a merced de las golpizas de los agentes de migración,
que quieren quitarles el dinero reunido en años
de infortunios. (Sépase que ningún
cubano gana más de 30 dólares americanos
al mes, y cómo consiguen entre 4 mil y
10 mil dólares para la travesía
es algo que no alcanzo a vislumbrar, pero que
imagino colmado de terribles zozobras y dolores
de la carne y del espíritu). A los agentes
no les importa, ellos sólo quieren dinero,
y se sabe que los cubanos lo traen, o que tienen
familiares en Estados Unidos que lo mandarían.
Extorsión en y desde la Estación
Migratoria de Iztapalapa, o desde la que sea.
No es el único delito con sede en los reductos,
desde los reclusorios y penitenciarías
se dirigen secuestros, asaltos a mano armada y
grandes operaciones del narcotráfico.
Pero esto es desconocido para los cubanos. En
Cuba el gángster más peligroso está
en la silla presidencial hace 47 años y
las cárceles son para delincuentes comunes
o ciudadanos decentes que se atreven a protestar
contra el régimen. De modo que esa gran
burocracia corrompida que en México negocia
hasta con los sentimientos será una gran
prueba para los emigrantes. Si creen que después
de la travesía en balsa, o de pagar a los
traficantes de personas que los llevan desde Cuba
a Rusia, de Rusia a España, para luego
ir a México, y de ahí a Estados
Unidos, están equivocados. La Policía
Federal últimamente se ha hecho especialista
en fisonomías, y cuando se suben a un autobús
que viene desde la frontera sur o que ya está
próximo a la frontera norte, identifican
a los cubanos: somos demasiado blancos, o demasiado
negros, o demasiado corpulentos en el caso de
los mestizajes. Nada tenemos que ver con los centroamericanos
o mexicanos que viajan junto a nosotros. Entonces
empiezan las historias, que diría novelescas
si no fuesen demasiado humillantes.
Las he escuchado de primera mano, acabadas de
salir de la sartén de agua salada donde
flotan las balsas. Se narran por multitudes en
un lugar, no de la Mancha, sino de Mar Mediterráneo
29-402, Colonia Tacuba, en el DF. Uno va subiendo
con dificultad las escaleras hasta el cuarto piso,
y cuando ya falta el aire, me abren la puerta
del apartamento. Está lleno de gente. Cinco
hombres cuyas caras me parecen un poco sucias
aunque están limpios y una mujer de 60
años que parece de 80. Son pieles que durante
décadas han sufrido la mala nutrición,
el terrible sol de Cuba y la zozobra de no saber
"qué comeré hoy". Necesito
reponerme, llevo muchos años en el exilio,
12 para ser exacto, y esto ya me resulta lejano.
Pero es una parte de mi ser, es mi retrato si
me hubiera quedado en la isla. Les sirven comida.
Cogen el plato con la mano y comen con avidez.
Tienen hambre. Son cubanos. Frente a ellos veo
a Eduardo Matías, el abogado cubano que
los saca de la Estación Migratoria y con
miles de trabajos y adversidades les gestiona
documentos legales en el Instituto Nacional de
Migración para que puedan luego, por decisión
propia, radicar en México o cruzar el País
sin temor a las extorsiones de retenes federales
y otras autoridades corruptas, y llegar a Estados
Unidos.
Eduardo Matías les dice que soy periodista
y me empiezan a llover las historias. He entrevistado
a secuestradores, a mujeres que acaban de quedarse
viudas, a familias que han perdido todo en un
incendio, y nunca se me había quebrado
la voz. La causa es muy simple. Estudié
y me hice periodista en el exilio, siempre cubría
casos de México (quizá en mi inconsciente
esto era sólo "el extranjero"),
y ahora, en cambio estaba ante la narración
de unos cubanos que habían cruzado un ciclón
en el mar. Yo hubiera podido ser uno de ellos.
Estaba, simple y llanamente, ante el holocausto
de mi propia nacionalidad. Nunca antes había
tenido una conciencia tan clara de que pertenezco
a un grupo humano en franca desintegración:
los cubanos. Sin embargo, como se dice en México
"me aguanté", no solté
ni una lágrima y escuché las historias.
No diré lo que todos saben, sino lo que
yo ignoraba casi absolutamente. Pregunté
con insistencia como se hacía una balsa
que valiera la pena, que no se hundiera. La respuesta
me resultó inverosímil y poco entendible.
Habían utilizado tubos de regadíos,
gastaron 4 mil dólares. "¿Cómo
se consiguen en Cuba?" "Con mucho esfuerzo"
Y me es imposible imaginar en que consiste ese
esfuerzo. Luego los sorprendió un huracán
en medio del Mar Caribe. Esto, señores,
no tiene que ver con los bellos piratas de Hollywood
capeando tormentas, esto tiene que ver con la
muerte. Y aunque se salvaron uno de ellos decía
"Me voy a tirar, y pensamos que iba a descansar
en el fondo de la balsa, porque en Cuba me voy
a tirar es voy a descansar, pero no, se iba a
suicidar, se iba a tirar al mar". La narración
se interrumpe de pronto. Alguien dice "que
la guagua está a punto de salir".
Les pido que aceleren el relato. Un barco de
Belice los recogió y los dejaron en una
playa. Cruzando selvas y montes llegaron a Guatemala,
pasaron a México, tomaron un autobús.
Muy cerca de la frontera norte, muy cerca de EU,
en Piedras Negras, la Policía Federal de
Caminos los captura. Le dan casi todo el dinero
que tienen y los dejan seguir adelante. Pero las
autoridades, que practican el amor a los compañeros,
avisan a los próximos retenes que van unos
cubanos, presa fácil para sacar las cervezas
y las prostitutas del día. Los vuelven
a detener, ya no traen el suficiente dinero para
complacer a los policías federales, los
detienen y los mandan a la Estación Migratoria
del DF, allí duermen en el suelo y sufren
hasta golpes. Después de dos meses los
mandan al extremo sur de México, a Tapachula,
frontera con Guatemala. Allí, gracias a
las gestiones de Eduardo Matías y a unos
sacerdotes locales, los liberan con un documento
que dice que tienen 24 horas para abandonar México.
Es a propósito, no se puede cruzar el país
en menos de 48 horas. Pero así se aseguran
de que los pueden volver a capturar, y si ya no
tienen dinero, tendrán que pedirles a sus
familiares en Estados Unidos. Estos cubanos son
el negocio sin fin para las corruptas autoridades
mexicanas. Lo saben y los economizan para sacar
mayores dividendos. No importa que tantos billetes
se levanten sobre lágrimas eternas.
Mis interlocutores miran el reloj, se les está
haciendo tarde. Uno alcanza a referir que un norteamericano
vino a México y dio 7 mil dólares
para sacar de la Estación Migratoria a
su pareja, un gay que como es cubano se metió
a balsero. Otros hablan de golpizas y humillaciones,
señalan a una señora "Pregúntele
a ella, a ella, que le cuente". Rosa, de
más de 60 años, asmática,
diabética: si no se pone una insulina diaria
se muere. Es de Marianao. La sacaron por Rusia,
estuvo 2 meses en una casa fría, azotada
por ese general invierno que acabó con
Napoleón y Hitler, luego la mandaron para
Alemania, de Alemania a México. Los agentes
de migración no la querían dejar
entrar al país. Ella, con esa desesperación
que infunde saber que estamos en el límite
de la vida, se tiro al suelo, se quitó
los zapatos, hizo un escándalo en el aeropuerto.
La patearon en las costillas y se la llevaron
a la Estación Migratoria. Ahora está
en la Casa del Balsero, único refugio para
tantos cubanos y no sabe cuando podrá cruzar
a Estados Unidos de América.
Los balseros se levantan y se van. A las dos
horas regresa Eduardo Matías. Ellos ya
se habían ido en un ómnibus para
la frontera con Brownsville. Nos sentamos a conversar.
Hace años y años que ayuda a sus
compatriotas. Cada día es más difícil,
aumenta la corrupción, los trámites
burocráticos se atascan. Los movimientos
políticos de México afectan todo
esto. Se dice que firmarán un acuerdo con
Cuba para deportar a los balseros y otros migrantes
cubanos que llegan por diversas vías. La
solución, convenimos, está en Cuba,
en la caída de la dictadura, en un cambio
de gobierno que posibilite un alza en la economía
y que la gente pueda trabajar, vivir en paz y
tener libertad en nuestro propio país.
Ahora los migrantes deben estar próximos
a la frontera, Eduardo Matías y yo, aquí
en el DF, continuamos, al igual que ellos, sin
patria, pero sin amo, igual que José Martí
que tuvo que exiliarse para conquistar la libertad
y precisamente estuvo en México.
Portal de la Asociación
Cívica Cubano - Mexicana y de la Casa del
Balsero y el Migrante Cubano - Capítulo
México
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