Anécdota Tragicómica
sobre el éxodo del Mariel
Por Angel Cuadra. Diario
Las Américas, 23 de abril de 2005.
En este año 2005, al cumplirse el 25 aniversario
de la más multitudinaria y significativa
salida de ciudadanos de un país que ha
conocido el continente americano, y que quedará
en la historia del mismo con el nombre de "Exodo
del Mariel", se han llevado a cabo actos
y se han escrito reportajes con los protagonistas
de aquella fuga masiva e insólita de los
cubanos, y artículos y encuestas en los
que se han puesto de manifiesto aspectos en los
que no habían reparado lo suficiente historiadores
y analistas.
Uno de esos aspectos que se han resaltado y que
denota la acción malvada e inescrupulosa
del régimen castrocomunista, fue la inclusión,
a la fuerza y mal intencionada de delincuentes
comunes de la mayor peligrosidad, sacados de las
cárceles de todo el país, como también
gran número de enfermos mentales de los
diferentes sanatorios para dementes, como el desagüe
de una sucia corriente desviada hacia los Estados
Unidos, con la intención de avalar la propaganda
oficial, baja y perversa, de que los que se marchaban
a la estampida de Cuba eran realmente la "escoria",
los "antisociales", los "delincuentes",
homosexuales de conducta impropia, prostitutas,
en fin, la peor ralea, la que desentonaba en la
nueva sociedad construida por la revolución.
Esa campaña comenzaron a instrumentarla
los medios de prensa gubernamentales, desde que
más de diez mil cubanos entraron a la desesperada
en la embajada del Perú en la Habana, en
las treinta y seis horas durante las cuales el
gobierno retiró las postas policiales que
custodiaban dicha sede diplomática, en
represalia contra la misma que se negó
a entregar a tres o cuatro cubanos que, en forma
sorpresiva y violenta, solicitaron asilo político
urgente en dicha Embajada.
La solución al problema creado por aquel
asilo inaudito, fue la salida por la vía
del puerto del Mariel, de alrededor de ciento
veinticinco mil cubanos, los cuales previamente
fueron hostigados con los llamados "actos
de repudio" por las turbas organizadas por
el gobierno, ya en los domicilios de los que se
anotaban para emigrar, ya en los centros de trabajo
de los mismos.
Fui testigo de ese envío mal intencionado
de delincuentes hacia los Estados Unidos en las
lanchas que enviaban los exiliados cubanos para
llevarse a sus familiares en la Isla. Era el año
1980, por los meses de abril y mayo. Yo me encontraba
en la cárcel de Boniato, situada en las
afueras de la ciudad de Santiago de Cuba, en los
años finales de mi condena de quince años
como preso político. En un pequeño
departamento contiguo a nuestra galera, se manejaba
el control de la población penal de aquel
centro penitenciario, y pudimos saber por el informe
directo de otros presos que actualizaban las listas
de reclusos, que habían rebajado el número
de ochocientos de los más peligrosos criminales,
a los que, inclusive, los habían presionado
para que se fueran por la citada vía al
extranjero. Y vimos salir a grandes grupos de
esos presos, muchos de los cuales se detenían
en las rejas de entrada a nuestra galera y nos
contaban cómo los habían incitado
y, a muchos, presionado para que tomaran parte
en el contingente de cubanos enviados por el puerto
del Mariel.
Una noche, ya recién pasado aquel alboroto
de especiales emigrantes, entró en nuestra
galera, en visita desde otra galera de presos
comunes, porque conocía a un preso político
vecino de la ciudad de Santiago de Cuba, un joven
negro, que no llegaba a los treinta años
de edad, y éste nos hizo el relato de su
desgracia por la que estaba allí preso;
cuento que si no fuese por lo trágico que
era para aquel pobre muchacho hubiese sido algo
cómico, propio para una comedia teatral.
Este joven, que trabajaba en una fábrica
de la ciudad de Santiago de Cuba, se vio obligado
a participar en un acto de repudio contra un compañero
de trabajo que se había inscripto en la
lista que facilitó el gobierno a los que
querían irse del país. Nuestro protagonista
también quería tomar dicho camino
para marcharse de Cuba, pero fue tan horrible
lo que vio que se le hizo a su compañero
en cuestión -ofensas en la vía pública,
lluvia de huevos podridos y de piedras y, finalmente,
golpes y heridas-, en lo que él tuvo que
participar que, lleno de terror, se le ocurrió
buscar su objetivo por otro camino.
El había oído decir que estaban
enviando a los presos para los Estados Unidos
por el puerto del Mariel; y, junto con otro amigo
y una amiga de ambos, concibieron la coartada
de convertirse en presos comunes, para lo cual
planearon fingir una reyerta entre los tres, lo
cual llevaron a cabo en un bar de la localidad,
por lo que incurrieron en un escándalo
público, por cuyo hecho -ellos se documentaron
al respecto- les impondrían una sanción
pequeña de pocos meses de prisión.
Y así, ya convertidos en presos (delincuentes
comunes), y gracias a esa condición, podrían
irse del país sin pasar por el horror de
ser víctimas de un brutal acoso, como aquel
acto de repudio del que él había
sido espectador y protagonista.
Llegados a la prisión de Boniato, manifestaron
que querían irse por el Mariel. Enseguida
los incluyeron en los grupos que desde esa cárcel
enviaban para la Habana, con dicho objetivo. Antes
de subir al ómnibus que los conducirían
hacia el destino anhelado, sólo tuvieron
que pasar por una breve andanada de huevos que
les tiraron a manera de despedida bautismal.
Tras el largo viaje hacia la capital, llegaron
a la prisión de La Cabaña. Allí
les dieron una documentación que los habilitaba
para irse por la vía del Mariel en las
embarcaciones que llegaban a dicho puerto, en
las que obligaban a los que financiaban las mismas
a incluir un número de delincuentes y enajenados,
si querían que les dejasen llevarse, si
no a toda, a una parte de los familiares que venían
a buscar.
Nos contaba nuestro desdichado héroe que,
junto con la documentación antes mencionada,
les advirtieron que ellos tenían que decir
al llegar a Estados Unidos que ellos se habían
refugiado en la Embajada del Perú. De este
modo el gobierno justificaba la calidad de "escorias",
y demás denigrantes calificativos, de los
cubanos que allí se habían acogido
al asilo diplomático como vociferaba el
gobierno.
De la prisión de La Cabaña, los
trasladaron entre otros muchos, para la prisión
del Combinado del Este, gran centro penitenciario
de La Habana, y de allí irían para
Cayo Mosquito, última escala a la que llegaron,
cerca del puerto por el que embarcarían
rumbo al destino anhelado.
Pero sucedió lo inesperado. De pronto,
por aquellos días, el Ministerio del Interior
dictó una Resolución en la que disponía
que aquéllos que habían sido sancionados
con posterioridad al 30 de abril (o mayo, no recuerdo
bien), no serían incluidos en el contingente
de delincuentes que se marcharían por el
Mariel.
Y fue así como este desgraciado joven
negro que nos relató que entonces tomó
el camino a la inversa: al Combinado del Este,
de ahí a la prisión de La Cabaña
y, desde ésta, de regreso a la cárcel
de Boniato, donde tendría que cumplir los
seis meses de condena que por el "escándalo
público" que, por temor a verse víctima
de un acto de repudio en su centro de trabajo,
en su domicilio o en la vía pública,
él, su amigo y su amiga, inventaron y llevaron
a efecto teatralmente; y cuyo fatal desenlace
parece asunto para un cuento de humor negro o
tema para un juguete cómico, si no fuera
por lo risiblemente trágico que resultó
el asunto para aquel pobre muchacho y sus dos
compañeros de aventura.
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