Cuba y la hora de América
Latina
Ernesto F. Betancourt, El
Nuevo Herald, 16 de abril de 2005.
Através de su historia, Cuba ha estado
en desfase con el resto de la región. Cuando
la conquista porque no tenía oro o plata
y cuando la independencia porque la elite criolla
temió una repetición del caso de
Haití. Ahora, hay una parte de la región
que busca salir de una vez del subdesarrollo,
como hicieron en décadas pasadas los asiáticos,
encabezada por Chile y Brasil, y otra que se empecina
en seguir las fracasadas fórmulas marxistoides,
encabezada por Cuba y Venezuela. Esto ocurre en
momentos en que el proyecto cubano acaba en un
rotundo fracaso económico con un Castro
patético hablando de ollas de presión,
chocolatines y confiscaciones a los exiliados
para aumentos raquíticos de dos dólares
en las pensiones.
El neoliberalismo perdió su oportunidad
en la década pasada al limitarse a la estabilización
monetaria del FMI y el ajuste estructural del
Banco Mundial y el BID, sin ofrecer respuesta
a las demandas de mejoramiento en la distribución
de riqueza y creación de empleo. Eso ha
debilitado el proceso de consolidación
democrática en la región que culminó
con la aprobación de la Carta Democrática
en Lima el día fatídico del 11 de
septiembre. Los pueblos ansiaban la democracia
como vía para lograr gobiernos que mejoraran
sus condiciones de vida. Al no producirse esas
mejoras, los votantes han acudido a los partidos
de izquierda a lo largo de toda la región.
Pero el hecho es que la izquierda, excepto en
el caso de Chile, no ha logrado reducir la pobreza.
Y en Chile, aunque mucho le duela a la gente de
Lagos, las reformas las introdujo Pinochet.
Ha llegado la hora de lanzar un programa de desarrollo
hemisférico que, sin abandonar la estabilización
monetaria y el ajuste estructural, incorpore un
fuerte crecimiento económico basado en
la pequeña y mediana empresa nacional,
sin descuidar la inversión extranjera.
Las bases analíticas de ese esfuerzo fueron
trazadas hace años por Mancur Olson, el
fallecido economista de la Universidad de Maryland,
quien fundara el Centro IRIS adscrito a esa Universidad.
IRIS es la sigla del nombre en inglés de
Reforma Institucional y el Sector Informal. El
peruano Hernando de Soto, que demostró
la importancia de la reforma judicial para liberar
el poder de capital de las grandes masas de América
Latina, fue un cercano colaborador de Olson. Al
coincidir la creación del Centro IRIS con
la transición sistémica en el bloque
soviético, América Latina quedó
excluida en los programas de ese centro. De Soto
se alejó. Eso tiene que cambiar.
Lamentablemente, cuando la Alianza para el Progreso,
las empresas americanas nada más estaban
interesadas en América Latina como lugar
de inversión o exportación, situación
que no parece haber cambiado. Recuerdo cuando
me llamó el secretario general de la OEA,
Dr. José Antonio Mora, para que lo ayudara
a encontrar una manera de dar entrada al sector
privado latinoamericano en las actividades de
la alianza. Esto resultó en la creación
de la Junta Empresarial de Asesoramiento al Secretario
General, que tuvo una duración precaria
por la oposición de los empresarios americanos,
a quienes en aquella época representaba
el llamado senador por Rockefeller, Jacob Javits.
Ahora, hace falta una clase que tome el liderazgo
a nivel nacional en la región para llevar
a cabo las reformas olsonianas que permitan una
revolución basada en el sector privado.
El autor de un libro recién publicado,
Cuba: realidad y destino, Jorge Sanguinetty, ha
discutido el caso cubano en términos de
las ideas olsonianas. Pero su excelente libro
va mucho más allá, ya que discute
cuestiones como la Constitución del 40,
que él recomienda no sea utilizada por
ser obsoleta, en términos de las necesidades
económicas en la nueva etapa de la vida
cubana que se encarará una vez caído
el régimen castrista.
En todo caso, en Cuba la reconstrucción
debe basarse en alto grado en las pequeñas
y medianas empresas, sin detrimento de que en
algunos casos las grandes empresas de inversionistas
extranjeros tienen capital y tecnología
que aportar para la reconstrucción. En
Cuba hace falta liberar de nuevo la iniciativa
privada para llenar el vacío creado por
la destrucción de la vasta red de distribución
y servicios que había en la Cuba preCastro
y, además, porque las pequeñas y
medianas empresas son una fuente muy superior
a las inversiones extranjeras para la creación
de empleo. Por primera vez en la historia, convergen
los momentos históricos de América
Latina y Cuba.
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