El futuro de Cuba en
la perspectiva de la UE
Joaquín Roy, El
Nuevo Herald, 16 de abril de 2005.
A la vista del notable número de aprendices
de adivino, debe ser facilísimo predecir
el futuro. Ahora este arte tiene una renovada
vigencia, al cumplirse el centenario de la muerte
de Julio Verne. En contraste con la necesaria
comprobación temporal de la validez de
las predicciones del fundador de la ciencia-ficción,
aventurar el futuro en la actualidad es muy cómodo
y sin costo.
Entre todos los ejercicios de anticipación,
ninguno supera en fascinación y facilismo
al caso de Cuba. No solamente parece dominar las
conciencias y las febriles actividades de los
jerarcas del régimen y la dirigencia de
la oposición pacífica y el exilio,
sino que ocupa las preocupaciones de diversos
gobiernos (sobre todo el de Estados Unidos) y
centenares de expertos.
Nadie resiste la tentación, quizá
con la excepción del propio pueblo de Cuba
en general, al que nadie le pide su opinión,
porque no hay medios científicos de sondeos.
Sabiamente, prefiere (o no tiene más remedio)
no opinar y menos predecir el futuro. Curiosamente,
es el sector más cuerdo.
Aunque la dependencia parcial de los subsidios
o favores que la Unión Europea ofrece no
represente la solución a largo plazo que
Cuba necesita, la lógica de la inserción
cubana en su entorno especial de los países
del grupo de Africa, Caribe y Pacífico
(ACP) es perfectamente rescatable. Se suaviza
así la dependencia exhaustiva que llevó
al enfrentamiento desde los 50, y contribuye al
equilibrio de la zona, respetando las peculiaridades
culturales, raciales, demográficas y políticas.
Resulta significativo que esa inclusión
de Cuba para que se beneficie directamente del
Acuerdo de Cotonou es tozudamente rechazada por
el gobierno de Castro, que no está dispuesto
a aceptar las condiciones: en el fondo son ''demasiado
fastidio para tan poca plata''. Al mismo tiempo,
la oferta es vista con escepticismo por Washington,
por ser una violación de la Doctrina Monroe:
los europeos molestan en el traspatio.
La evidencia de que Cuba está a 90 millas
de Cayo Hueso, y que tras la desaparición
del sistema dictatorial imperante estará
todavía más cerca de Miami, debiera
compaginarse con la realidad implacable de una
Cuba exhausta, pero anclada en su escenario natural.
Y, lo que es más importante, contará
con un pueblo, extremadamente diestro en el arte
de la supervivencia, comparativamente más
educado que su entorno geográfico, deseoso
de encontrar sus propias soluciones.
El agotamiento europeo tras la costosa ampliación
(y la perspectiva de Turquía) y la incertidumbre
de su propio proceso por la cuestionable constitución,
se replicará a la propia limitación
de los Estados Unidos dependiendo de cómo
vayan las circunstancias en las zonas calientes
del planeta. Cuba deberá entonces encontrar
sus soluciones para sus propios problemas, en
su entorno del Caribe.
De ahí que Europa, en su política
de ''relación constructiva'', insista en
que Cuba inicie hoy ese aprendizaje. Por eso Castro
se resiste en retrasar el futuro implacable. Como
demuestra el consistente voto crítico de
la UE en la Comisión de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas en Ginebra (que a Castro
"le importa un bledo''), la política
europea hacia Cuba no ha variado en una larga
década. Se opone al embargo y condiciona
un acuerdo de cooperación a la reforma
democrática en Cuba. Contribuye a la transición
pacífica, el renacimiento democrático,
y a la reinserción cubana en la comunidad
internacional.
jroy@Miami.edu
Catedrático Jean Monnet y director
del Centro de la Unión Europea de la Universidad
de Miami.
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