PRENSA INTERNACIONAL
Abril 11, 2005
 

La Comisión de Derechos Humanos y Borges

Alejandro Gómez. El Nuevo Herald, 10 de abril de 2005.

La Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas y el escritor argentino Jorge Luis Borges tienen una cosa en común: ambos están enterrados en Ginebra. Pero de los dos, sólo el genial escritor argentino sabe que ya murió.

La Comisión sigue actuando como si sus resoluciones pudieran cambiar algo la situación de la violación de los derechos humanos, una de las grandes lacras que todavía nos quedan.

El viernes, Fidel Castro dijo que ''le importa un bledo, y al pueblo de Cuba le importa un bledo, la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra''. Seguramente a él le importa un bledo. El pueblo de Cuba quisiera que la Comisión tuviera algún grado de incidencia en la realidad para paliar un poco tanta desdicha y opresión.

La resolución a votarse pide que se apruebe una visita a la isla de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Louise Arbour, como si hiciera falta algo más para verificar las violaciones de los derechos humanos, el presidio político, los fusilamientos, la persecución a disidentes y el simple y asombroso hecho de que el mismo individuo esté hace 46 años en el poder. A esto se puede agregar la inexistencia de la prensa, las trabas para salir del país y una larga lista de etcéteras que todos conocen.

Es absolutamente inconcebible que la comunidad internacional siga dejando al pueblo de Cuba librado a su mala suerte y a los caprichos de un anciano que hace tiempo perdió el rumbo, si es que alguna vez lo tuvo.

No se trata, como el mismo Castro anhela, de una solución militar que sólo agravaría los sufrimientos de los cubanos. Pero existen innumerables métodos de presión y sanciones para hacer cambiar de actitud a gobiernos dictatoriales. Las idas y venidas de la Unión Europea y el lamentable y vergonzoso silencio de América Latina, con excepciones como las de Chile, son un fiel reflejo de cómo se maneja la Comisión.

Mezcla de intereses económicos, demagogia hacia el interior de algunos países de no atacar al líder que se enfrenta al imperialismo americano aunque para eso deba desangrar a su propio pueblo.

Por otra parte, una visión un poco cruel indica que la composición de la Comisión es algo así como poner a Herodes a dirigir un day care. Es ofensiva la presencia allí de países que violan sistemáticamente los derechos humanos. Sería de pura lógica exigir a los países miembros que sean democracias que respeten los derechos humanos y las libertades públicas.

Así pues, se justifica que a Fidel Castro le importe un bledo lo que decida la Comisión. Nunca, en 46 años, le afectó lo que dijera Naciones Unidas. No en lo personal, ya que tiene el rostro blindado, sino en lo que realmente hubiera sido importante: ponerle límites a la opresión del pueblo cubano.

Pero no se trata de tirar al niño con el agua de la tina. Naciones Unidas y su Comisión de Derechos Humanos son necesarias y deben hacer las reformas precisas para poder proteger efectivamente a ese número demasiado grande de personas que viven bajo autoritarismos y tiranías. Y subir los niveles de exigencia para pertenecer a la organización no es algo arbitrario, sino justo. Por otra parte, las democracias occidentales no deben ceder a la tentación de tolerar autoritarismos para hacer buenos negocios.

Volver a la ética y a una escala de valores que vaya más allá de los beneficios económicos es imprescindible para crear ese orden mundial que se necesita después del derrumbe soviético.

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