PRENSA INTERNACIONAL
Abril 6, 2005
 

Esperando a Castro

Alejandro Armengol, El Nuevo Herald, 5 de abril de 2005.

Resignado, por primera vez en su vida, a sus limitaciones físicas, Fidel Castro sabe que no le queda más remedio que conducir al país desde un espacio cerrado. Para compensarlo, apela a leer las críticas recogidas en cualquier parte. Castro ya no está en la calle, pero tiene oídos y ojos por todos lados. Además, y ya lo ha dejado claro a través de sus voceros, está más dispuesto que nunca a no permitir que alguien transite libremente por las avenidas, no importa que sean mujeres en el reclamo pacífico de libertad para sus familiares. Su encierro involuntario no es sinónimo de abandono.

Como los monarcas, ahora escenifica audiencias donde el pueblo no tiene entrada. Rodeado de cortesanos a los que premia y castiga arbitrariamente, dedica horas y horas a temas sin importancia, pero varios minutos le bastan para cambiarles la vida a todos sus súbditos.

Quienes participan de la puesta en escena no sólo tienen que ocultar cualquier demostración evidente de tedio. Saben además que en cualquier momento pueden ser llamados a desempeñar su pequeño papel. El temor ante una equivocación o un fallo en interpretar las intenciones de quien es a la vez actor principal, autor y director de la obra, los mantiene en una espera angustiosa.

El cubano de a pie convertido en espectador ante la pantalla del televisor disfruta por breves momentos del embarazo de los figurantes, pero sabe también que a continuación puede escuchar un nuevo decreto que cambiará su vida.

Al final, todos deben apostar por el aburrimiento. Todos menos el gran empresario. Quien se las juega todas en favor de un cansancio incapaz de abolir el azar.

Se trata de representaciones del teatro del absurdo y la crueldad, dirigidas a incrementar las tendencias sadomasoquistas en los participantes y espectadores.

El cambio mayor que trae este nuevo teatro nacional es la transformación sufrida por el protagonista. Su discurso ha ido de una proyección internacional y una confianza ilimitada en el juicio de la historia al almuerzo familiar: del futuro al mediodía.

El hombre que en una época puso al mundo al borde de una hecatombe atómica, dirigió una guerra en un continente lejano y llenó de guerrillas un territorio enorme, actualmente se preocupa por los condimentos.

Igualar el visible deterioro físico y mental del mandatario con el fin inmediato de su poder es arriesgarse a una desilusión. Presenciar una caída en pedazos no es asistir a un rápido desplome.

Estos últimos discursos que en muchos casos han provocado más burlas que reflexión pueden significar el comienzo de una nueva ofensiva revolucionaria, más paulatina pero no menos empeñada en recuperar el control absoluto de la producción y el mercado, al tiempo que otra oleada represiva contra disidentes y quienes buscan mantener su vida apartada del gobierno, quienes buscan los recursos para sobrevivir al margen del sistema. Tras el alivio de las bromas por las recetas culinarias castristas, hay una realidad aplastante: la nación en que cada ciudadano comienza a disfrutar del derecho de tener una olla arrocera es un mundo cerrado, donde a cambio de la libertad se ofrece el chocolatín y un plato de frijoles ablandados sin mucho esfuerzo.

aarmengol@herald.com

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