Chávez
tras la muerte de Castro
Carlos Alberto Montaner, El
Nuevo Herald, 24 de octubre de 2004.
Comienzo por establecer mis fuentes sin mencionar
sus nombres: se trata de personas situadas por
Castro en el entorno de Hugo Chávez. Tienen
la función de ayudar al coronel a construir
lenta y pacientemente un estado totalitario. A
estas alturas carecen de convicciones ideológicas,
saben que lo que hacen es moralmente injustificable
y políticamente disparatado, pero se encuentran
atrapadas en ese opaco mundo afectivo en el que
se dan cita las lealtades humanas, los temores
al futuro y la inercia vital. Tras toda una vida
de obediencia al comandante en jefe, les resulta
muy difícil romper con la costumbre. Han
aprendido a vivir dócil y agónicamente
en medio de la más absoluta contradicción.
De acuerdo con ellos, por estos días Hugo
Chávez experimenta lo que los psiquiatras
llaman ''emociones conflictivas''. La noticia
de la mala salud de Fidel Castro, de quien cuentan
que padece un avanzado cáncer de próstata
--lo que, de ser cierto, explicaría su
delgadez y ese color pajizo que le colorea la
piel--. le preocupa a Chávez tremendamente,
pero parece agradarle la idea de convertirse en
la cabeza visible de la izquierda latinoamericana.
Es verdad que, en gran medida, Chávez le
debe su permanencia en el poder al respaldo político
y policiaco de Fidel Castro, su admirado sostén,
pero la gratitud es siempre un sentimiento muy
complicado para las personalidades narcisistas.
La ayuda que ha necesitado y recibido de Castro
es también una prueba de su propia debilidad,
y esas cosas no se perdonan fácilmente.
Es este trasfondo --y una imprudente confidencia
del ministro cubano Pérez Roque-- lo que
explica unos curiosos hechos recientes. Hace pocas
fechas ambos gobiernos, por medio de sus cancilleres
respectivos, se apresuraron a firmar numerosos
convenios de colaboración, una extraña
formalidad impropia de dos estados caracterizados
por la improvisación y el caos. ¿Por
qué? Porque Castro sabe que las relaciones
entre los dos países no están fundadas
en lazos institucionales, sino en frágiles
vínculos personales que pueden debilitarse
tras su muerte hasta desaparecer del todo.
Castro es el maestro que no respeta demasiado
al alumno que el destino le ha deparado, mientras
Chávez, a su vez, es el discípulo
tortuosamente agradecido. Los dos se sienten y
actúan como caudillos iluminados que a
nadie deben dar cuenta de sus actos porque nadie
tiene la capacidad de juzgarlos. Castro, por su
propia voluntad, en una operación coordinada
por sus colaboradores más directos --los
llamados "jóvenes talibanes''-- envía
miles de médicos, dentistas, técnicos,
policías y material de propaganda a Venezuela
--un aporte que disgusta a muchísima gente
dentro de Cuba-- mientras Chávez, por decisión
personal inconsulta, remite diariamente a la isla
entre 53,000 y 70,000 barriles de incobrable petróleo,
compasiva solidaridad revolucionaria que tampoco
genera demasiada felicidad entre los venezolanos.
En todo caso, ¿qué sucederá
con esos vínculos mutuamente ruinosos en
el momento en que desaparezca Fidel Castro? Es
probable que quien herede el poder en Cuba tras
la muerte del comandante, incluso si se trata
de su hermano Raúl --que no padece la pulsión
napoleónica que caracteriza a Fidel--,
se concentre en mantener el control de los calabozos
nacionales y se olvide de las aventuras planetarias.
Simultáneamente, en Venezuela lo predecible
es que Chávez, ya sin la presión
moral de su mentor, se replantee el tema de los
subsidios a Cuba: ¿para qué continuar
sosteniendo un régimen que ha perdido su
único capital político, ese enorme
interés antropológico que despierta
Fidel Castro tras medio siglo de propaganda y
fotogénicas excentricidades?
Va a ser, sin duda, un velorio interesante cuyas
consecuencias se sentirán en toda la cuenca
del Caribe. Ya están preparando los complicados
ritos funerarios.
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