PRENSA INTERNACIONAL
Octubre 25, 2004
 

Chávez tras la muerte de Castro

Carlos Alberto Montaner, El Nuevo Herald, 24 de octubre de 2004.

Comienzo por establecer mis fuentes sin mencionar sus nombres: se trata de personas situadas por Castro en el entorno de Hugo Chávez. Tienen la función de ayudar al coronel a construir lenta y pacientemente un estado totalitario. A estas alturas carecen de convicciones ideológicas, saben que lo que hacen es moralmente injustificable y políticamente disparatado, pero se encuentran atrapadas en ese opaco mundo afectivo en el que se dan cita las lealtades humanas, los temores al futuro y la inercia vital. Tras toda una vida de obediencia al comandante en jefe, les resulta muy difícil romper con la costumbre. Han aprendido a vivir dócil y agónicamente en medio de la más absoluta contradicción.

De acuerdo con ellos, por estos días Hugo Chávez experimenta lo que los psiquiatras llaman ''emociones conflictivas''. La noticia de la mala salud de Fidel Castro, de quien cuentan que padece un avanzado cáncer de próstata --lo que, de ser cierto, explicaría su delgadez y ese color pajizo que le colorea la piel--. le preocupa a Chávez tremendamente, pero parece agradarle la idea de convertirse en la cabeza visible de la izquierda latinoamericana. Es verdad que, en gran medida, Chávez le debe su permanencia en el poder al respaldo político y policiaco de Fidel Castro, su admirado sostén, pero la gratitud es siempre un sentimiento muy complicado para las personalidades narcisistas. La ayuda que ha necesitado y recibido de Castro es también una prueba de su propia debilidad, y esas cosas no se perdonan fácilmente.

Es este trasfondo --y una imprudente confidencia del ministro cubano Pérez Roque-- lo que explica unos curiosos hechos recientes. Hace pocas fechas ambos gobiernos, por medio de sus cancilleres respectivos, se apresuraron a firmar numerosos convenios de colaboración, una extraña formalidad impropia de dos estados caracterizados por la improvisación y el caos. ¿Por qué? Porque Castro sabe que las relaciones entre los dos países no están fundadas en lazos institucionales, sino en frágiles vínculos personales que pueden debilitarse tras su muerte hasta desaparecer del todo.

Castro es el maestro que no respeta demasiado al alumno que el destino le ha deparado, mientras Chávez, a su vez, es el discípulo tortuosamente agradecido. Los dos se sienten y actúan como caudillos iluminados que a nadie deben dar cuenta de sus actos porque nadie tiene la capacidad de juzgarlos. Castro, por su propia voluntad, en una operación coordinada por sus colaboradores más directos --los llamados "jóvenes talibanes''-- envía miles de médicos, dentistas, técnicos, policías y material de propaganda a Venezuela --un aporte que disgusta a muchísima gente dentro de Cuba-- mientras Chávez, por decisión personal inconsulta, remite diariamente a la isla entre 53,000 y 70,000 barriles de incobrable petróleo, compasiva solidaridad revolucionaria que tampoco genera demasiada felicidad entre los venezolanos.

En todo caso, ¿qué sucederá con esos vínculos mutuamente ruinosos en el momento en que desaparezca Fidel Castro? Es probable que quien herede el poder en Cuba tras la muerte del comandante, incluso si se trata de su hermano Raúl --que no padece la pulsión napoleónica que caracteriza a Fidel--, se concentre en mantener el control de los calabozos nacionales y se olvide de las aventuras planetarias. Simultáneamente, en Venezuela lo predecible es que Chávez, ya sin la presión moral de su mentor, se replantee el tema de los subsidios a Cuba: ¿para qué continuar sosteniendo un régimen que ha perdido su único capital político, ese enorme interés antropológico que despierta Fidel Castro tras medio siglo de propaganda y fotogénicas excentricidades?

Va a ser, sin duda, un velorio interesante cuyas consecuencias se sentirán en toda la cuenca del Caribe. Ya están preparando los complicados ritos funerarios.

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