Cabrera
Infante y sus tres tristes tigres inmortales
Adriana Herrera T., El
Nuevo Herald. 24 de octubre de 2004.
¿Cómo imaginar a Guillermo Cabrera
Infante escribiendo sobre Londres? Es imposible
pensarlo contando un universo ajeno a Cuba porque
desde el día en que se alejó de
la isla sabiendo que no regresaría, escribe
sobre lo que alguna vez fue territorio, con la
obsesión de quien sostiene en el recuerdo
un universo que dejará de existir si deja
de evocarlo. Los recodos de la noches habaneras
llevan para siempre la rúbrica de su nombre
prohibido.
Cabrera Infante es para esa Habana difunta, lo
que García Márquez para el realismo
mágico caribeño, Alberto Moravia
para Roma, o Proust para París a comienzos
del siglo XX: esos espacios y ciudades que alguna
vez habitaron, alcanzan en sus páginas
la cualidad de lo imperecedero, aun si, parafraseando
a Ovidio, ''sólo una noche hubo'' entre
su esplendor y su decadencia.
La Habana nocturna se entronizó en la
literatura no sólo con la corte funámbula
de los personajes de Cabrera Infante, que alcanzan
una existencia no sujeta al paso del tiempo ni
a las torpezas de la historia; sino con el festejo
del habla habanera que sólo él,
capaz de traducir ''al cubano'' Los Dublineses
de Joyce, podría haber logrado, como lo
hizo en Tres Tristes Tigres: una liberación
orgiástica donde el son y las letras de
la música popular, los malabares lingüísticos,
los goces del pensamiento, la exaltación
de la noche y la resurrección perpetua
de sus mitos, crean una obra que cuatro décadas
después resulta más contemporánea
que las novelas que la precedieron. El Ulises
latinoamericano es obra de Guillermo Cabrera Infante.
El Nuevo Herald habló con él en
los 40 años del Premio Biblioteca Breve.
Tres Tristes Tigres no sólo parte en dos
su historia, sino la literatura latinoamericana.
¿No fue un intento tan grande el suyo en
el idioma español como el que hizo Joyce
en la lengua inglesa?
No, yo no puedo decirlo. Compararme con Joyce
es algo que no me pasa por la cabeza... Este libro
es una suma cubana, en el sentido de suma de lo
que pasa en Cuba. La narración inicial
es la narración de una niña muy
alejada de su niñez, de sus aventuras,
con una visión de la realidad muy provocadora.
Y así toda la primera parte del libro son
narraciones en primera persona de diferentes personajes
que coinciden en la noche de La Habana. Tres Tistes
Tigres es eso: una suma de la vida cubana a través
de varios personajes; una suma sobre lo que iba
a desaparecer del todo.
Es inevitable compararlo por las continuas alusiones
musicales, literarias, la fiesta lingüística,
la parodia, las libertades del punto de vista,
la creación de personajes como La Estrella.
Son narraciones muy diferentes y Joyce acertó
primero que nada en hacer un libro en esas condiciones
de suma irlandesa, suma de Dublín, porque
eso es en realidad lo que es. En cuanto a personajes
como La Estrella, no es una creación mía.
Ella es en realidad un personaje en la vida nocturna
de La Habana.
Claro, pero me refiero a su conversión
en mito.
Ella era un mito, ella se hizo un mito al morirse,
y ella se hizo un personaje ella misma, creó
su propio mundo, no solamente por su voz y su
manera de cantar, sino por su comportamiento realmente
extraordinario, y además por su fealdad.
Cuando hay un personaje femenino uno siempre espera
verlo con cierta belleza, sino es una belleza
directa, pudiéramos decir de alma. La Estrella
no era nada de eso: era una mujer fea, por dentro
y por fuera; pero tenía una voz absolutamente
extraordinaria, una voz más enorme que
toda su fealdad. Y eso fue lo que yo relaté.
Y de otro modo no sería inmortal...
Lo que ocurrió fue que me di cuenta de
que todo ese mundo de La Habana de noche, todo
lo que se narra en Tres Tristes Tigres, iba a
desaparecer a la corta o a la larga, y sin tener
testigos, sin tener nadie que lo describiera.
Era una realidad muy rica como para dejarla desaparecer
de esa manera.
Dijo que fue un error escoger el mismo narrador
para la muerte de Bustofredon, que para la muerte
de la Estrella... Sí, eso fue un error,
un error de punto de vista.
¿Quién debería haber narrado
la muerte de estrella?
En un principio, no sé cuáles de
los personajes pudieran haberse encontrado con
ella, como la encontró el narrador de Ella
cantaba boleros, pero ciertamente debía
ser otro narrador. Esos son accidentes que ocurren
en la construcción de un libro.
Otro aspecto impresionante es el modo en que
maneja los diálogos. La alteración
de los signos de puntuación que se atribuye,
como algo novedoso, a Saramago, está ya
en Tres Tristes Tigres .
¿Saramago? Yo no sé --porque no
he leído ni una línea suya-- qué
ha hecho o no ha hecho.
¿Qué lee ahora?
Bueno ahora, estoy leyendo los cuentos de Rudyard
Kipling. Son sumamente interesantes y muy acabados.
Tengo una colección de cuentos, coleccionados
por Somerset Maugham, muy interesante. Maugham,
que vivió casi un siglo, cuenta en el prólogo
que conoció a Kipling, que ha terminado
siendo el mayor cuentista de Inglaterra, porque
aquí no se ha cultivado mucho el cuento
y él, sin duda, tiene un gran dominio del
género. Es un maestro.
¿Lee a los escritores jóvenes cubanos
que vivien en la isla?
Trato de leerlos, pero todos me parecen muy predecibles.
Hay una o dos ocasiones en que he encontrado algo
diferente como en el caso de la narración
de Senel Paz, El lobo, el bosque y el hombre.
Me pareció bastante original y fue la narración
en la cual se basó Fresa y Chocolate, la
película de Gutiérrez Alea. La historia
me pareció diferente, que eso es de lo
que se trata. Porque todos escriben igual. Tratan
de escribir diferente pero les sale igual, y a
Senel Paz cada narración le salió
muy bien hecha, muy bien contada.
Cuando lee, de alguna manera regresa al principio
de su exilio. Basta asomarse a su literatura:
aquellas obras nacidas del culto al cine que le
inculcó La Habana y que hizo de él
alguien capaz de convertir la crítica de
cine en un nuevo género literario, como
anota Vargas Llosa; las viñetas que condensan
en Amanecer desde el trópico la historia
''del único lugar del mundo donde existe
una provincia llamada Matanzas'', y todos sus
relatos --desde La Habana para un Infante Difunto
a Delito por bailar Chachachá-- para comprender
hasta dónde ha vivido, como dice "en
el recuerdo de La Habana y el recuerdo de lo que
era la realidad cubana (cuando salió al
exilio) y con el conocimiento de que eso iba a
continuar como una cruda realidad, pero que lo
que yo había vivido y narraba, desaparecería
por completo''.
Su vida interior no transcurre tanto en el barrio
de Londres donde escribe, como en La Habana que
él rescata con el afán de quien
es testigo del naugragio de un mundo e intenta
salvar las piezas que caben en sus manos. Burla,
derroche verbal, malabarismo intelectual, son
también tenazas contra la nostalgia. "Hay
un momento en Tres Tristes Tigres --recuerda de
pronto Guillermo Cabrera Infante-- en que se dice
que lo que más odiaba el narrador era el
olvido''.
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