Cuba:
Contexto envenenado
Por Ignacio Sánchez Cámara/
ABC
España, 19 de octubre de 2004.
Ni siquiera un hecho infame, como la expulsión
de Cuba de tres diputados europeos, uno de ellos
español del PP, Jorge Moragas, y otros
dos holandeses, permite la concordia entre el
Gobierno socialista y la oposición popular,
ni aún la solidaridad de aquél hacia
ésta. La reacción rápida
de Moratinos no basta, al menos por tres consideraciones.
La primera, por su tibieza y la ausencia de la
contundencia que deriva de la firmeza de las convicciones.
"Pedir explicaciones" resulta muy diplomático,
pero, en este caso, se antoja algo irrisorio.
Ante una agresión, no se piden explicaciones,
sino que se aplican sanciones o, al menos, se
expresan condenas. La segunda consideración
es la aberrante reacción de algunos dirigentes
socialistas, por ejemplo y entre otros, Trinidad
Jiménez y Leire Pajín, consistente
en criticar al expulsado agraviado más
que a la dictadura agraviante. Si no viajaran,
parecen decir, para apoyar a la disidencia, no
se arriesgarían a la expulsión.
Se lo han buscado por ir a Cuba a meterse en política.
Y la tercera, por el absentismo del embajador
Zaldívar, por lo que se ve, fiel a sus
orígenes ideológicos.
Naturalmente, la falta de apoyo y concordia se
sustenta en dos pilares. Por un lado, la obsesión
socialista por aislar al PP y su creencia de que
la posibilidad de que a algún miembro de
la derecha pueda asistirle la razón constituye
una imposibilidad lógica, una contradicción
en los términos. Por otro, existen patentes
discrepancias en el diagnóstico y tratamiento
de la dictadura cubana. Para la izquierda antidemocrática,
y parte de la democrática, Castro o no
es un tirano o es nuestro tirano, se entiende,
el suyo. Se resisten a admitir que el último
icono de la revolución sea un cruel juguete
roto, que incluso ya venía averiado de
fábrica. Ciertos argumentos vergonzosos
jamás serían utilizados ante otras
dictaduras menos afines. Ignoran estos progresistas
acartonados que, en realidad, las dictaduras exhiben
la misma ideología y que no cabe discernir
entre ellas por sus fines, progresistas o reaccionarios,
pues todos se reducen al mismo: permanecer en
el poder al margen de la voluntad popular, y reducir
al silencio toda crítica y oposición.
El medio es aquí el fin.
No es extraño que el Gobierno de Zapatero
se haya apresurado a anunciar, sin diálogo
ni consenso, el cambio unilateral de la política
española hacia Cuba. Claro, un buen talante
se obstina en no molestar ni a los dictadores
ni a los dictados, ni a los castristas ni a la
disidencia. Es la consecuencia natural de la amistad
secular entre españoles y cubanos, que,
acaso por coherencia, cabría aplicar a
frentepopulistas y franquistas, españoles
todos, y no molestar a ninguno.
Acaso la clave pueda encontrarse en el final
del editorial que ayer publicaba el menos anticastrista
de los diarios españoles de ámbito
nacional. Después de la inevitable repulsa,
poco airada, al castrismo, de las exigencias políticamente
correctas de imprimir un tránsito hacia
la democracia, y de propugnar una política
de Estado hacia Cuba en la que el PSOE y el PP
debieran estar juntos, concluye con este párrafo
esclarecedor: "Las acciones de guerrilla
partidistas, por bien intencionadas que parezcan,
sobran en un contexto tan envenenado como el cubano".
O sea, que quien rompe el consenso no es el Gobierno
al cambiar de política (¡europea!)
sin pactarla, sino el guerrillero Moragas por
interferir, con buenas intenciones sólo
aparentes, en un contexto envenenado como el cubano.
Y uno, si aún tiene fuerzas, se pregunta:
Envenenado, ¿por quién? ¿por
Castro, por la disidencia o, acaso, por ambos?
Mientras tanto, permanecemos en vilo, a la espera
de las explicaciones del tirano. Pues si se piden
explicaciones, será porque las hay.
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ABC Periódico Electrónico S.L.U,
Madrid, 2004.
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