Zapatazo
a Cuba
Jorge Vilches / La
Razón Digital, España, 19 de
octubre de 2004.
La libertad debe ser muy molesta para algunos.
Sonroja escuchar a Leire Pajín decir que
el PP contribuye a dividir la opinión de
los españoles en relación a Cuba,
o a Trinidad Jiménez que Moragas ha ido
a Cuba a "provocar", o a Rafael Estrella
decir, con indignación, que este diputado
español fue "deliberadamente"
a que lo expulsaran. Sin duda lo peor es el plan
del ministerio de Exteriores español, el
de Moratinos, consistente en quebrar la dictadura
castrista mediante el fomento de la cooperación
económica, y el apoyo moral al régimen
ante la Unión Europea y frente a EE.UU.
Quizá el ministro no se ha percatado de
que el problema cubano es de derechos humanos,
y que está en juego la vida de muchas personas
simplemente por pensar y vivir de forma distinta.
¿Por qué hay una parte de la izquierda
española, y occidental, que defiende el
castrismo, que siempre le pone "peros"
y justificaciones, que repite la comparación
propagandística que hace el régimen
castrista con respecto a otros países hispanoamericanos?
Sin hacer psicología social, es evidente
que hay dos grandes razones. La primera es que
la Cuba comunista ha sido el sueño tropical
y socialista de la izquierda del mayo del 68,
de esa gauche divine, contradictoria y ridícula,
que siempre ha vivido tan bien entre capitalistas.
La Cuba de Castro era aquella romántica
oportunidad, el pozo de ilusiones que se perdió
para algunos comunistas europeos, entre ellos,
Zaldívar, el actual embajador español
en La Habana.
Pero, además, este castrismo de salón
bebe en uno de los pilares del izquierdismo actual:
el antiamericanismo. EE.UU es el causante de la
inestabilidad y pobreza mundiales, de las dictaduras
que hoy surcan el planeta ya sea por acción
u omisión. El embargo estadounidense es
para ellos la causa principal de la miseria cubana,
y no importa cuántas veces se explique
que es una medida meramente formal que no le cierra
el mercado a la Isla. Los antiamericanos ven en
Fidel Castro al héroe latino que, como
dijo Bono, nuestro ministro de Defensa, no "hinca
las rodillas" ante el imperialismo yanqui.
El castrismo de sofá cama occidental le
hace el juego al dictador caribeño cuando
distingue entre los opositores a la dictadura.
Sostiene que los de Miami, más yanquis
que otra cosa, son derechistas que quieren comprar
la Isla, y que la UE debe optar por opciones más
"progresistas". Pero son soflamas vacías.
Oswaldo Payá o Raúl Rivero han sido
prácticamente ignorados por la izquierda,
y aún alguno ha querido ver en ellos a
agentes de EE.UU.
La oposición a Castro, con todos sus matices
y diferencias, quiere el fin de la dictadura comunista
en Cuba, el establecimiento de un régimen
que respete los derechos individuales, y en el
que se pueda concurrir libre y democráticamente
por el poder. ¿Tan difícil es de
entender? ¿O es que no es posible aceptar
que la derecha pida la democracia contra una dictadura
de izquierdas?
Y caen bien las sentencias que Vargas Llosa, en
su novela La fiesta del Chivo, puso en boca del
coronel Abbes García, el matarife del dictador
dominicano Trujillo: "mientras el enemigo
de adentro esté débil y desunido,
lo que haga el de afuera no importa. Que Estados
Unidos chille, que la OEA patalee, que Venezuela
y Costa Rica ladren, no nos hace mella. Más
bien, une a los dominicanos como un puño
en torno al Jefe". En Cuba, de la debilidad
del "enemigo interno" ya se ocupan los
estalinistas de Castro. Lo que no esperábamos,
quizá por la ceguera que infunde la esperanza,
es que la Europa de los ciudadanos contribuyera
a esa debilidad tendiendo la mano al dictador,
distinguiendo entre anticastristas de izquierdas
y de derechas, y culpando del conflicto al que
pide libertad.
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