Moragas
vs. Fidel
Cecilia
García. La
Razón, España, 17 de octubre de
2004.
Zapatero está haciendo historia. En apenas
una semana ha conseguido un escenario internacional
impensable incluso para los especuladores de la
"política ficción": que
Bush, Castro y los opositores cubanos estén
de acuerdo en, al menos, una cosa: fruncir el
ceño ante los movimientos de la diplomacia
española. ¡Qué arte! ¿Habrá
sido el primer paso para poner en marcha la tan
cacareada "alianza entre civilizaciones"?
No sé, pero me temo lo peor.
Vamos de incidente a incidente y tiro porque
me toca. Con la suerte que tenemos nos van a comer
y vamos a tener que volver a la casilla de salida
con lo que nos ha costado entrar en el tablero
internacional.
Se comenta que los populares, tan revoltosos
últimamente, están torpedeando por
enredar el buen rollito que intentamos exportar
al mundo, ese "haz el amor y no la guerra",
convertido en un coitus interruptus, a causa de
los continuos gatillazos de nuestros prohombres
en el Gobierno. El último ejemplo, Moragas.
Según la izquierda acomplejada y rehén
de una Revolución que se ha quedado en
una involución, el diputado del PP ha ido
a Cuba, mejor dicho al aeropuerto de La Habana,
a provocar a Castro y montar el numerito. Es una
dudosa posibilidad aunque también hay que
reconocer lo evidente: que el dictador te eche
de su isla, embellece el currículo de cualquier
demócrata. Más aún si a uno
le amenazan con arrestarle. Para los populares,
Cuba es el Vietnam o el mayo del 68 que no tuvieron,
en contraste con la tibieza de socialistas y comunistas,
más duchos en eso de correr delante de
la Policía.
Para redondear la faena, lo único que
le ha faltado a Moragas ha sido dejarse apresar,
pasar una nochecita en cualquier comisaría
de La Habana y ejercer la resistencia pasiva,
que da mucho lustre, aunque no precisamente físico.
Pero no nace un Gandhi todos los días.
Con que Fidel le tenga en su agenda de invitados
"non gratos" ya ha cumplido con su misión
y le ha mandado un recadito a Zapatero: al déspota,
ni agua aunque sólo sea para que se aclare
la voz durante sus interminables discursos. No
se puede dialogar con quien entiende la vida como
un monólogo y sólo se escucha a
sí mismo.
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1999 La Razón
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