La
receta china
Pablo Alfonso, El Nuevo Herald,
24 de noviembre de 2004.
El refranero popular cubano tiene una afirmación
lapidaria para los males que no tienen remedio:
"A ese no lo salva ni el médico chino''.
Ignoro de dónde proviene la certidumbre
de que el tal galeno asiático posee poderes
cuasi infalibles, pero así es el imaginario
popular, siempre aferrado a los mitos y las esperanzas.
El tema viene a cuento a propósito de
la visita que realiza a Cuba, el presidente de
la República Popular China, Hu Jintao.
El distinguido visitante llega, al parecer, con
una agenda proclive a abrir la billetera de las
inversiones en un momento en que la dictadura
cubana tiene prácticamente cerrado esos
caminos por falta de pagos.
¿Salvará el comunismo chino con
economía de mercado a su hermano bastardo
del Caribe, el comunismo castrista? No lo creo.
Para eso se necesitaría más que
los $500 millones que ha prometido Hu Jintao.
Si usted lo duda, vuelva la vista atrás
-lo que equivale a decir, búsque en las
páginas de la historia-, y comprobará
cómo el régimen de Castro la costaba
$10 millones diarios al desaparecido imperio soviético.
De aquellos tiempos no queda nada... salvo una
cuestionable deuda estimada en $30,000 millones
y en cuyo monto total y real no logran todavía
ponerse de acuerdo rusos y cubanos.
Por lo pronto los chinos de Jintao, convertidos
en avesados empresarios modernos, están
bien lejos de sus ancestros maoistas. En ese sentido,
es bueno señalar que una gran parte de
esas inversiones prometidas están destinadas
a compartir la propiedad de las plantas productoras
de níquel. El 49 por ciento para los empresarios
chinos y el 51 por ciento para el Estado cubano.
Dicho de manera más clara, los ''comunistas''
chinos no le están dando plata a ''sus
primos'' caribeños para fomentar simplemente
la industria del níquel en la isla, sino
para adquirir en calidad de propietarios, casi
la mitad de las plantas propiedad del Estado cubano.
Se trata de un negocio, no de una ayuda. Y como
negocio los chinos se llevan una buena parte,
teniendo en cuenta que como el principal productor
de acero del mundo, China necesita el niquel cubano,
no en calidad de comprador sino en calidad de
propietario de su producción.
Hu Jintao ha ido a Cuba a buscar negocios para
sus empresarios. Algo normal y nada reprobable
en el mundo del mercado internacional. Se trata
de negocios no de respaldos políticos,
ni de ''internacionalismo proletario'', como trata
de hacer ver la dictadura cubana.
Tratando de arrimar la brasa a su sardina Castro
elogió el impetuoso desarrollo económico
de China, alegando que el mismo ha sido posible
"en sólo 83 años después
de la fundación de su glorioso Partido
Comunista y 55 años después de la
fundación de la República Popular
China''.
''No vacilo en afirmar que [China] es ya el principal
motor de la economía mundial'', dijo Castro
el martes en un breve discurso pronunciado en
la ceremonia de entrega de la Orden José
Martí, al presidente chino.
Como Jintao no es tonto él sabe que los
elogios del dictador cubano son pura demagogia.
Sobre todo eso de atribuir el acelerado crecimiento
chino de los últimos años al obsoleto
sistema económico comunista. Lo que ha
propiciado ese crecimiento es la economía
de mercado, la apertura a inversiones millonarias
de las grandes transnacionales, el acceso de los
ciudadanos chinos a la empresa privada, la creación
en suma, de un amplio sector de empresarios privados
que coexisten con el sector estatal en una economía
cada vez más liberal y menos centralizada.
Todo lo contrario del desolador estatismo castrista.
Si hay algo que comparten en común las
ideologías del Partido Comunista Chino
y el de Cuba es la existencia de un partido único.
La diferencia es que, de acuerdo con la mayoría
de los analistas, China se encamina a una sociedad
más abierta en tanto la dictadura cubana
trata de cerrar cada día más las
avenidas democráticas del país.
En reiteradas ocasiones Castro ha manifestado
que el modelo chino no es para Cuba. Dice el dictador
cubano que la isla está ''demasiado cerca
de Estados Unidos'' para permitirse el lujo de
aperturas económicas. Sin dudas a Castro
no le gusta la receta china.
palfonso@herald.com
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