El
elogio del necio
Por Jaime Campmany. ABC,
España.
Está dicho hasta en los versos de los
fabulistas, Samaniego, por ejemplo. "Si el
sabio no aprueba, malo. Si el necio aplaude, peor".
En las asignaturas de la democracia y de las sanas
relaciones internacionales, Hugo Chávez,
golpista y espolique de Fidel Castro, puede ser
considerado como necio total, universal, definitivo.
Sus aplausos de hoy a la España de Zapatero
suenan como ofensas, y sus dicterios de ayer a
la España de Aznar sonaban a ovaciones.
Tengo dicho que uno de los quebrantos políticos
que sufre Rodríguez Zapatero es su inclinación
hacia las malas compañías. Se pasea
desde Fidel Castro a Hugo Chávez, en viajes
de ida y vuelta. Nada bueno aprenderá del
uno y bastante malo aprenderá del otro.
Fidel Castro ha dicho muchas tonterías
acerca de España, y en cambio presume de
haberle dado libertad a un pueblo al que no deja
salir libremente de la isla y al que encarcela
en cuanto disiente de su política. Y Hugo
Chávez ha venido a la "Madre Patria"
a contraponer dos Españas en un ejercicio
de estúpida imprudencia: la España
"triste" de Aznar y la España
"levantada" de Zapatero, admirable para
él por ser una España antiamericana.
Bueno, antiamericana, sí, pero levantada,
menos. La Universidad Complutense le ha dado a
Hugo Chávez una Medalla, se supone que
de oro de buena ley. Digo que "se supone"
porque aquí, dentro de poco, el oro será
el que cagó el moro. A Fidel Castro se
la dio el Senado, también de oro, y se
la llevó a La Habana don José Federico
de Carcamal. Los socialistas, en cuanto ven a
un dictador de izquierdas, le ponen una Medalla
de Oro, como si hubieran ganado en los Juegos
Olímpicos la prueba de salto con pértiga
o de lanzamiento de jabalina.
Anteanoche, caí de bruces (caer, si no
es "de bruces", es como si no se cayera)
en el programa de la primera cadena de TVE con
Miguel Ángel Moratinos en el papel de estrella
gubernamental. Cuando a Moratinos le hacen una
pregunta de difícil o comprometida respuesta,
no responde, pero sonríe. Sabe sonreír
con beatitud arcangélica y se convierte
en un serafín gordo que pronuncia mensajes
celestes, inaprensibles. Practica la diplomacia
del parlamento etéreo. Le preguntaron por
las dificultades de las relaciones del Gobierno
con los Estados Unidos y por las preferencias
hacia regímenes como el de Venezuela y
el de Cuba.
En ese momento, Moratinos abandonó el
éter. Explicó que ahora, con el
Gobierno de Zapatero, España dialoga con
todos los países, y no sólo con
unos cuantos, y que respetamos la decisión
democrática del pueblo venezolano. Naturalmente,
no hizo alusión a la "decisión
democrática" del pueblo cubano, ni
a las faltas de respeto de Zapatero a la decisión
democrática del pueblo de Norteamérica.
Dijo aquello, calló lo demás y entonces
entró en la sonrisa de la beatitud seráfica.
Este socialismo del que disfrutamos es muy amable.
Dispone de un buen catálogo de sonrisas,
dejando aparte a María Teresa Fernández
de la Vega, que sonríe como quien araña.
Y es que Zapatero tiene una sonrisa circunfleja,
Moratinos tiene una sonrisa apaisada y Pepiño
Blanco sonríe como un alevín de
rodaballo.
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Madrid, 2004.
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