Música
popular Bola de Nieve, un artista singular
Por Jorge H. Andrés. La
Nacion Line, Argentina, 15 de Noviembre de
2004.
Fueron cerca de doscientas las fotografías
de Annemarie Heinrich exhibidas en "Un cuerpo,
una luz, un reflejo", la muestra que concluyó
recientemente en el Centro Cultural Recoleta,
con abundancia de desnudos, naturalezas muertas,
imágenes de escritores, étoiles
de la danza, artistas plásticos y figuras
del cine argentino, pero prácticamente
nadie del mundo de la música popular, a
pesar de que la magistral fotógrafa se
inició publicando tomas de Francisco Canaro
y Julio De Caro en la revista "El alma que
canta".
Ocurrió con ella lo mismo que con Hurrell,
Horst, Harcourt, Willinger y el resto de los grandes
retratistas en blanco y negro del siglo pasado,
que podían llevar a sus estudios y cocinar
debajo de los reflectores a celebridades de todas
las profesiones excepto músicos populares.
No obstante, en la extraordinaria retrospectiva
figuraron la bailaora flamenca Carmen Amaya, Tania
y Bola de Nieve, un resplandeciente rostro negro
sonriendo entre calas que ahora parece el anticipo
de las fantasías favoritas de Robert Mapplethorpe
en el año de su nacimiento. Porque fue
justamente en 1946 cuando Heinrich retrató
en su estudio de la avenida Santa Fe al cantante
y pianista cubano.
Esa presencia fotográfica entre las fisonomías
más sobresalientes del espectáculo
nacional se corresponde con la notoriedad que
Bola de Nieve llegó a alcanzar en Buenos
Aires, una ciudad que lo consagró en su
primera visita como número secundario de
una revista que Ernesto Lecuona trajo en 1936,
con el único antecedente de haber acompañado
a la cantante Rita Montaner, inventora del seudónimo
que lo hizo célebre por la sorpresa de
identificar a un hombre pequeño, de cabeza
rapada, piel oscura y excedido de peso.
Se llamaba en realidad Ignacio Villa y fue uno
de los músicos negros más originales
nacidos fuera de los Estados Unidos. Lo hizo en
Guanabacoa, cerca de La Habana, en una familia
más numerosa que muchas tribus donde la
tradición africana permanecía intacta
y eso se registró luego en su manera de
tocar en el piano ritmos curiosos -se lo considera
el inspirador del mambo- y de cantar con gracia
incomparable combinando dialectos y castellano,
como lo hacía en "Babalú",
"Mesié Julián" o "Bito
Manué, tú no sabe inglé".
Esos títulos eran sólo una parte
de su rutina, que incluía temas internacionales
famosos -"Vete de mí", "La
vie en rose" , "La flor de la canela"-
que ni los mismos creadores expresaban como él,
y una cantidad de boleros propios, tristes pero
encantadores, que no se volvieron conocidos por
falta de intérpretes dispuestos al riesgo
de la comparación con el autor. Porque
nadie podía superar a Bola de Nieve sentado
al piano de riguroso smoking, cantando en cinco
idiomas y dispuesto a enloquecer de romanticismo,
alegría, dolor o sensualidad tropical según
el tono de cada canción.
Ante el público, se comportaba como una
versión hipersensible y sin pulir de los
crooners negros en la línea de Leslie Hutchinson
o Nat King Cole, capaz de desarrollar con gran
sentido teatral su monólogo camp, impecable
en el aspecto musical y -algo excepcional en la
época- amenizado por un desparpajo gay
que sólo Miguel de Molina superaba en los
escenarios porteños.
Esos amaneramientos fueron lo que hicieron más
sorprendente su permanencia en Cuba luego del
triunfo de la Revolución, a la que adhirió
como hacía con todo: exagerando el fervor
marxista mientras colegas con costumbres o convicciones
impropias para los nuevos tiempos optaban por
mudarse a México.
Más sorprendente todavía resultó
que el mismo régimen que mantenía
en prisión a Reinaldo Arenas y acosaba
a cuanto homosexual podía detectar honrara
al llamativo Bola de Nieve con los diplomas de
costumbre y le permitiera andar por el mundo a
voluntad, una tolerancia que le costó el
desprecio de todos los intelectuales cubanos en
el exilio -"el calesero del partido",
lo llamaba Arenas-, pero que hasta su muerte,
en 1971, recién cumplidos los sesenta años,
le permitió pasarla muy bien, cantando
en ruso, chino o polaco para auditorios que nunca
habían visto criatura parecida.
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