ECONOMIA
INFORMAL
Los quesos de Dalia
Ariel Delgado Covarrubias
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - Los quesos
de Dalia son famosos por lo menos en el Vedado,
esa céntrica zona capitalina de altos edificios
y concurridas calles que muchos consideran el
verdadero centro urbanístico y poblacional
de La Habana. No se trata de una marca registrada,
por el momento eso no es posible en una economía
centralizada por un Estado que coarta la libertad
económica individual (entre muchas otras).
Sus clientes llaman a los quesos así por
el nombre de su suministradora.
Dalia es una joven espirituana, casada y madre
de dos pequeñines. Nació, se crió
y vive en el campo, aunque sus modales son refinados
como la mejor de las capitalinas. Su padre antes
de 1959 era un aparcero, y con la Ley de Reforma
Agraria pasó a propietario de unas tierras
que han servido para criar a sus numerosos hijos.
Vivió para esa Revolución que le
materializó sus sueños, y por ello
no dudó en combatir a los que luchaban
contra el nuevo régimen en las montañas
del Escambray.
Sus hijos cogieron distintos rumbos. Uno militar,
otro médico, una dependiente de una tienda,
otro que emigró en la oleada del 80 y ahora
sostiene con sus remesas la vejez de sus incomprensibles
padres y Dalia, que se casó con un técnico
veterinario de una empresa cercana a su residencia.
La familia, como la mayoría de las existentes
en el país, ha evolucionado acorde a los
tiempos y la situación política
y económica.
Antes eran "los comecandelas" del pueblo,
y hoy, aunque sea en el aspecto económico,
son disidentes. Sí, disidentes de una disidencia
a la que gran parte de este pueblo no teme pertenecer.
Son disidentes económicos, porque antes
trabajaban en las formas socialistas y vivían
acorde a sus recursos modestos, pero que hoy ante
la demanda y escasez de los productos del campo,
y lo terriblemente caro de los productos industriales,
han integrado lo que en otros países se
llama "economía subterránea".
El padre de Dalia aprendió a hacer quesos
exquisitos de su abuelo, y ahora ella los hace
ayudada por su esposo. La leche de sus dos vacas
más la que compran a otros vecinos y amigos
es su materia prima. El gobierno prohíbe
vender la leche y sus derivados en los mercados
agropecuarios, toda la que obtienen debe ser entregada
al Estado, excepto la de consumo familiar.
Pero tan injusta e irreal medida no es cumplida.
Los campesinos entregan lo acordado en el plan
y se acabó.
Dalia podría vender sus quesos en su casa,
pero traerlos a La Habana tiene sus ventajas y
desventajas. Ventaja es el precio: en su poblado
no valen más de 10 pesos la libra. En La
Habana oscila entre 20 pesos, y hasta a un dólar,
como se lo pagan muchos clientes agradecidos.
Las desventajas son más. Primero el transporte,
que no resulta fácil. Pero ella se las
agenció para obtener semanalmente un pasaje,
en ómnibus interprovinciales o en el tren
de Sancti Spíritus a La Habana.
La segunda gran desventaja es el acoso de la
policía. En más de una ocasión
ha perdido su mercancía, decomisada por
agentes de un orden injusto que dan a esa mercancía
requisada un destino no precisamente social como
dice la propaganda gubernamental. Ella ha sido
multada y advertida, pero siempre se las ingenia
para salir airosa, reclamando a Dios una mejor
suerte para con sus quesos.
Esa amenaza es latente desde la terminal de trenes
o de ómnibus de su localidad hasta las
calles del Vedado.
Y la tercera es su propia estancia en la gran
urbe. Además de los uniformados de las
calles están los posibles clientes. Advertida
por amistades de que algunos podían ser
delatores de la policía, ha tenido la suerte
de que ninguno de sus consumidores la haya denunciado.
Y si alguno es un "trompeta", ha incumplido
su nefasto deber embriagado por el exquisito sabor
de los quesos de Dalia.
El queso está conceptuado como un alimento
de primera necesidad, rico en nutrientes y de
gran utilidad para la preparación de diversos
platos muy apetecidos en la mesa de los cubanos.
Para cumplir con la legalidad establecida hay
que comprarlo en las tiendas recaudadoras de divisas,
a un precio exorbitante aún para un cubano
que reciba remesas. El que se vende acompañando
bocadillos, pizzas y otros platos en moneda nacional
es un invento llamado "queso de papa".
Dalia, como se sabe, viajaba semanalmente. Viajaba,
porque ya hace algunas semanas que no aparece
en las puertas de las casas de sus consumidores,
que la extrañan. Unos quieren pensar que
la sequía que afecta al campo cubano habrá
secado a sus vacas y las de sus vecinos. Otros
que si tendrá a alguno de sus hijos enfermo.
Pero en el cálculo de las probabilidades
no escapa la posibilidad de que haya sido víctima
de la represión. Una represión que
se recrudece en la primavera, como para que no
haya una legítima para todo el pueblo.
Una represión que no sólo se ejerce
contra los disidentes políticos y los periodistas
independientes. También se ejerce contra
los disidentes económicos, que constituyen
una gran mayoría y se niegan a vivir con
salarios de miseria cuando tienen posibilidades
de servir a un mercado insatisfecho y con ello
mejorar la alimentación del pueblo.
Quiera Dios que la represión no se haya
cebado en la pobre Dalia y sus quesos, a ambos
los extrañamos. Y que un día esta
pesadilla política y económica termine
y que en los mercados libres aparezcan los productos
con la marca Los Quesos de Dalia.
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