Bebo o la discreción
Alejandro Armengol, El
Nuevo Herald, 23 de marzo de 2004.
Dos estilos recorren la pianística cubana:
la discreción y la exuberancia. Nuestra
música tiene la fortuna de contar con representantes
de ambas tendencias en una misma familia. Chucho
Valdés acumula, infatigable, notas y más
notas en cada pieza. A su padre, Bebo, le basta
con unas pocas. Lágrimas negras, de Bebo
y el Cigala, es un raro ejemplo de una voz singular
que se regala en las interpretaciones más
disímiles. Es también una demostración
de modestia: un piano acompañante que suena
en las manos de un maestro que, a estas alturas
de su vida, no necesita destacarse.
Cuando hace varios años el mejor pianista
de jazz español --el fallecido Tete Montoliú--
lanzó varios discos de boleros y música
brasileña, no pudo librarse del pecado
original del virtuosismo: intercaló adornos,
frases y malabares que por momentos impedían
al oyente olvidar que se trataba de un intérprete
acostumbrado a la sala de conciertos, jugando
a ser un piano man. Bebo, que por demasiado tiempo
tocó en restaurantes y salones de baile,
no niega el oficio que le permitió sobrevivir
buena parte de su vida. Todo lo contrario. Se
limita a engrandecerlo.
La diferencia entre una interpretación
simple y un estilo elaborado no indica una distinción
de calidad. Marca una forma de interpretar que
en el jazz tiene ejemplos notables en instrumentos
ajenos al piano. Por una parte, la agudeza desgarradora
y simple de la trompeta de Miles Davis en una
de sus tantas etapas. En el otro extremo, la complejidad
del saxo de John Coltrane, que marcó los
últimos años de su carrera. A veces
un mismo ejecutante se siente obligado a moverse
entre ambos extremos. El pianista cubano Gonzalo
Rubalcaba adquirió una capacidad tan enorme
para fatigar de notas el teclado que en sus últimos
discos ha dado paso a cierta austeridad.
Bebo Valdés siempre ha perseguido limitarse
a lo esencial. Para comprobarlo basta escuchar
de nuevo la versión que Chucho y Bebo hacen
de La comparsa de Ernesto Lecuona en la película
Calle 54, dirigida por Fernando Trueba. Mientras
Chucho muestra una perfección extrema y
hace evidente en todo momento que está
cuidando no sobresalir por encima de su padre
--lo que no deja de ser una forma de paternalismo--,
Bebo se burla de la ''deferencia'' de su hijo
con la autoridad que otorgan una sabiduría
y sonrisa imperecederas.
Hablo de sabiduría porque Bebo --que a
veces se atreve al humor-- nunca acentúa
demasiado una ironía más fuerte,
al estilo de Thelonious Monk. Eso lo distingue
de Peruchín, ese otro gran maestro de la
esencialidad al teclado. El piano de Bebo es heredero
de Lecuona en la cubanía, pero ajeno al
énfasis percutivo. (¿Hay que decir
que ambos son herederos de Manuel Saumell e Ignacio
Cervantes?) Sus tumbaos acentúan el ritmo,
pero no se imponen. En ocasiones parecen pedir
permiso al iniciarse.
Con esas credenciales, Bebo puede parafrasear
al Beny y decir: ''Elige tú, que acompaño
yo''. No hay intérprete que se escape.
Si hay una mezcla singular --y potencialmente
explosiva-- es el desborde interpretativo de un
cantaor como el Cigala y la contención
que siempre muestra el pianista exiliado. Lo que
no le impide a este último salvar al disco
en más de una ocasión. Aquí
quien siempre mantiene encendida la mecha es Bebo.
De los muchos méritos de Lágrimas
negras --cuyos productores ejecutivos son Nat
Chediak y Fernando Trueba-- uno de los principales
es los arreglos musicales, realizados por el propio
Bebo. Mi preferido es Se me olvidó que
te olvidé, donde el piano anticipa el tono
burlón para darle paso a El Cigala, que
tras un reclamo breve convierte el reproche en
un desenfado agridulce. Le siguen Vete de mí,
que recuerda la interpretación inolvidable
de Bola de Nieve, pero brilla con voz propia,
y Lágrimas negras, un número del
que Bebo y Cachao tienen una versión ya
clásica en Calle 54 y que ahora aparece
en otra igualmente extraordinaria.
El álbum ha acumulado reconocimientos
desde su salida. Varias distinciones en el español
Premio Amigo a comienzos de este año; el
pasado fue escogido por Ben Ratliff, crítico
musical de The New York Times, como mejor álbum
del año y tiene un doble Disco de Platino,
entre otros galardones. Más allá
de estos triunfos, encierra una satisfacción
especial para sus creadores al ser también
un disco de encuentros. Eu sei que vou te amar
ofrece un contraste --que no llega al contrapunto--
entre la entrega musical que despliega la voz
rasgada de el Cigala y el decir melodioso y comedido
de Caetano Veloso. Lágrimas negras cuenta
con el saxo de Paquito D'Rivera y Nieblas del
riachuelo con el violín de Federico Brito.
En todo momento está presente la excelencia
del contrabajo de Javier Colina (especialmente
en el mencionado Se me olvidó que te olvidé)
y un adecuado acompañamiento rítmico.
En plena juventud a los 85 años, Bebo
Valdés sigue siendo uno de los mejores
pianistas cubanos. Lágrimas negras nos
deja con las ganas de no abandonar el bar hasta
que vuelvan pianista y cantante para otra tanda.
aarmengol@herald.com
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