SOCIEDAD
Que me quiten lo
bailao (II)
Oscar Mario González,
Grupo Decoro
LA HABANA, marzo (www.cubanet.org) - A pesar
de lo serio y aparentemente emocionado que se
mostró el presidente del comité
en la reunión, parece como si nadie le
hubiera creído. La gente sigue su vida
como si con ellos no fuera.
El bodeguero sigue robando media libra de arroz
de las seis que le toca mensualmente a cada ciudadano,
en caso de que sea persona seria. Tratándose
de un bodeguero sinvergüenza, le robaría
una por cada seis.
El panadero continúa recortando unos gramos
a cada mendrugo que elabora, y el carnicero pesa
y vende el muslo de pollo americano con unas onzas
menos de la que debe pesar.
La jinetera más solvente del barrio sigue
yendo a galope. Siempre en cabalgaduras foráneas.
No significa que no consuma productos cubanos.
Simplemente el criollo no tiene lo que debía
tener, ni es gaviota que se detiene después
de surcar los cielos.
El vendedor de merenguitos prosigue vendiendo
su producto a la entrada de la secundaria, con
la ayuda cómplice de los alumnos que le
avisan de la presencia cercana del policía
o del inspector.
Todo en la Isla sigue igual y va en peor, sin
que ello tenga que ver con alguna agresión
o algún desembarco.
El cañonazo sigue sonando a las nueve
en punto de la noche sin que los peligros de la
patria se hayan atrasado o adelantado un segundo.
La mujer del gerente estatal le abre sigilosa
la puerta del garaje a la compañera que
viene desde Batabanó con la mochila llena
de colas de langosta, mientras que otra vecina
regatea con un vendedor furtivo de viandas, a
fin de que le rebaje el precio a la libra de calabaza.
El alambiquero sigue elaborando sus botellas
de chispa'e tren y el "pizzero" horneando
sus pizzas de queso. El sol sigue saliendo y ocultándose
todos los días y por los mismos lugares
de siempre, a pesar de que el Padrecito de la
Patria habló del inminente peligro que
se cierne sobre toda la nación.
La gente está curada de espanto haciendo
lo mismo que ha venido haciendo siempre. No sé
si es porque dejó de creer en lo que dice
el gobierno, porque es muy valiente, o porque
tiene ganas de morirse o por todas esas cosas
juntas.
Tal vez sea por lo primero, pues medio siglo
de aspavientos han de ser suficientes. Cuarenta
y cinco años abriendo túneles, cavando
trincheras y caminando entre lodazales, lomas
y maniguales, tras un enemigo invisible que en
todo ese tiempo no se ha dejado ver la cara.
Desde aquel asunto de los cohetes, y aún
antes, cuando el mariquita de Nikita se los llevó
de la Isla sin decirle nada al Comandante. Después,
y en cada cambio presidencial de los Estados Unidos,
la patria volvía a ponerse en peligro y
había que movilizarse de nuevo; desempolvar
la ropa de campaña, calzar las botas rusas
nuevamente, echarse la pesada mochila verde olivo
al hombre y colgar la cantimplora al cinto. Pasarse
las noches a pleno campo, comiendo en platos de
campaña, comiendo carne rusa fría
directamente de la lata, tomando agua de charcos,
comienzo arroz a medio cocer y comiendo, además,
mucha bobería.
Y así sucedía cada vez que salía
un nuevo presidente en Estados Unidos, o cuando
pronunciaba un discurso criticando al gobierno
o al Comandante. Y como allá no es como
acá, que el presidente siempre es el mismo;
y porque además, en ese país desde
el presidente hasta el taxista dicen lo que les
da la gana, han sido incontables las movilizaciones
y los anuncios de invasión.
Pero parece que los yanquis han cambiado la estrategia,
porque de un tiempo a acá vienen invadiendo
el archipiélago con muslos de pollo, arroz
blanco, toros sementales y hasta vacas lecheras.
Y todo ello a pesar de las enfermedades de las
vacas locas y de la gripe del pollo. Por eso aquel
día, en plena reunión del comité,
el negro Dionisio con sus 75 años, dijo,
claro y fuerte, para que todos lo oyeran:
Yo sigo con mi parranda
sin darme por enterao,
porque si voy a morirme
que me quiten lo bailao.
Que
me quiten lo bailao (I)
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