Castro no pierde... pero
no gana
Luis Aguilar León, El
Nuevo Herald, 14 de junio de 2004.
Tal es el silogismo que crucifica a Cuba desde
hace cuarenta y cinco años. Y no ha habido
reforma política menuda, o engañoso
plan económico, que dure más tiempo
que los anteriores. Al cacique isleño no
le agradan las modificaciones; todas ellas provocan
susurros de esperanza en el pueblo. Lo cual lleva
otra vez al comandante a barrer la reforma y a
eliminar la esperanza. Siempre, algún funcionario
que obedecía órdenes será
súbitamente denunciado como ''lacayo del
imperialismo yanqui'' y obligado a proclamar su
error o su traición. Entonces el califa
tropical mantiene el silogismo igual y nada cambia
en el pequeño mundo de un comunismo oxidado.
No sé por qué, siempre me pregunto
qué le pasó a Robertico Robaina.
Se trataba de un ministro brillante que está
vivo, pero a quien le apagaron las luces.
El proceso no siempre ha sido así. Aun
los jóvenes cubanos conocen las fracasadas
glorias militares de los entonces nuevos guerrilleros
y los desastres que produjeron las reales ambiciones
de un monarca guerrillero que quería superar
a Marx y el comunismo. Así fue como, alrededor
de 1964, Castró convocó a un enorme
congreso de revolucionarios de la América
Latina para crear una causa común. La nueva
táctica militar la explicaba en ¿Revolución
en la revolución? el francés Regis
Debray, un joven político que cayó
preso en Bolivia y quien luego confesó
públicamente en España y en la Universidad
de Georgetown que a él le interesaba muy
poco la América Latina.
La hipótesis bélica, proclamaba
la propaganda castrista, había triunfado
solamente en Cuba porque Castro conocía
los factores decisivos de cada revolución
e iba a aplicar la nueva táctica en todo
el continente. Básicamente, se explicaba
que Marx no habría podido triunfar en países
como los nuestros, donde la mayoría de
la población la formaban campesinos, no
obreros. Las guerrillas tenían, por tanto,
que inicialmente ir al campo para debilitar a
los ejércitos, luego aislar con violencias
a las ciudades y, finalmente, lograr que campesinos,
obreros y guerrilleros invadieran los centros
urbanos y, con el apoyo del pueblo, derribaran
la estructura del estado e impusieran el nuevo
gobierno.
La mayor parte de las guerrillas urbanas y campesinas
fueron derrotadas en los sesenta. Los tupamaros
en Uruguay, los montoneros en la Argentina y muchos
otros sufrieron derrotas. Desde la conquista india,
los campesinos solían desconfiar de los
que llegaban de las ciudades para darles instrucciones.
Todavía desconfían. Al mismo tiempo
torpes disputas entre los comunistas y ''la nueva
izquierda'' dividían a los ''revolucionarios'';
y, además, los ejércitos resultaron
mejor organizados de lo que Castro suponía.
En 1967, el Che Guevara fue abatido en Bolivia.
Y la causa se transformó en una campaña
guerrillera mezclada con el tráfico de
drogas.
La transformación en La Habana consistió
entonces en olvidarse de las guerrillas y concentrarse
en las tropas profesionales. Regimientos entrenados
fueron enviados a VietNam, a Yemen y Angola a
luchar contra Suráfrica y proteger a un
gobierno socialista lleno de petróleo.
Sintiéndose como Escipión el Africano,
Fidel Castro sacrificó a miles de soldados
cubanos para imponer un dictador en Etiopía
e intentar decidir la situación en Eritrea.
Otros países africanos no simpatizaban
con el ''colonialismo'' cubano, la Unión
Soviética vacilaba y resultó que
el dictador de Etiopía escapó volando
sobre sus piernas. Las tropas cubanas abandonaron
al Africa con la melancolía de la derrota.
En La Habana, el mejor soldado, ''el héroe
de la revolución'' fue acusado de drogas
y fusilado. Todos los generales tuvieron que firmar
la sentencia.
Cada fracaso incrementaba el desastre económico
de Cuba y disminuía el prestigio del comandante.
Muy pronto una tormenta increíble se encimaba
sobre Cuba. Para 1990 el comunismo se desvanecía
en Rusia y la relación con Cuba se rompía.
Castro insultaba a los ''traidores'' rusos, pero
tenía que enfrentarse a un nuevo colapso
económico que lo llevó a insultar
a todos los países que no se doblegan ante
las presiones del viejo guerrillero.
Naturalmente, el trágico cuadro de Cuba
no termina con Castro. Es preciso alentar a un
pueblo silencioso en la isla y fuera de ella.
Pero el aliento es difícil. Y casi todas
las miradas de futuro se concentran en la cronología
de Fidel Castro. Héroes hay; poetas, periodistas,
jóvenes y mayores, presos, castigados,
merecedores de medallas, pero no muy capaces de
movilizar a la población. En Cuba, se repite
una frase: ''Aquí la situación se
pone cada vez peor'', pero muy poco se menciona
el futuro. Y quién sabe si muy poco se
piensa en el futuro.
Es posible que un solo aspecto de Cuba ruede
sigilosamente sobre la isla: la unidad militar
de las FAR, las fuerzas armadas revolucionarias,
y la influencia de Raúl Castro sobre esa
unidad. Hace años que las FAR han estudiado
los vínculos y tareas de los militares
que están en control de muchos aspectos
de la economía. Pero no mucho se sabe de
ese vínculo. Ni de cómo sobrevivir
cuando Castro desaparezca detrás del horizonte.
Y aún es preciso prestar atención
a cómo los exiliados puedan forjar canales
de comunicación con los intereses económicos
americanos y los que se interesan en la política
de luchar contra el terrorismo.
Pero casi todo está en silencio.
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