Cuba: Una Historia de Trabajos
Por Jesus Hernández Cuellar.
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Magazine, 26 de mayo de 2004.
El tren escapaba a toda velocidad de La Habana
como si pretendiese ocultar su carga, protegido
por la oscuridad de la noche. Había tomado
su masa humana, joven, en medio de los gritos
de madres angustiadas y sueños despedazados.
Era el 26 de mayo de 1969.
Alrededor de dos mil jóvenes habaneros
habían sido citados, por la tarde, en el
Estadio Latinoamericano de La Habana para cumplir
sus obligaciones con el Servicio Militar Obligatorio,
durante tres años. Pero los rostros conocidos
y los antecedentes de la mayoría, presagiaban
que no se trataba exactamente de una misión
militar. Las edades oscilaban entre los 17 y los
25 años.
Cuando amaneció ya estábamos a
más de 300 kilómetros de la capital.
Un paisaje campestre, con albergues construidos
a retazos y literas con sacos de yute en lugar
de colchones, se convirtió en el primer
campo de entrenamiento. A las pocas horas estalló
la primera rebelión. Los custodios militares
dispararon al aire. Alguien había incendiado
un albergue en señal de protesta.
En cuestión de horas nos trasladaron al
campo de entrenamiento que sería definitivo
durante los primeros 45 días. Eran dos
campamentos a un kilómetro de distancia
uno del otro. La civilización más
cercana era un granja situada a seis kilómetros,
el poblado menos alejado se llamaba Vueltas, en
la provincia de Las Villas, y estaba a 20 kilómetros.
Un campamento se llamaba La Esperanza, especie
de burla, y el otro Fernando Poo, nombre mucho
más preciso para la ocasión. Supimos
que habían sido campamentos para prisioneros
políticos, muy poco tiempo atrás.
Los mosquitos "coracíes", capaces
de matar vacas según los guardias, eran
los dueños de la noche.
Una semana después, nuestros padres no
sabían exactamente dónde estábamos.
Nos conocimos. Había testigos de Jehová,
adventistas del séptimo día, bautistas,
seminaristas católicos, santeros, homosexuales
y jóvenes cuyos padres habían intentado
sacarlos del país infructuosamente. Tal
vez para colorear un poco el ambiente, había
dos sordos, dos locos y un número notable
de asmáticos a los que los guardias les
recordaban que el Che Guevara también había
sido asmático.
Aun los que apenas habíamos cumplido 17
años, entendimos muy pronto que se trataba
de nuestra primera experiencia familiar fuera
de la familia. Había que protegerse unos
a otros, había que fingirse enfermos, había
que soñar con que el tiempo pasaría
y los tres años volarían, aunque
lo hiciesen como oscuras golondrinas.
Vestidos con un caricaturesco uniforme verde
olivo, hecho también de saco de yute y
teñido con pereza, los reclutas se sometieron
al entrenamiento con fusiles de madera. Las órdenes
eran severas. Casi todo el tiempo tenían
que lanzarse al suelo, siempre mojado por la lluvia
del verano e infestado de mierda de vaca. Las
lluvias fueron tan implacables que los tractores
que trasladaban las carretas con el agua hasta
Fernando Poo no podían hacer el camino.
Sustituyeron los tractores por bueyes, pero el
lodo era tan voluminoso que los bueyes tampoco
pudieron llegar. Había que caminar el kilómetro
hasta La Esperanza con calderas en la cabeza para
tomar allí el agua necesaria. La austeridad
no se hizo esperar. Prohibido el baño y
sólo un vaso de agua en el almuerzo y otro
en la comida. La dieta era la misma en ambas ocasiones,
un pedazo de bacalao hervido y una ración
de potaje de chícharos.
Alrededor del camino había dos zanjas
por donde corría el agua dejada por la
lluvia. Un agua mezclada con lodo, orine y mugre
de toda índole. En aquellas zanjas, el
"hombre nuevo" del Che Guevara, ahora
reclutado, sació su sed una y otra vez,
para no ser consumido por la voracidad del verano
tropical cubano.
Sólo nos consolaba la burla juvenil que
seguía a la ignorancia de los guardias.
Algunos reclutas los convencían de que
debían ir al médico porque tenían
un logaritmo en una uña, otros requerían
de un galeno para curar una raíz cuadrada
en la columna vertebral. Mientras tanto, el Apollo
XI llegaba a la Luna, y un recluta escuchaba la
noticia en un radio de baterías, noticia
que oyó al sintonizar una transmisión
de La Voz de América, prohibida en Cuba.
Fue sorprendido por un guardia, pero a sabiendas
de que el militar "revolucionario" no
tenía idea de la prohibición de
escuchar aquella emisora del gobierno de Estados
Unidos, le comunicó la noticia. El guardia,
ni corto ni perezoso, le dijo: "No comas
mierda, chico, tú no sabes lo mentirosos
que son los americanos".
Casi dos meses después concluyó
el entrenamiento, inservible por cierto. Los 500
reclutas de aquel campo, fueron llevados a la
capital provincial, Santa Clara, en cuyo aeropuerto
militar subieron a unos aviones sin asientos y
fueron trasladados a la tristemente célebre
Isla de Pinos, al sur de La Habana. La misión
militar: trabajos forzados en las canteras de
mármol de Nueva Gerona, justo al frente
del ultrajante Presidio Modelo, ya desmantelado
como cárcel.
Sabíamos que otros cubanos la habían
pasado mucho peor allí, como verdaderos
prisioneros políticos. Lo que no sabíamos
era que algunos del grupo serían igualmente
prisioneros políticos años después,
y que 35 años más tarde todavía
habría jóvenes cubanos destinados
a hacer trabajos forzados.
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