Con Castro
Alejandro Armengol. El
Nuevo Herald, 30 de julio de 2004.
Curiosos los extremos. Nunca como ahora han coincidido
los discursos de la extrema derecha de Miami y
la extrema izquierda de La Habana. Más
allá de la vocación totalitaria,
hay una actitud común: el desprecio a la
inteligencia y la arrogancia que acompaña
la mentira impune.
Quienes rechazan las restricciones a los viajes
y envíos a Cuba no son realmente exiliados,
sino inmigrantes, alegan. Llegaron a ''estas tierras
de libertad'' buscando simplemente el pan con
jamón, repiten. Con el atraso que trae
el desgaste de una confrontación demasiado
larga, los comités de defensa radiales
de Miami y algún que otro inquisidor de
esquina se han apoderado de un argumento clásico
del castrismo: los que se van de la isla lo hacen
por motivos económicos. Curioso --de nuevo--
que éste brote en Miami. Precisamente cuando
esos ''inmigrantes económicos'' comienzan
un ejercicio democrático de protesta y
asumen una posición política.
Descalificar al opositor y no rebatir sus puntos
de vista. Los ''anticastristas'' más radicales
dándole la razón al enemigo de toda
una vida. El menosprecio los hermana. Así
que en los últimos años Miami se
ha llenado de inmigrantes económicos, a
los cuales sólo mueve el interés
de llenar su barriga y la de sus familiares. ¿Y
quién les ha dado autoridad a esos señores
para clasificar a los cubanos que viven en esta
ciudad? Un exiliado político es alguien
al que le quitaron el negocio durante los primeros
años de la revolución. ¿Y
por qué no el otro, que no podía
ganar un salario decente y satisfacer sus necesidades,
que vino mucho después y quizá nació
y creció cuando ya no quedaban negocios
de los cuales apoderarse?
Hay los que padecen de añoranza totalitaria.
Les gusta salir a la calle a tratar de recoger
a cualquiera y meterlo en una celda ideológica.
La categoría de exiliado político
la ''otorga'' Fidel Castro. Lo viene haciendo
desde hace muchos años. Se la ha ''conferido''
a todo aquél que se ha visto obligado a
abandonar la isla, con independencia de motivos,
voluntad y aspiraciones. Este país reconoce
esa categoría y ha sido generoso como ninguno
con los cubanos. La nación norteamericana.
No un gobierno específico, republicano
o demócrata. Algunos mandatarios se han
distinguido por una política migratoria
más flexible, pero el hecho de acoger a
los perseguidos políticos es un principio
fundamental del sistema norteamericano. Como fundamento
de la nación, no como prerrogativa gubernamental.
Lo que ahora algunos pretenden negarles a los
cubanos --a todos los cubanos-- es que son perseguidos
políticos. Y al intentar adueñarse
de la bandera del exilio, no hacen más
que ponerse de parte de Fidel Castro. No importa
fecha de llegada, ''glorioso pasado'' como miembro
de la anterior dictadura --la batistiana-- y el
arrepentimiento por un historial nada despreciable
en favor del marxismo-leninismo. Los une la voluntad
de jugar en la novena del comandante, aunque digan
todo lo contrario.
Si lo hace ''de forma legal'', quien abandona
Cuba tiene que firmar un documento, llamado ''permiso
de salida definitiva del país''. Esto quiere
decir que no puede volver a vivir en la isla,
se ve privado de sus derechos ciudadanos y está
impedido de colocar un candado en la puerta de
su vivienda, por si le va mal en el extranjero
y sueña con regresar a la patria: porque
se queda sin vivienda y sin patria. Igual ocurre
si se va ''de forma ilegal''. El castigo puede
ser mayor: le retienen la familia, no lo dejan
volver a visitarlos.
Hay algo que nos une a todos los que partimos
de Cuba y nos diferencia del resto de los inmigrantes
económicos: no podemos --poco importa el
deseo de hacerlo o no-- establecernos de nuevo,
de forma legal y permanente, en el país
en que nacimos. No es un problema de ciudadanía
adquirida, es un derecho de nacimiento que nos
han quitado.
Castro entrega el permiso para irse definitivamente.
Hasta ahora, no le ha dado ''permiso'' a ningún
ciudadano común y corriente para regresar
definitivamente. Esta es la batalla que vale la
pena librar: la anulación de los ''permisos''.
Hay algunos a los que ahora en Miami no les basta
con las restricciones existentes en Cuba y están
complacidos con nuevas limitaciones. La política
de reunificación familiar, los viajes a
Cuba, el aumento de las comunicaciones e incluso
las remesas familiares son conquistas del exilio.
Quienes intentan abolirlas --llevarlas a niveles
ridículos de reducción-- se limitan
a hacerle un favor al régimen de La Habana,
más allá de la retórica.
Curioso --una vez más-- el afán
en acoger como válida una parte del discurso
del gobernante cubano. No se puede enfatizar que
éste es un maestro en el arte de la manipulación
--un ser perverso siempre dispuesto a mentir y
un traidor consuetudinario-- y al mismo tiempo
reclamar como ciertas sus declaraciones en contra
de las medidas. El rechazar por conveniencia que
éstas forman parte de un juego político
es entrar en ese juego.
La Ley de Ajuste Cubano --promulgada en 1966,
durante la presidencia del demócrata Lyndon
Johnson-- se fundamenta en que los cubanos no
pueden ser deportados, ya que el régimen
de La Habana no los admite, que en cualquier caso
estarían sujetos a la persecución
y que en la isla no existe un gobierno democrático.
Ningún refugiado que visita a la familia
que dejó atrás pone en peligro la
ley. Cualquier amenaza al respecto no es más
que un vulgar chantaje. La abolición de
esta ley es el reclamo preferido y constante de
los funcionarios cubanos durante las diversas
reuniones migratorias llevadas a cabo entre Washington
y La Habana. Bill Clinton logró darle un
rodeo, con la infame política de ''pies
secos, pies mojados''. Los nuevos argumentos contra
la medida --que por razones diversas nunca ha
sido del agrado de muchos, salvo los cubanos--
han surgido en Miami y no en la Plaza de la Revolución.
Castro debe de estar tomando nota. Aún
me niego a pensar que también esté
dictando.
aarmengol@herald.com
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