PRENSA INTERNACIONAL
Julio 5, 2004
 

La cuarta Cuba

Agustín Tamargo. El Nuevo Herald, 04 de julio de 2004.

Veamos cuántas Cubas hay. Yo diría que no una, sino muchas, de acuerdo con el ángulo en que se sitúa el que la va a juzgar. Desde Colón, ésos que la han juzgado han estado siempre de acuerdo en esto: islas mayores las habrá, islas más ricas en minerales las habrá, islas más pobladas las habrá. Pero isla más imperiosamente hermosa que ésta y población humana de más cordialidad y de más talento que los que tiene ésta no la va a encontrar nadie en ninguna parte. No lo digo yo, que el único privilegio de que disfruto es el de haber nacido allí. Lo ha dicho todo el que ha pisado aquella tierra, desde Humboldt hasta Emil Ludwig, lo dijeron Stefan Zweig, Isadora Duncan y Federico García Lorca. Cuba no es un país, Cuba es un amoroso cautiverio. Cuba es un misterioso y endemoniado lazo que cuando te lo pasan por el cuello no te lo puedes quitar jamás.

Pero hoy no voy a hablar de ese país romántico y gallardo donde no había siquiera fieras ni animales venenosos. Voy hablar de la Cuba política y social, de la Cuba histórica. Carezco de autoridad. Me falta seguramente profundidad en lo que voy a decir. Pero deseo decirlo de todos modos, aun en este pequeño espacio, porque creo que es algo en lo que cada cubano tiene que meditar. Me refiero a esto: a la profunda sima en que Cuba está hoy, al barranco histórico en que una generación de cubanos la han arrojado, mezclando la frivolidad con la perversidad.

La historia de Cuba, a juicio mío, puede dividirse en tres etapas perfectamente definidas e inmodificables. La de la lucha por la independencia, la de la integración de la república y la de la tiranía totalitaria de Fidel Castro. La más excelsa de todas, desde luego, es la de la formación y consolidación de la nacionalidad, que ocupa todo el siglo XIX. En esa era prodigiosa, cuando su población era ínfima, Cuba produjo dos cosas en las que cualquier tierra la iguala, pero no la supera: un espíritu patriótico, bélico, de lucha por la justicia, y una desgarrada pasión de no poder vivir sin libertad. Produjo además unas cabezas señeras que pocos sitios de la región americana podrían siquiera igualar. ¿Qué fue la Guerra del 68? ¿Qué fue la Guerra del 95? ¿Qué fue Guáimaro? ¿Qué fue Bayamo? Y, sobre todo, ¿quiénes fueron los hombres excepcionales, geniales, que aquella colonia española, alzando su cresta rebelde en el Caribe, le regaló al mundo? Esas figuras egregias del pensamiento y el celo por la tierra natal tienen dos cumbres supremas: Varela y José Martí. Pero ahí están también Maceo, Calixto García, Máximo Gómez, José Antonio Saco, Arango y Parreño, Luz y Caballero, Plácido, Heredia, la Avellaneda, Varona, Sanguily y tantas otras eminencias que en sus días asombraban a América y al mundo, forjando una sociedad donde la civilización y la cultura mantenían una pujante posición pese a la ausencia de libertad política que dominaba. La Cuba del siglo XIX es la Cuba grande. Después de ella vino la república democrática burguesa, pero careció de su altura, en parte por la presión extranjera.

A la república, sin embargo, muchos de los cubanos de hoy la recuerdan (la recordamos) todavía con nostalgia. La recordamos y recordamos cómo la combatimos. A la distancia del tiempo vemos cuánto le pedíamos que ella no nos podía dar, o que no la ayudábamos a que nos lo pudiera dar. El caciquismo fue uno de esos males, la intervención americana, con su onerosa Enmienda Platt, fue otro, y las ambiciones personales políticas y económicas, otro más. Allí está La chambelona, allí está la guerrita racial de agosto, allí están la blandenguería provinciana de Estrada Palma y las dictaduras de Machado y de Batista. Aquella Cuba les parecía a los cubanos que nacieron con el siglo una desgracia, una traición al mambisado, y en cierto modo lo era. Eso nos dijeron Martínez Villena y Mella y Guiteras, y luego Grau y Chibás y Bohemia. Sí. Había muchas imperfecciones, había muchos errores, pero esa república, aun bajo Batista o Machado, realizó las más hermosas y útiles obras públicas y creó una legislación social, laboral, que ningún país de América entonces tenía. ¿Quién forjó la ejemplar Constitución del 40? La hizo esa república. Hay mucho más que decir de ella, del lado bueno, que los críticos nunca queríamos, o no podíamos, ver porque teníamos otras prioridades cívicas. Pero allí está ella, y mañana, cuando se borre del mapa la sangrienta tiranía que la sustituyó, lo sabremos mejor que hoy.

Yahora llegó al final porque me lo ordena el espacio. Y ese final no es alegre, ni es optimista, ni es confiado, porque se basa en las más amargas meditaciones. ¿Dónde está Cuba hoy? ¿A dónde la vamos a llevar cuando aplastemos la tiranía totalitaria? Esta tercera Cuba comunista, totalitaria, que dura medio siglo y que increíblemente ocupa en la historia el espacio que ocuparon antes una docena de gobiernos republicanos, la mayoría de ellos democráticos, está ahí, es la mancha negra que Cuba tiene sobre su frente. Está ahí, resistiendo; está ahí porque no quiere irse, pero se va, históricamente se tiene que ir. ¿Y qué vendrá tras ella? Esa es la gran interrogante histórica, a mi juicio la mayor que ha tenido Cuba. ¿Qué sociedad nos deja el comunismo? ¿Qué ciudadano cubano creó ese sistema? ¿Qué se hace cívicamente con millones y millones de personas que nacieron bajo esa oscuridad y creen que es la luz porque no han conocido nada más? No hablo ahora de la riqueza nacional, que está en el suelo. Eso se reconstruye en una década con el aporte económico extranjero. Hablo del espíritu cívico, de la confianza en los líderes, del respeto a las instituciones, del funcionamiento de la pluralidad política, de la reconstrucción moral de la familia, del pluralismo democrático y religioso, de la separación de la vida civil y la militar, de todo, en fin, lo que la tiranía ha barrido como si fuera basura con el respaldo (y esto es lo grave) de millones de cubanos ignorantes o ciegos.

Sí. Hubo una Cuba dorada, la del heroísmo, la de la sangre, la de la grandeza, la Cuba del siglo XIX. Hubo en la primera mitad del siglo XX otra Cuba, a veces alta, a veces baja, a veces mediana, pero siempre, siempre aceptable. Hay hoy una Cuba más, una Cuba que ya no es Cuba, el escenario del odio, la tierra del crimen, la anticuba. La cuarta Cuba, que saldrá de la tiranía y de Castro mañana no será sólo una república, ni una nación, ni una isla: será una experiencia descomunal, de orden social, ética y política, como la que están atravesando hoy algunos países de la Europa comunista.

Me falta espacio, y desde luego profundidad, para meditar sobre este desafío que la historia le planteará a nuestra atormentada patria. Pero yo creo que ése es el más grande desafío de todos. Y el cubano, a mi juicio, que no esté claro en esto, creo sinceramente que no está claro en nada. Aunque desde lejos se ve que ya hay algunos que empiezan a mirar con ojos limpios el horizonte.

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