La trampa
Adolfo Rivero Caro, El
Nuevo Herald, 2 de julio de 2004.
Quisiera comentar las discusiones que ha habido,
tanto en la isla como en el exilio, en torno a
las medidas adoptadas por el gobierno del presidente
Bush. Es obvio que Castro se siente gravemente
afectado por ellas. Sin duda, ha movilizado a
todas sus fuerzas dentro del exilio para luchar
contra las mismas. ¿Quiero decir con esto
que todos los que se oponen a las medidas del
presidente Bush son castristas? Eso sería
una idiotez. Por supuesto que no. Ahora bien,
¿que los castristas están de fiesta
ante la reacción de un cierto sector del
exilio cubano? ¿Que sueñan con dividir
el voto cubanoamericano en las próximas
elecciones y derrotar al odiado Bush? Por supuesto
que sí. Es el objetivo fundamental de las
izquierdas en el mundo entero. Y a mí me
preocuparía coincidir con Charles Rangel,
Joe Serrano y el resto de los liberales americanos.
Después de todo, si por ellos fuera, la
Unión Soviética hubiera ganado la
guerra fría.
Reflexionemos. El lamentable espectáculo
del pasado martes en el aeropuerto sería
una reacción normal entre los inmigrantes
de casi todo el mundo. ¿Por qué
limitar los viajes de los haitianos a su país
de origen? ¿Por qué limitar las
remesas que salvadoreños, guatemaltecos
o mexicanos envían a sus respectivos países?
Todos comprenderíamos su irritación
si se vieran afectados por medidas similares a
las que el gobierno americano ha tomado en relación
con Cuba. ¿Por qué impedirles a
los cubanos lo que no se les impide a los demás?
¿Por qué discriminarlos así?
Bueno, justamente ésa es la cuestión.
Los representantes políticos de la comunidad
cubanoamericana siempre han luchado por la causa
de la excepcionalidad cubana. Han repetido, una
y otra vez, que la inmigración cubana es
esencialmente política, no económica.
Que los cubanos emigran en busca de libertad y
no simplemente de mejores condiciones económicas.
De ahí la ley de ajuste cubano, de ahí
las 20,000 visas anuales, de ahí el embargo
comercial contra esa dictadura que hace insufrible
la vida de su pueblo.
La gran prensa liberal americana siempre ha
querido minimizar las ansias de libertad del pueblo
cubano. Hasta muy recientemente, nunca quiso aceptar
que la famosa revolución cubana había
demostrado ser una vulgar y corrupta tiranía.
De aquí que pretendieran reducir la emigración
cubana a un simple fenómeno económico,
similar al de todos los países subdesarrollados.
De aquí que siempre haya protestado contra
la excepcionalidad cubana. No veían ninguna
diferencia entre la emigración mexicana
o salvadoreña y la cubana. Querían
ignorar que Cuba era la única dictadura
totalitaria en el hemisferio occidental y una
de las pocas que quedaban en el mundo. A sus ojos,
los cubanos simplemente habían conquistado
una serie de privilegios debido a su capacidad
de cabildeo político. Y si los cubanos
se veían obligados a emigrar por razones
económicas no se debía a la miseria
artificialmente inducida por el socialismo, sino
a la generada por el embargo comercial americano.
El culpable siempre tiene que ser Estados Unidos.
Sin embargo, hay que admitir que el exilio cubano
está cambiando. Desde hace años,
la mayoría de los inmigrantes cubanos son
inmigrantes económicos. Y, para la gran
mayoría de los mismos, su principal preocupación
es ayudar a sus familias y regresar periódicamente
a su país de origen. Entre otras cosas,
para poder disfrutar de su nuevo y superior status
económico-social. En fin de cuentas, todos
hemos soñado con ser millonarios. Y trabajando
en una fábrica de Hialeah se puede ser
millonario en Cuba. Esa nunca ha sido la concepción
dominante dentro del llamado exilio histórico.
La mayoría nunca ha querido regresar a
un país oprimido por una dictadura. Uno
tras otro, viejos exiliados han muerto sin poder
volver a ver la tierra que los vio nacer. No quisieron
regresar a su país hasta que éste
no fuera libre.
No discuto el derecho de nadie a pensar y actuar
de otra forma. No discuto el derecho de nadie
a desinteresarse de la política. Ahora
bien, nosotros conseguimos, entre otras cosas,
la ley de ajuste cubano y las 20,000 visas anuales
como una forma de ayuda del gobierno americano
a los cubanos que luchaban por su libertad y contra
el totalitarismo comunista. Si el hecho fundamental
para los cubanos exiliados es la ayuda a la familia
en la isla y el poder visitar a su país
de origen, entonces no hay excepcionalidad cubana,
ni razón alguna ni para la ley de ajuste
cubano, ni para las 20,000 visas anuales, ni para
un tratamiento distinto al que reciben nuestros
amigos haitianos. ¿Con qué moral
exigirla de otra forma?
¿Estamos en una guerra fría con
la dictadura cubana o no? ¿Qué le
pedimos a EEUU, que nos ayude a derrocarla o que
nos ayude a convivir con ella? Fidel Castro le
tiene terror al gobierno de Bush. Fue el primero
en calificarlo de fascista. Pero está asustado.
Entre otras cosas, porque estas medidas amenazan
con de-
senmascarar sus gigantescas operaciones de lavado
de dinero, como ha señalado tan agudamente
Ernesto Betancourt. En relación con este
problema se está desarrollando una importante
investigación en el Congreso de EEUU. Castro
está más aislado y más débil
que nunca. Es por eso que está empezando
a liberar a los opositores presos. Pese a que
ellos rehúsan exiliarse, mantienen una
actitud de frontal desafío y hablan de
la caída del régimen. Esto no es
el producto de ningún relajamiento de las
tensiones, sino de la política de confrontación
del gobierno de Bush. Es la gran lección
de Ronald Reagan. Y vamos a ver debilitarse a
la dictadura mucho más. Particularmente,
cuando Radio y TV Martí puedan llegar a
una parte mucho mayor del pueblo cubano. Estamos
en vísperas de grandes cambios.
Castro quiere desviar la atención de esa
realidad. Es una trampa. No hay que hacerle caso.
Que los inmigrantes económicos protesten
contra las medidas. Ese es su derecho. Si lo consiguen,
se acabará la excepcionalidad cubana. Y
que los tontos útiles nos acusen de fascistas.
Que griten que el presidente Bush, que ha liberado
a 50 millones de afganos e iraquíes, es
un nuevo Hitler. Que sueñen con el triunfo
del apaciguamiento. Nosotros también tenemos
el derecho de apoyar las medidas, y somos la mayoría.
Castro está en las últimas. Veremos
quién tiene la razón.
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