RELIGION
Vaso de Barro confiado
en la Gracia del Creador
LA HABANA, enero (www.cubanet.org)
- Veinte y cinco años en el desempeño
de una labor determinada marcan el alcance de
un alto grado de experiencia en la misma. Pero
cuando esa tarea está referida a una responsabilidad
tal, como la que corresponde a la de guiar a un
pueblo en su caminar, entonces los años
cumplidos al frente de la misma tienen una mayor
connotación. Si la dirección de
esa misión ha sido además de compleja
exitosa, entonces se enmarca en una celebración
especial para agradecer a quien ha llevado el
peso de ese rol y dar gracias por su dedicación.
Esto es precisamente lo que ha acontecido el pasado
17 de enero en la Catedral de La Habana cuando
la Iglesia cubana celebró los veinte y
cinco años del episcopado del cardenal
cubano Jaime Lucas Ortega y Alamino.
El 14 de enero de 1979 Jaime Ortega fue ordenado
obispo por Juan Pablo II, quien a su vez había
llegado a la sede pontificia apenas tres meses
antes. El primer destino del recién nombrado
obispo fue Pinar del Río, donde desarrolló
un fructífero trabajo pastoral que le habrá
de caracterizar en todos estos años. En
1981 asumió la Archidiócesis de
La Habana y estando en ella recibió la
distinción cardenalicia.
La Santa Misa de acción de gracias por
el jubileo del arzobispo habanero contó
con una nutrida participación de feligreses
e invitados. Entre estos últimos estuvo
la representación del cuerpo diplomático,
"siempre cercanos a los acontecimientos de
nuestra Iglesia" según manifestó
en sus palabras de salutación el celebrante.
Estuvieron presentes varios de sus compañeros
en el episcopado, destacándose Alfredo
Petit, Salvador Riverón y el actual obispo
de la sede pinareña, Monseñor José
Ciro Bacallao. Sacerdotes, religiosos y religiosas
de diferentes congregaciones destacadas en el
occidente de Cuba, estaban presentes con los hábitos
que les distinguen. Entre los laicos asistentes
en la acción eucarística se hicieron
presentes los miembros de comunidades lejanas,
como la de Jaruco, que desafiando las dificultades
del transporte llegaron para agradecer a Dios
por el don de su obispo. El Coro Ínter
diocesano, bajo la dirección de Ada Ravelo,
interpretó bellas composiciones con el
sabor de cubanidad que les legó la desaparecida
Perla Moré. La inclusión de varias
piezas de esta afamada compositora de música
religiosa hizo recordar al cardenal Ortega que
fue precisamente bajo su insistencia, cuando Perla
era la organista en su iglesia matancera, que
su coterránea se dedicó a la creación
dentro de este genero musical. Una sorpresa para
el homenajeado fue la interpretación de
algunos cantos gregorianos, interpretados por
el coro de seminaristas que actualmente estudian
en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
La homilía de Monseñor Ortega no
estuvo en esta ocasión previamente escrita.
Las palabras surgieron de manera espontánea
y a pesar de que no fue su propósito recorrer
la historia vivida en estos años como pastor
del pueblo de Dios, sí tocó aspectos
que se han destacado en su caminar. Reconoció
su misión, dirigida principalmente hacia
esas cosas pequeñas, pero necesarias dentro
de la realidad que le ha tocado enfrentar. Consolar,
animar, escuchar y sembrar esperanzas han sido
aspectos que han marcado estos veinte y cinco
años de su episcopado. Y verdaderamente
es difícil escuchar, cuando muchos no escuchan;
animar cuando la desesperanza cunde, y consolar
en medio de tanto dolor. Él mismo se reconoció
como un moderador en el amor, que ha permanecido
en ese amor durante todo este tiempo. Y destacó
que la misión de la Iglesia en el amor
es superior a la justicia del mundo que suele
aplicarse. La justicia, manifestó, es dura
porque siempre hay alguien que en su aplicación,
o queda herido o a su vez sufre de injusticia.
Por ello la Iglesia ha sido muchas veces mal interpretada.
También ratificó el concepto de
que la Iglesia no es una democracia, explicando
que a pesar de que el sistema democrático
es el más avanzado para el correcto crecimiento
de la sociedad, aún existe uno más
perfecto que es la construcción del Reino
de Dios, en el cual pone la Iglesia su mirada
y empeño. Ciertamente puede ser visto como
una utopía, pero que puede ser realizada
desde el amor.
Recordó el arzobispo de La Habana aquellas
frases que marcaron distintas etapas de su carrera
eclesiástica, comenzando por el "Vaso
de Barro" de su sacerdocio hasta "Te
basta mi gracia" que distingue su orden episcopal.
Se trata de un camino de maduración que
va desde considerarse como vasija en manos del
Creador, hasta el reconocimiento de que sólo
la Gracia Divina ha de ser suficiente para el
acompañamiento de todo este andar.
La personalidad de Juan Pablo II se destacó
en las palabras del obispo cubano, quien ha estado
marcado por el pontificado de este Papa. Ambos
llegan a un cuarto de siglo en sus respectivas
misiones y han estado ligados por circunstancias
parecidas en su desempeño pastoral. Recordó
las palabras tajantes del Obispo de Roma dichas
al recién estrenado obispo de Cuba, cuando
éste último enumeraba las dificultades
de la Iglesia caribeña. "¡O
la Iglesia es misión o se muere!",
le dijo Woitila a Jaime en esa ocasión.
Finalmente, y retomando las palabras de un sacerdote
amigo, Monseñor Ortega dijo refiriéndose
a este tiempo transcurrido: ¡Hemos hecho
tanto! Y efectivamente se ha hecho mucho, a pesar
de todo, en la Iglesia que peregrina en Cuba.
Recordemos el crecimiento de la vida comunitaria
en los finales de los ochenta con el acercamiento
de tanta gente a la que se pretendió descristianizar,
la Pastoral "El Amor Todo lo espera",
que significó un cambio en la conciencia
de una Iglesia que salía al mundo para
iluminar su realidad; el tener nuevamente un Cardenal
en nuestra Iglesia, el trabajo de CARITAS en los
años difíciles de los noventa, las
distintas pastorales que trabajan en distintas
realidades de la sociedad, los pronunciamientos
hechos por la Iglesia en estos años, la
visita de Juan Pablo II a Cuba y el sendero que
ha dejado trazado; el crecimiento de vocaciones
religiosas y la presencia de nuevos religiosos
entre nosotros. En fin, han sido años de
cosecha abundante, aunque sea insuficiente aún.
Jaime Ortega ha sido ensalzado por unos y criticados
por otros. No siempre ha actuado como hubiéramos
preferido. Ha sido acusado por muchos de ser demasiado
conciliador o en extremo conservador. Tengo que
ser honesto al reconocer que he estado entre los
críticos de Su Eminencia cuando no he coincidido
con alguno de sus enfoques, fundamentalmente referido
a la actuación de la Iglesia ante la realidad
política que padecemos. Pero hay que reconocer
que es un hombre falible y débil, como
los demás. Se equivoca como todos, comete
errores como todos. Tiene defectos que conviven
con grandes virtudes.
Hace unos años ya, recuerdo que asistía
a una actividad por el nuevo año en el
obispado de La Habana, donde reside Jaime y en
esa época aún compartía la
convivencia con su anciana madre. Mi hijo, de
apenas tres años entonces, escapó
de mi lado para indagar por aquellos pasillos
que debían parecerle los de un enorme palacio.
Irrumpió en una habitación donde
pude atajarle. Cual fue mi sorpresa al comprobar
que sin querer, estaba violando la intimidad de
Adela Alamino. Ella jugó con el niño
intruso y pude apreciar la sencillez en que vivía.
Una cama de hierro tipo Fawler, un armario y una
mesita con un radio encima. Eran todos los muebles
de aquella habitación. También tengo
presente la acción emprendida en la persona
del Cardenal para evitar que fueran desalojadas
varias familias vecinas del obispado, comprometiéndose
con la reparación del inmueble. Pero por
sobre todas las cosas hay que reconocerle el mérito
de haber guiado a la Iglesia cubana en años
verdaderamente difíciles y de grandes cambios,
y junto con el resto del episcopado y clero cubanos,
no dejar manipular hacia un lado o hacia otro
el rebaño encomendado a su cuidado.
Cuando todo esto pase y se pueda con más
o menos tranquilidad hacer un recuento de este
tiempo, seguro estoy que la evaluación
de estos veinte y cinco años de misión,
y los que aún han de venir, realizados
por un pastor llamado Jaime Lucas, serán
apreciados con justicia y agradecimiento por las
futuras generaciones de cubanos, cristianos o
no. cnet/43
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