Esclavos educados
Carlos
Alberto Montaner. El
Nuevo Herald, 25 de enero de 2004.
Madrid -- El teniente coronel Hugo Chávez
lo explicó muy claramente en la reciente
Cumbre de Monterrey: él y su país
se sienten profundamente agradecidos del gobierno
de Fidel Castro por la ayuda que les presta en
el terreno educativo. Gracias a los maestros cubanos
y a los sistemas didácticos remitidos desde
Cuba, en Venezuela muy pronto desaparecerá
el analfabetismo y cuatrocientos mil jóvenes
se graduarán rápidamente de bachillerato
e ingresarán sin más trámite
en universidades municipales creadas instantáneamente
para esos fines.
Venezuela, pues, pronto será un foco luminoso
de cultura, como la Florencia de los Medici o
la Viena de fines del siglo XIX, y es de esperar
que el primer astronauta venezolano despegue antes
del 2010 desde la Base Bolivariana Interplanetaria
de Sabaneta, pueblo natal del pintoresco presidente
Chávez.
En todo caso, dos días antes de su viaje
a Monterrey, ya muy seguro de su nuevo expertise
pedagógico, Chávez, junto a otros
insultos, calificó de ''analfabeta'' a
la doctora Condoleezza Rice, principal asesora
de Seguridad Nacional del presidente Bush, y ex
preboste de Stanford University, pero para aliviar
esa penosa carencia de la funcionaria le anunció
el envío urgente de una cartilla del Método
Robinson para que pudiera aprender las primeras
letras.
El Método Robinson les asigna números
a las letras, de pasada uno aprende aritmética,
y parece que en pocas semanas, en efecto, los
adultos pueden leer frases como ''Mi mamá
me ama, pero yo amo a la revolución''.
A veces se invierte la oración y el estudiante,
sin poder evitar cierta angustia freudiana que
lo retuerce en el pupitre, es capaz de silabear
culpablemente: "Mi mamá ama a la revolución,
pero yo amo a mi mamá''.
Mientras Chávez hacía en México
sus anuncios triunfales, en La Habana el gobierno
anunciaba la clausura del acceso a internet a
los particulares que no pagaran en dólares
el servicio, medida que, en la práctica,
significaba negarle al 99 por ciento de los cubanos
la posibilidad de obtener información libremente
por medio de la red. Simultáneamente, mediante
patrullas de informantes que entran en las casas
sin previo aviso, se redoblaban los esfuerzos
para descubrir quiénes poseían antenas
parabólicas ocultas capaces de recibir
canales de televisión del extranjero, quiénes
tenían aparatos de video no declarados
o videotecas con películas y documentos
fílmicos considerados como peligrosos.
Cuando esos materiales ''subversivos'' son hallados,
instantáneamente se confiscan los equipos,
se acusa a sus dueños por posesión
de ''propaganda enemiga y medios para propagarla''
--lo que puede acarrear varios años de
prisión-- y, en muchos casos, de manera
inmediata se le confisca la vivienda al ''contrarrevolucionario'',
o se le interrumpe para siempre el servicio telefónico
a la familia.
En rigor, estos atropellos pueden indignarnos,
pero no sorprendernos. Es lo que se viene haciendo
desde hace décadas. En las cárceles
cubanas hay decenas de personas condenadas a veinte
años de presidio por prestar libros desde
sus humildes ''bibliotecas independientes'' instaladas
en alguna destartalada habitación de sus
viviendas.
El resumen de esta situación es muy triste:
las dictaduras comunistas --ese modelo de estado
que Chávez tanto admira-- tienen como principal
y casi único objetivo político ocultarles
una visión plural de la realidad a quienes
la padecen. El propósito es que exista
una sola voz, una sola interpretación de
los hechos pasados, presentes o futuros, una sola
fuente de conocimiento y sabiduría. No
hay participación ciudadana: hay coro.
Un coro afinado obligado a repetir la letanía
que le impone el gobierno. No hay instituciones:
hay establos en los que encierran a las personas
para que ensayen una y otra vez la letra y la
música creadas por el amo infalible e implacable,
dueño de todas las verdades.
Ese es tal vez el mayor martirio del socialismo:
educar para la obediencia, no para la libertad.
Darles a las personas la posibilidad de leer,
pero sólo para repetir como loros los textos
sagrados elegidos por los burócratas. Enseñarlos
a escribir, incluso con buena letra, pero sólo
para copiar una y otra vez el discurso maravilloso
del líder amado.
De ahí la melancolía infinita de
la intelligentsia desarrollada en los países
totalitarios. No hay nadie más infeliz
que quien se ve obligado a venderle su palabra
y su conciencia a un señor todopoderoso.
No hay mayor dolor ni mayor vergüenza íntima
que vivir día tras día la disonancia
entre lo que lo que se piensa, lo que se dice
y lo que se hace, fuente de todos los desasosiegos
y de numerosas depresiones profundas y neurosis.
¿Por qué se esfuerzan los carceleros
en educar a quien luego se proponen castrar intelectualmente?
La primera razón, la propagandística,
es terriblemente mezquina: para construir con
esa educación popular, transformada en
datos estadísticos, una coartada con la
cual justificar la dictadura. La segunda es perversa:
resulta más conveniente contar con esclavos
educados que ignorantes, siempre que obedezcan
dócilmente. No sé cuál de
ellas prevalece hoy en el corazón de Chávez,
pero, si logra su propósito, les va a hacer
mucho daño a sus compatriotas.
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