PRENSA INTERNACIONAL
Enero 26, 2004

Esclavos educados

Carlos Alberto Montaner. El Nuevo Herald, 25 de enero de 2004.

Madrid -- El teniente coronel Hugo Chávez lo explicó muy claramente en la reciente Cumbre de Monterrey: él y su país se sienten profundamente agradecidos del gobierno de Fidel Castro por la ayuda que les presta en el terreno educativo. Gracias a los maestros cubanos y a los sistemas didácticos remitidos desde Cuba, en Venezuela muy pronto desaparecerá el analfabetismo y cuatrocientos mil jóvenes se graduarán rápidamente de bachillerato e ingresarán sin más trámite en universidades municipales creadas instantáneamente para esos fines.

Venezuela, pues, pronto será un foco luminoso de cultura, como la Florencia de los Medici o la Viena de fines del siglo XIX, y es de esperar que el primer astronauta venezolano despegue antes del 2010 desde la Base Bolivariana Interplanetaria de Sabaneta, pueblo natal del pintoresco presidente Chávez.

En todo caso, dos días antes de su viaje a Monterrey, ya muy seguro de su nuevo expertise pedagógico, Chávez, junto a otros insultos, calificó de ''analfabeta'' a la doctora Condoleezza Rice, principal asesora de Seguridad Nacional del presidente Bush, y ex preboste de Stanford University, pero para aliviar esa penosa carencia de la funcionaria le anunció el envío urgente de una cartilla del Método Robinson para que pudiera aprender las primeras letras.

El Método Robinson les asigna números a las letras, de pasada uno aprende aritmética, y parece que en pocas semanas, en efecto, los adultos pueden leer frases como ''Mi mamá me ama, pero yo amo a la revolución''. A veces se invierte la oración y el estudiante, sin poder evitar cierta angustia freudiana que lo retuerce en el pupitre, es capaz de silabear culpablemente: "Mi mamá ama a la revolución, pero yo amo a mi mamá''.

Mientras Chávez hacía en México sus anuncios triunfales, en La Habana el gobierno anunciaba la clausura del acceso a internet a los particulares que no pagaran en dólares el servicio, medida que, en la práctica, significaba negarle al 99 por ciento de los cubanos la posibilidad de obtener información libremente por medio de la red. Simultáneamente, mediante patrullas de informantes que entran en las casas sin previo aviso, se redoblaban los esfuerzos para descubrir quiénes poseían antenas parabólicas ocultas capaces de recibir canales de televisión del extranjero, quiénes tenían aparatos de video no declarados o videotecas con películas y documentos fílmicos considerados como peligrosos.

Cuando esos materiales ''subversivos'' son hallados, instantáneamente se confiscan los equipos, se acusa a sus dueños por posesión de ''propaganda enemiga y medios para propagarla'' --lo que puede acarrear varios años de prisión-- y, en muchos casos, de manera inmediata se le confisca la vivienda al ''contrarrevolucionario'', o se le interrumpe para siempre el servicio telefónico a la familia.

En rigor, estos atropellos pueden indignarnos, pero no sorprendernos. Es lo que se viene haciendo desde hace décadas. En las cárceles cubanas hay decenas de personas condenadas a veinte años de presidio por prestar libros desde sus humildes ''bibliotecas independientes'' instaladas en alguna destartalada habitación de sus viviendas.

El resumen de esta situación es muy triste: las dictaduras comunistas --ese modelo de estado que Chávez tanto admira-- tienen como principal y casi único objetivo político ocultarles una visión plural de la realidad a quienes la padecen. El propósito es que exista una sola voz, una sola interpretación de los hechos pasados, presentes o futuros, una sola fuente de conocimiento y sabiduría. No hay participación ciudadana: hay coro. Un coro afinado obligado a repetir la letanía que le impone el gobierno. No hay instituciones: hay establos en los que encierran a las personas para que ensayen una y otra vez la letra y la música creadas por el amo infalible e implacable, dueño de todas las verdades.

Ese es tal vez el mayor martirio del socialismo: educar para la obediencia, no para la libertad. Darles a las personas la posibilidad de leer, pero sólo para repetir como loros los textos sagrados elegidos por los burócratas. Enseñarlos a escribir, incluso con buena letra, pero sólo para copiar una y otra vez el discurso maravilloso del líder amado.

De ahí la melancolía infinita de la intelligentsia desarrollada en los países totalitarios. No hay nadie más infeliz que quien se ve obligado a venderle su palabra y su conciencia a un señor todopoderoso. No hay mayor dolor ni mayor vergüenza íntima que vivir día tras día la disonancia entre lo que lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace, fuente de todos los desasosiegos y de numerosas depresiones profundas y neurosis.

¿Por qué se esfuerzan los carceleros en educar a quien luego se proponen castrar intelectualmente? La primera razón, la propagandística, es terriblemente mezquina: para construir con esa educación popular, transformada en datos estadísticos, una coartada con la cual justificar la dictadura. La segunda es perversa: resulta más conveniente contar con esclavos educados que ignorantes, siempre que obedezcan dócilmente. No sé cuál de ellas prevalece hoy en el corazón de Chávez, pero, si logra su propósito, les va a hacer mucho daño a sus compatriotas.

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