PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 21, 2004

SOCIEDAD
Víctimas del internacionalismo (I)

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Hace 15 años, el 10 de enero de 1989, retornaba a su país el primer grupo de cubanos participante en el conflicto armado angolano, surgido en 1975, a raíz de haberse independizado la nación africana de Portugal, y luego de los acuerdos de 1988 que pusieron fin al conflicto.

Las primeras tropas cubanas fueron enviadas en 1975, como parte de un acuerdo secreto concertado a espaldas del pueblo cubano entre el castrismo y la cúpula gobernante soviética, en virtud del cual los hijos de esta tierra, por primera vez en toda su historia, participarían masivamente en un conflicto lejos de su territorio y de manera oficial.

En los 15 años de subordinación castrista a los intereses hegemónicos del imperio soviético, no se había producido un envío tal de combatientes cubanos a ninguna región del mundo. Si bien el castrismo auguraba un empeño intervencionista desde su nacimiento, mediante invasiones a Panamá, Haití y República Dominicana, extendidas luego a Africa y el Medio Oriente, eran intentos más modestos y fraguados de modo oculto y solapado.

Estoy seguro de que ningún otro acontecimiento pudo haber conmovido más al pueblo de Cuba como aquellos reclutamientos y movilizaciones, destinados a pelear en tierras tan ajenas y en un conflicto tan enrevesado y complejo. Las justificaciones eran igualmente abstractas e incomprensibles, al estar fundamentadas en un internacionalismo proletario extranjerizante y ajeno a nuestro quehacer histórico.

Todo empezaba con una citación habitual al ciudadano por parte del comité militar al cual pertenecía. Los citados eran mayormente padres de familia que ya para aquel entonces vivían agregados con los padres junto a la esposa y los hijos.

La primera pregunta era sorpresiva y desgarradora, e inquiría sobre la disposición del entrevistado para cumplir una misión de combate internacionalista en un país extranjero. Nunca era mencionando el país, sustituido su nombre por la enigmática y coercitiva frase: "donde la revolución lo necesite". En esta primera cita todos respondían afirmativamente.

En primer lugar porque una negación los situaría en un situación muy difícil y desventajosa. Como en un país totalitario se contraen compromisos políticos, una negativa podría ser interpretada (y de hecho lo era) como engaño y traición a la revolución con todo su trasfondo de debilidad ideológica, de indiferencia y desamor hacia el internacionalismo proletario. El estigma era mayor en tanto más fuerte fuese el grado de compromiso con el gobierno. Pero siempre era un sello negativo de infeliz identificación.

Por eso todos decían que sí, y porque, además, la disposición de partir podía ser anulada; y siempre cabía la posibilidad de no ser llamado definitivamente.

Algo bien distinto sucedía en la segunda entrevista, cuando llegaba la hora de la verdad y se rompía el corojo. A esa hora de los mameyes no se podía andar con titubeos ni flojedades de piernas. La convocatoria era para partir, pues con el consentimiento y la disposición ya supuestamente se contaba.

Los reclutados, por primera vez en la vida, alternando de tú a tú con altos oficiales del ejército, se sentían como tipos importantes, y en sus oídos resonaban, como tañidos de campana las palabras de alabanza y reconocimiento al gesto patriótico, pronunciadas con aparente emoción por el comisario político delante de coroneles y generales. La seguridad de que la esposa, padres e hijos serían debidamente atendidos era, al menos, un consuelo y un motivo menos de preocupación entre tantos pensamientos tormentosos que acudían a la mente. El comisario era enfático: "La revolución garantizará que a sus familias no les falte nada. Una comisión militar de atención a familiares de internacionalistas las visitará periódicamente".

Fueron meses de alta tensión social cuando muy pocos se sentían libres de ser montados en el carro internacionalista. Sobre todo para los más oportunistas y tapaditos resultaba bien difícil la negativa.

Con ellos se ensañaba el régimen y las consecuencias alcanzaban a los familiares. Eso enseñó a los grandes simuladores que estaban jugando con fuego. Que el totalitarismo, cual mafia y por ser mafia, da, pero exige; y además, no perdona. cnet/03



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