SOCIEDAD
Víctimas del internacionalismo
(I)
LA HABANA, enero (www.cubanet.org)
- Hace 15 años, el 10 de enero de 1989,
retornaba a su país el primer grupo de
cubanos participante en el conflicto armado angolano,
surgido en 1975, a raíz de haberse independizado
la nación africana de Portugal, y luego
de los acuerdos de 1988 que pusieron fin al conflicto.
Las primeras tropas cubanas fueron enviadas en
1975, como parte de un acuerdo secreto concertado
a espaldas del pueblo cubano entre el castrismo
y la cúpula gobernante soviética,
en virtud del cual los hijos de esta tierra, por
primera vez en toda su historia, participarían
masivamente en un conflicto lejos de su territorio
y de manera oficial.
En los 15 años de subordinación
castrista a los intereses hegemónicos del
imperio soviético, no se había producido
un envío tal de combatientes cubanos a
ninguna región del mundo. Si bien el castrismo
auguraba un empeño intervencionista desde
su nacimiento, mediante invasiones a Panamá,
Haití y República Dominicana, extendidas
luego a Africa y el Medio Oriente, eran intentos
más modestos y fraguados de modo oculto
y solapado.
Estoy seguro de que ningún otro acontecimiento
pudo haber conmovido más al pueblo de Cuba
como aquellos reclutamientos y movilizaciones,
destinados a pelear en tierras tan ajenas y en
un conflicto tan enrevesado y complejo. Las justificaciones
eran igualmente abstractas e incomprensibles,
al estar fundamentadas en un internacionalismo
proletario extranjerizante y ajeno a nuestro quehacer
histórico.
Todo empezaba con una citación habitual
al ciudadano por parte del comité militar
al cual pertenecía. Los citados eran mayormente
padres de familia que ya para aquel entonces vivían
agregados con los padres junto a la esposa y los
hijos.
La primera pregunta era sorpresiva y desgarradora,
e inquiría sobre la disposición
del entrevistado para cumplir una misión
de combate internacionalista en un país
extranjero. Nunca era mencionando el país,
sustituido su nombre por la enigmática
y coercitiva frase: "donde la revolución
lo necesite". En esta primera cita todos
respondían afirmativamente.
En primer lugar porque una negación los
situaría en un situación muy difícil
y desventajosa. Como en un país totalitario
se contraen compromisos políticos, una
negativa podría ser interpretada (y de
hecho lo era) como engaño y traición
a la revolución con todo su trasfondo de
debilidad ideológica, de indiferencia y
desamor hacia el internacionalismo proletario.
El estigma era mayor en tanto más fuerte
fuese el grado de compromiso con el gobierno.
Pero siempre era un sello negativo de infeliz
identificación.
Por eso todos decían que sí, y
porque, además, la disposición de
partir podía ser anulada; y siempre cabía
la posibilidad de no ser llamado definitivamente.
Algo bien distinto sucedía en la segunda
entrevista, cuando llegaba la hora de la verdad
y se rompía el corojo. A esa hora de los
mameyes no se podía andar con titubeos
ni flojedades de piernas. La convocatoria era
para partir, pues con el consentimiento y la disposición
ya supuestamente se contaba.
Los reclutados, por primera vez en la vida, alternando
de tú a tú con altos oficiales del
ejército, se sentían como tipos
importantes, y en sus oídos resonaban,
como tañidos de campana las palabras de
alabanza y reconocimiento al gesto patriótico,
pronunciadas con aparente emoción por el
comisario político delante de coroneles
y generales. La seguridad de que la esposa, padres
e hijos serían debidamente atendidos era,
al menos, un consuelo y un motivo menos de preocupación
entre tantos pensamientos tormentosos que acudían
a la mente. El comisario era enfático:
"La revolución garantizará
que a sus familias no les falte nada. Una comisión
militar de atención a familiares de internacionalistas
las visitará periódicamente".
Fueron meses de alta tensión social cuando
muy pocos se sentían libres de ser montados
en el carro internacionalista. Sobre todo para
los más oportunistas y tapaditos resultaba
bien difícil la negativa.
Con ellos se ensañaba el régimen
y las consecuencias alcanzaban a los familiares.
Eso enseñó a los grandes simuladores
que estaban jugando con fuego. Que el totalitarismo,
cual mafia y por ser mafia, da, pero exige; y
además, no perdona. cnet/03
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