PRENSA INTERNACIONAL
Enero 19, 2004

Biscet: tú no estás solo

Agustín Tamargo, El Nuevo Herald, 18 de enero de 2004.

En las prisiones de Cuba hay encerrados hoy muchos hombres. Los ha habido siempre. Los cubanos nunca han vacilado en arriesgarlo todo, no sólo la libertad, sino hasta la propia vida, por reclamar el derecho a existir con dignidad. Aun antes de Martí, que fue metido en un calabozo cuando era casi un niño, la historia de Cuba está llena de esos héroes morales, hombres silenciosos, muchas veces desconocidos, que le han dicho a la autoridad ilegal y opresiva, fuera cubana o extranjera: ¡No te acepto! ¡No me rindo! ¡No bajo la cabeza ante tus crímenes aunque me apuntes con un rifle o me coloques una pistola en la nuca! De esos hombres, muchos han salido destruidos físicamente y otros han dejado la prisión con los pies por delante en un furgón mortuorio. Pero ninguno cedió. Ninguno abjuró de sus ideales puros aunque a veces los dejaran solos. Ninguno se equivocó ante un mandato moral de hoy y de siempre, que reza así, como lo dejó dicho nuestro padre: Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay hombres que llevan en sí el decoro de muchos hombres.

¿Tendré que decir que hoy, en la Cuba desgarrada del ocaso de la tiranía castrista, uno de esos hombres es el Dr. Oscar Elías Biscet? No lo conozco. No puedo conocerlo. Nació tiempo después de haber salido yo de la isla. Pero ver lo que ha hecho y lo que ha dicho, observar el coraje con que ha enfrentado a sus opresores y leer lo que su corazón le hace escribir sobre un papel me basta y me sobra para respetarlo. No es el primero. Como ya dije, el cubano no ha vacilado nunca es arriesgar su libertad cuando el decoro de la vida nacional y su propia dignidad como ciudadano han estado por el medio. Es una verdadera legión la que ha pasado por las infames cárceles de la tiranía, donde las torturas, el hambre, la falta de atención médica, las vejaciones y el más inhumano aislamiento han sido desde el primer día el santo y seña.

Pero algo hay en Oscar Elías Biscet que sacude las fibras hasta del hombre menos sensible, sea cubano o no. Y ese algo, ¿qué es? Lo que todos sabemos: no sólo la fidelidad de él a sus principios políticos democráticos, no sólo su defensa a ultranza de las libertades públicas, sino su fe en Dios. Porque Oscar Elías Biscet, además de combatiente de la libertad, es un defensor de la vida cristiana, una vida que en Cuba fue de las primeras bajas de la tiranía que comenzó a imponerse en 1959. Biscet no habla de hombres, no habla de partidos, no habla de épocas. Habla de Dios. Y habla, sobre todo, de la sagrada condición que Dios le confiere al hombre cuando lo hace nacer, que es la de vivir su vida sin oprobio.

La descripción que hacen sus familiares de la forma en que la tiranía castrista tiene a Biscet humillado, prácticamente enterrado en vida en una celda varios metros bajo tierra, en compañía de un recluso de antecedentes criminales, produce verdadero horror. Esa familia, su esposa, su señora madre, que es una anciana, no han podido verlo en muchos meses, no han podido auxiliarlo en sus quebrantos de salud, no han podido transmitirle con la insustituible palabra del amor esta idea: que en él los cubanos ven un símbolo. Que él es no sólo él, sino todos ellos. Y que en esa espiritualidad religiosa con que él defiende sus ideales patrióticos hay una bandera que nunca será lanzada por el suelo.

Yo detesto la falsa piedad. Yo aborrezco la utilización de elementos de dolor humano para defender causas políticas. Yo abomino de la demagogia y del oportunismo que son capaces de alzar como bandera algo que ni conocen bien con tal de lograr sus fines, allá o aquí. Pero yo tengo que decir que el ejemplo del Dr. Biscet, que la talla moral del Dr. Biscet, que la fe en el futuro de Cuba que tiene el Dr. Biscet es algo capaz de levantar hasta los muertos de los cementerios. Cuba está postrada. La tiranía castrista se ha fabricado una Cuba sumisa, en la que decir que no es una aventura que puede costar la muerte a cualquiera y en consecuencia nadie dice que no a nada. Pero la otra Cuba, la Cuba real, no es ésa que se ve desde lejos.

La Cuba verdadera, más que una isla, más que un pueblo, más que una nación, es un sueño: el sueño de la libertad con decoro. Ese sueño habita secretamente hoy en la mayoría de los hogares de Cuba. Y es el mismo que ha convertido en un símbolo de un mañana limpio el nombre de un médico piadoso, ayer desconocido y hoy querido por todo el mundo: Oscar Elías Biscet.


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