Biscet: tú no estás solo
Agustín Tamargo, El
Nuevo Herald, 18 de enero de 2004.
En las prisiones de Cuba hay encerrados hoy muchos
hombres. Los ha habido siempre. Los cubanos nunca
han vacilado en arriesgarlo todo, no sólo
la libertad, sino hasta la propia vida, por reclamar
el derecho a existir con dignidad. Aun antes de
Martí, que fue metido en un calabozo cuando
era casi un niño, la historia de Cuba está
llena de esos héroes morales, hombres silenciosos,
muchas veces desconocidos, que le han dicho a
la autoridad ilegal y opresiva, fuera cubana o
extranjera: ¡No te acepto! ¡No me
rindo! ¡No bajo la cabeza ante tus crímenes
aunque me apuntes con un rifle o me coloques una
pistola en la nuca! De esos hombres, muchos han
salido destruidos físicamente y otros han
dejado la prisión con los pies por delante
en un furgón mortuorio. Pero ninguno cedió.
Ninguno abjuró de sus ideales puros aunque
a veces los dejaran solos. Ninguno se equivocó
ante un mandato moral de hoy y de siempre, que
reza así, como lo dejó dicho nuestro
padre: Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay
hombres que llevan en sí el decoro de muchos
hombres.
¿Tendré que decir que hoy, en la
Cuba desgarrada del ocaso de la tiranía
castrista, uno de esos hombres es el Dr. Oscar
Elías Biscet? No lo conozco. No puedo conocerlo.
Nació tiempo después de haber salido
yo de la isla. Pero ver lo que ha hecho y lo que
ha dicho, observar el coraje con que ha enfrentado
a sus opresores y leer lo que su corazón
le hace escribir sobre un papel me basta y me
sobra para respetarlo. No es el primero. Como
ya dije, el cubano no ha vacilado nunca es arriesgar
su libertad cuando el decoro de la vida nacional
y su propia dignidad como ciudadano han estado
por el medio. Es una verdadera legión la
que ha pasado por las infames cárceles
de la tiranía, donde las torturas, el hambre,
la falta de atención médica, las
vejaciones y el más inhumano aislamiento
han sido desde el primer día el santo y
seña.
Pero algo hay en Oscar Elías Biscet que
sacude las fibras hasta del hombre menos sensible,
sea cubano o no. Y ese algo, ¿qué
es? Lo que todos sabemos: no sólo la fidelidad
de él a sus principios políticos
democráticos, no sólo su defensa
a ultranza de las libertades públicas,
sino su fe en Dios. Porque Oscar Elías
Biscet, además de combatiente de la libertad,
es un defensor de la vida cristiana, una vida
que en Cuba fue de las primeras bajas de la tiranía
que comenzó a imponerse en 1959. Biscet
no habla de hombres, no habla de partidos, no
habla de épocas. Habla de Dios. Y habla,
sobre todo, de la sagrada condición que
Dios le confiere al hombre cuando lo hace nacer,
que es la de vivir su vida sin oprobio.
La descripción que hacen sus familiares
de la forma en que la tiranía castrista
tiene a Biscet humillado, prácticamente
enterrado en vida en una celda varios metros bajo
tierra, en compañía de un recluso
de antecedentes criminales, produce verdadero
horror. Esa familia, su esposa, su señora
madre, que es una anciana, no han podido verlo
en muchos meses, no han podido auxiliarlo en sus
quebrantos de salud, no han podido transmitirle
con la insustituible palabra del amor esta idea:
que en él los cubanos ven un símbolo.
Que él es no sólo él, sino
todos ellos. Y que en esa espiritualidad religiosa
con que él defiende sus ideales patrióticos
hay una bandera que nunca será lanzada
por el suelo.
Yo detesto la falsa piedad. Yo aborrezco la utilización
de elementos de dolor humano para defender causas
políticas. Yo abomino de la demagogia y
del oportunismo que son capaces de alzar como
bandera algo que ni conocen bien con tal de lograr
sus fines, allá o aquí. Pero yo
tengo que decir que el ejemplo del Dr. Biscet,
que la talla moral del Dr. Biscet, que la fe en
el futuro de Cuba que tiene el Dr. Biscet es algo
capaz de levantar hasta los muertos de los cementerios.
Cuba está postrada. La tiranía castrista
se ha fabricado una Cuba sumisa, en la que decir
que no es una aventura que puede costar la muerte
a cualquiera y en consecuencia nadie dice que
no a nada. Pero la otra Cuba, la Cuba real, no
es ésa que se ve desde lejos.
La Cuba verdadera, más que una isla, más
que un pueblo, más que una nación,
es un sueño: el sueño de la libertad
con decoro. Ese sueño habita secretamente
hoy en la mayoría de los hogares de Cuba.
Y es el mismo que ha convertido en un símbolo
de un mañana limpio el nombre de un médico
piadoso, ayer desconocido y hoy querido por todo
el mundo: Oscar Elías Biscet.
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