PRENSA INTERNACIONAL
Enero 16, 2004

Las lágrimas de Lissette

Por Carlos Ferrera. Publicado el 13 de enero de 2004, Mujeres del Tercer Milenio.

Ayer desempolvé con dolor uno de los añejos recuerdos que guardo aun de esa Habana que hoy se me antoja triste y decadente, harta de esperar por el auxilio de sus hijos. Me lo trajo a la memoria un programa de Antena 3 que intentaba arrojar luz sobre un asunto que a todos los cubanos nos resulta amargamente próximo.

Un osado equipo de periodistas de esa cadena viajó a Cuba, cámara oculta en ristre, para tomarle el pulso a la prostitución en la Isla, vista desde el prisma de los españoles que viajan allí para cambiar sexo fácil por euros miserables.

Pedro Piqueras, el presentador del magazín informativo, había invitado al plató para hablar del tema a su colega cubana Lissette Bustamante, otrora periodista adscrita a un medio de comunicación del régimen de Castro, que hace años tomó la decisión personal de abandonar la Isla y poner punto final a su colaboración con la que posiblemente sea hoy la prensa menos libre del planeta.

Con independencia del pasado oficial de Bustamante, criticado en su momento por muchos antifidelistas de pro cuando escribía para un tabloide comunista y tendencioso como todos los de allí, siempre he admirado la coherencia y valentía personal de esta mujer, que lo tenía y lo dejó todo para ser consecuente con sus principios, aunque como a tantos de nosotros, eso le costara el desarraigo y un forzado exilio permanente que la despojó de las cosas que le importaban, porque sigue siendo cubana.

Lissette estaba ayer en Antena 3, entre otras cosas por haber escrito un libro, "Jineteras", que venía muy al hilo de la historia que contaba el material aportado por los reporteros que hicieron la investigación emitida por el programa, y para el cual arriesgaron bastante más de lo que seguramente creen. Proponerse sacar a la luz la ropa sucia de Fidel es casi una utopía, hacerlo es una temeridad, y conseguirlo, toda una hombrada.

Y allí estaba Lissette dispuesta a dar un criterio meridiano sobre la dura vida de las mujeres de la calle en Cuba, y poner ese punto de lucidez que echo tanto de menos cuando aparece un paisano en un canal español para explicar nuestras circunstancias, casi siempre envenenado por posturas de extremo que por lo general nunca son objetivas y que por las formas, siempre despojan de razón a quien la lleva.

Hace unos años, a propósito del alud de folclóricas y presentadoras de televisión que llenaron la prensa rosa de pútridas historias de amor con sementales cubanos, escribí un artículo donde refrendaba nuestro derecho a exigir el respeto que merece cualquier persona de cualquier sitio, sin tener que arrastrar el estigma de ser bueno en la cama como única marca de fábrica. Decía entonces que nací y crecí en Cuba sin saber qué cosa era meterse en la cama con alguien por dinero, y cualquier cubano de mi generación sabe que eso es rigurosamente cierto.

Hace poco viajé a la Isla y pude ver in situ el drama de las jineteras y los "pingueros" (equivalente masculino de las prostitutas, también para el mercado masculino) de los que poco se habla cuando se trata el tema de la prostitución, porque aquí y allá, aun la homosexualidad no es plato de gusto para los medios de comunicación. Me fue casi imposible encontrar un lugar público en La Habana donde no se me ofreciera sexo a cambio de unos cuantos dólares, e incluso constaté que alguno de esos sitios eran prostíbulos oficiales donde cada noche se reúnen hombres y mujeres desde los 13 hasta los 40 años, para "hacer el pan" con el primer turista que se ponga a tiro, con el visto bueno de la policía y soborno mediante.

Aunque el tema me era familiar, mientras veía el programa de Piqueras de repente el sofá se me hizo inmenso, porque fui empequeñeciendo según avanzaba el video que hurgaba en el corazón mismo de la tragedia.

Conocía de sobras el drama de esas mujeres empujadas a la venta de su cuerpo por cuatro duros (¿qué cubano no conoce alguna, si allí puede ser nuestra vecina?), pero el dolor quizás es más lacerante cuando se manifiesta la repugnante actitud de quienes cruzan el Atlántico cargados de regalos de "Todo a cien" para hundirlas más en la mierda a cambio de un creyón de labios, porque según algunos, "follar con una cubana es tan fácil como tomarse un vaso de agua".

En el plató, vi a Lissette llorar de impotencia antes de poder emitir su opinión. Y entendí entonces, más si cabe, cuánto daños nos hizo y nos sigue haciendo a los cubanos de dentro y de fuera, el hombre que decidió adueñarse de nuestras vidas con la promesa de un futuro mejor, que ha resultado bastante peor que cualquiera de nuestros pasados.

Sentí el calor de las lágrimas de Lissette aunque mis ojos estuvieran secos y fijos en la pantalla. Sentí su dolor, su rabia y su desprecio, como si me unieran vínculos de sangre con aquellas mujeres que no conozco y que probablemente jamás veré en mi vida. Pero, más que su discurso encendido y vibrante contra el abuso y por la libertad, fueron las lágrimas de rabia de Lissette las que tocaron el fondo de mi corazón, que son las lágrimas de los miles de mujeres que tienen que humillarse cada noche en el camastro anónimo de una casa de citas, bajo el cuerpo de uno de esos mercaderes del sexo a los que poco importa la vida de la mujer que han comprado, y dentro de la que descargan su fétida lascivia. Mañana vendrá otra que sólo les costará otros 30 euros, o con suerte simplemente un estuche de maquillaje.

Las lágrimas de Lissette son las de miles de madres cubanas que con seguridad no querían tal futuro para sus hijas, porque Fidel les dijo que con Batista se desterró la prostitución y sus lacras, pero que hoy deben esperar en casa en silencio y con el corazón destrozado, a que regrese la niña con un puñado de dólares para poner algo en la nevera, aunque el precio sea alto y doloroso.

Las lágrimas de Lissette puede que aun no hayan salido de los ojos de miles de madres que ignoran que un chulo pone precio al cuerpo de sus hijas en una discoteca habanera si el negocio no marcha, para que pueda ser vejado y mancillado a voluntad por un señor que no puede encontrar ese servicio en Madrid, y cruza el charco para descargar su violencia en una chica de 15 años, y hundirla más en la miseria. Ella jamás podrá acudir a pedir protección porque la Revolución es inflexible: las putas van a la cárcel.

Benditas sean tus lágrimas Lissette, que son también las mías, pero ojalá llegue pronto el día en que tú y todas las madres cubanas puedan parar de llorar, cuando al fin sus hijas y sus hijos no tengan que llenarles la nevera vendiendo a trozos su porvenir.

Entonces yo también dejaré de llorar.

Copyright ©2003 por Mujeres del Tercer Milenio, C.A. Todos los derechos reservados.


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