SOCIEDAD
Pedro el Carretonero
LA HABANA, enero (www.cubanet.org)
- Pedro es muy querido por los niños del
barrio, porque los pasea en su carretón
a lo largo de doce cuadras al precio de un peso
por cada muchacho.
Los fines de semana, entrada ya la mañana,
las calles y aceras aledañas al parque
de la barriada y que forman el habitual recorrido
de Pedro y su carretón se colman de bulla
y alboroto.
El campanilleo que brota del cuello del mulo;
su trote unido al rechinar de las ruedas sobre
el asfalto, provoca una entusiasta y estruendosa
batahola de risas, gritos y exclamaciones infantiles
que hasta el manso animal se inserta entre la
muchachería como un muchacho más.
Entonces parece jugar batiendo al aire sus grandes
orejas, cual sendos abanicos, y su mirada de azabache
parece enternecerse. Pedro, envuelto en esta atmósfera
de alegría, hace presente su infancia de
juegos de pelota, zambullidas en el río,
olores de manigua, presencia de animales de campo
y arrullos de palmeras.
Él siempre vivió como chofer particular
con su Ford del año 1954. Pero cuando el
período especial empeoró la gasolina
no aparecía por ningún lado y las
piezas de repuesto se dificultaban sobremanera.
Su adquisición se hacía riesgosa
en grado sumo, con la real posibilidad de ir a
parar a la cárcel. Al menos así
lo creyó Pedro, siempre amante de la paz
y la tranquilidad. Por eso optó por vender
su carro y comprar un mulo en 50 mil pesos, y
mandó a construir un carretón, por
lo cual pagó otros 5 mil.
Los precios que hoy pueden resultar excesivos
estaban justificados en aquella época.
Eran los años del mal llamado período
especial, cuando el mercado negro apenas tenía
nada que ofertar y lo que se ponía en venta
adoptaba el precio que se le ocurriera al vendedor.
Así pues, una docena de huevos podía
costar 140 pesos y un "sábado corto"
(botella de ron con capacidad de medio litro)
podía venderse por la suma de 100 pesos.
Pero lo que nunca imaginó el carretonero
fue que un negocio, aparentemente insignificante
y de escaso atractivo, le acarrearía tantas
dificultades.
El mayor inconveniente lo representa el mulo.
Sí, amigo lector. Esa bestia que alegra
y a la vez se alboroza con la alegría de
los niños, despierta el apetito de muchos,
y la voracidad de esos fantasmas nocturnos que
son los matarifes. Estos tasajean una res con
la rapidez de un relámpago y venden su
carne en sólo unas horas. Por eso Pedro
no escatima en pagar 100 pesos mensuales a un
celador y cuidador de caballería en las
afueras de Jaimanitas, y doscientos pesos mensuales
para las oficinas de la ONAT (Oficinas Nacionales
de Administración Tributaria) por concepto
de permiso o licencia para ejercer.
También ha de mantener al mulo vacunado
por el veterinario estatal, y cuidarlo y dar cuenta
de él al gobierno, pues la muerte o desaparición
del equino no sólo significaría
la pérdida del sustento, del pan de cada
día, sino que acarrearía una fuerte
multa. Al gobierno no le interesa un comino lo
que le suceda al carretonero, pero sí lo
que acontezca con el mulo.
También es digna de tener en cuenta la
dificultad para el herraje. Generalmente las herraduras
son de mala calidad, fabricadas por los propios
herreros con el material que puedan "inventar".
Los clavos no los vende el Estado, y a veces las
caballerías estatales suelen acudir al
herrero particular.
No obstante, el negocito da para ir capeando
el temporal y resultaría mucho más
beneficioso si no fuera por los súbitos
cambios de tiempo tan frecuentes en nuestros días.
Entre la risa de los niños, el campanilleo
del mulo y el rechinar del carretón, Pedro
lleva el peso de sus 67 años, satisfecho
de su elección de antaño, pues en
este negocito se siente menos acosado por inspectores
y policías. cnet/03
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